Prólogo

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"Uno".

Una gotera al fondo.

"Dos".

Que le ponía los pelos de punta.

"Tres".

Pero a estas alturas solo podía mirar las gotas caer al suelo.

"Cuatro".

Y contarlas con odio.

"Cinco".

Mucho odio.

—Hey—, Kuma giró en dirección al susurro que la alertó. Una mano sosteniendo una cuchara se abrió paso a través de la ventana en la puerta —Toma esta miel para evitar que te desmayes—.

La albina se levantó poniendo todas sus fuerzas en la acción. "Sí, claro. Ya verás donde te voy a meter esa miel a ver si tú te desmayas, hija de puta".

Tomó la cuchara y metió el contenido a su boca sin dudar. Tenía tanta rabia de depender de la mujer que se la ofrecía que quería llorar, mas eso se lo guardaría para la noche, cuando solo estuvieran ella y la luna sin ningún testigo de su debilidad.

—Kuma, necesito asegurarme de tu estado— habló la mujer de nuevo —Quiero ver tu grado de dilatación—.

La albina frunció el ceño.

—Claro. Adelante...—, insinuó. —Adelante para que YO te dilate el culo a patadas!—

—Kuma...—

—¡No vas a ponerme un dedo encima, escoria!—

La mujer suspiró implorando paciencia mientras Kuma pateaba y golpeaba la fornida puerta de madera reforzada. Según ella, la última semana había estado mucho más fastidiosa que nunca en los tres meses de encierro y asumió que el parto ya estaba cerca. Por eso era su deber constatar el proceso, mas la albina le negaba la chance incluso antes de pedírselo.

No comprendía la terquedad de la prisionera al negarse. Sabía que era astuta y logicamente ya habría deducido que no había motivo por el cual oponerse, después de todo era imposible que escapara y aún teniendo la remota chance de intentarlo no llegaría muy lejos con casi 34 semanas de gestación.

—Te cansas en vano—, musitó despacio contra la madera. Al otro lado de la puerta Kuma sudaba y gemía mientras seguía golpeando cada vez con menos fuerza. Ya casi no tenía energía y si continuaba así no faltaría mucho más hasta que se desmayara de nuevo.
—La matrona misma vendrá a verte si no lo hago yo—.

Kuma rió. —¡Que venga!—, desafió. —Muero por conocerla, ¡Aquí la espero!—.

La mujer resopló con fastidio rodando los ojos. —Bien—, mencionó cansada. —Me largo de aquí—.

La sombría guardó silencio mientras oía los pasos alejarse. Cuando no sintió su presencia volvió a reír despacio hasta llorar. El sudor descendió por su rostro acompañando las lágrimas. Antes de perderse a si misma, tomó la pequeña navaja que Samira le había dado hacía ya un tiempo atrás y la presionó fuerte en su puño.

—Mi cordura está por los suelos—, razonó presionando más el agarre. —Pero tú sí estás conmigo, ¿no?—  La silueta de la pálida mujer al frente se inclinó depositando un beso en su frente para calmarla. Al menos hasta que el filo de su mano separó su piel y el ardor y la sangre esfumaron la figura de su cerebro, trayendo a Kuma de nuevo a la realidad: No había nadie con ella.
La sombría se sintió deshecha, cansada y adolorida. Solo quería reposar. Solo no quería estar sola esa noche de nuevo. 

Muere por las Sombras [Temporada Final]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora