Cap 10

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La mirada cansina de la dama de cabellos negros, la protegida de Arachne, era muy hermosa.

Naraku gastaba mucho dinero en los mejores vestidos para su protegida, una dama de compañía, de largos cabellos, como los suyos. Aquel dinero hacía posible que la dama llevara vestidos con hilos de oro incluso, joyas de esmeralda y jades. 

Pero ella no era feliz, había sido arrancada de su pueblo natal. Todo por haber cuidado de los príncipes y duques. Por haberlos salvado, sufría en silencio, extrañaba su hogar, a pesar de no estar tan lejos, cada día que pasaba, ella sentía que estaba más atada a Naraku, que a nadie más.

Sin embargo, el dolor se apaciguaba al ver al joven príncipe mestizo, Inu Yasha, era un buen hombre  a pesar de todas las vanidades.

Un día paseando en el jardín, se acercó a una flor, una rosa con muchas espinas. El príncipe se acercó e intentó entablar una conversación, dudosa, ella solo respondía.

- ¿ Porqué tu mirada está llena de tristeza? ¿Los lujos de este castillo no son adecuados para ti?

Ella observó al príncipe y con sorpresa respondió.

- Jamás estaría triste en compañía de ustedes, mi señor, solo... Extraño ser alguien corriente, siendo sincera, también añoro mi hogar.

La humildad y sinceridad de la joven dama melancólica, enamoró aún más al joven príncipe mestizo.

- Kikyo, le prometo que volverá a ver su hogar muy pronto. - respondio Inuyasha, ofreciéndole la rosa.

(*)

- Inuyasha... - susurró la dama entre sueños.

Kagome había tomado una potente poción curativa que la mantendría en pie al menos un día. Pero los efectos eran pocos y apenas podía estar despierta. La chica sentía fuertes dolores en las piernas, como cuchillas insertándose en los dedos y brazas de fuego en la palma de los pies. Su cabeza aún daba vueltas y entre sueños veía a su enamorado, sonriente, extendiendo su mano, bailando un tierno vals junto a él.

De repente sintió que su mundo temblaba y que alguien la sacudía de hombros. Gritaba, vociferaba de mal humor.

- Desagradecida, maldita, ¡¿Cómo que Inuyasha?! ¿Qué murmuras? ¡Despierta! - le decía su amo, furioso. Aquel príncipe elfo de hermosos ojos dorados, estaba hecho una furia, sus ojos eran rojos.

Pero no podía, ella apenas respondía sus reclamos. Él estaba enojado, había cuidado y gastado mucho dinero por su salud, una simple sirvienta, una protegida que susurraba el nombre de ese asqueroso mestizo.

No podía entenderlo, había tomado a Kagome muchas veces, ¿No debía quererlo y alabarlo a él? ¿No debía acaso amarlo, como todas las demás?

No, no podía. Ella decía el nombre de su verdadero amor.

- Lord Sesshomaru... perdóneme... ¿Qué... hice?... Sessho...

Él había soltado a la chica, en su cama de nuevo. Pero ella lo llamaba, extendía su mano pero él no acudía.

- Agua...

Su débil voz le perturbaba, no quería ver una muerte, odiaba estas tonterías. Era despiadado en las guerras pero en lugares y momentos tan lamentables como este, lo molestaba. Se dio la vuelta y ordenó a la institutriz de Kagome que acerque el vaso de agua a la chica.

Sin embargo Kagome no pudo sujetar el vaso y cayó al suelo,  los pedazos se habían roto en todas direcciones.

Sesshomaru echó a todos del lugar. No permitió que nadie dijera nada sobre la chica, si ella moría hoy, nadie debía enterarse.

La observo con lástima, había sido una chica entretenida, unos gemidos muy dulces, una historia muy corta entre ellos. Entonces la vio extender su mano hacia el agua.

Aquel collar brilló de manera tenue, y lo vió, aquello que protegía a Kagome, un hechizo familiar seguramente, al tocar el agua, su palidez, su enfermedad se iba lentamente. ¿Porque nadie le dio agua limpia antes? ¿Porque ahora se manifestaba aquel hechizo? No había respuestas y no las habría si ella moría. Atrajo la jarra de agua y la derramó sobre la chica.

De repente era como si Kagome hubiera rejuvenecido, su piel, sus cabellos  todo era radiante. Aquel hechizo funcionaba solo en casos muy serios y con agua. ¿Pero qué podría ser la maldición y porque se contrarestaba solo con agua limpia?

Sesshomaru recuperó el interés.

Kagome abrió los ojos.

- ¿Mi lord?

Preguntó con aquella vocecita débil de una muchacha dulce.

Sesshomaru depositó un dulce beso sobre sus labios.

- Me alegra que no hayas muerto.

Le dijo Sesshomaru a la dama, quien lo observaba tímidamente.

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