Daniela abrió los ojos y sonrió al ver que se encontraba entre los brazos de su lobo feroz. Le dio un vistazo al reloj que estaba sobre su mesa de noche y vio que eran las seis menos cuarto. La alarma estaba a pocos minutos de sonar. Depositó un suave beso sobre el pecho de su amado y se levantó con sumo cuidado, no quería despertarlo. Una vez de pie, lo observó durante un par de minutos, por extraño que pareciera, le gustaba verlo dormir. Más cuando lo hacía con ese gesto de satisfacción en su rostro. Cuando sintió tener suficiente de aquella vista, fue directo al baño, necesitaba hacer pis.
Llevaban varias noches bajo aquella rutina. Óscar se negaba a dormir sin ella, por ello, después de verificar que no había problema alguno con Gabriela y que Verónica estaba profundamente dormida, iba a su casa a eso de las once de la noche, para dormir a su lado. O mejor dicho, para pasar la noche dando rienda suelta al amor. Quería compensar todo el tiempo que estuvo fuera del país.
A las seis en punto, el despertador emitió un fuerte sonido. Provocando que Óscar gruñera.
—¿Ya son las seis de la mañana? Pero si apenas acabamos de dormirnos —soltó, manteniendo sus ojos cerrados, negándose a abrirlos. Se sintió un poco ligero de peso y llevó las manos a su pecho, lugar donde su caperucita solía apoyar su cabeza al dormir, y al notar su ausencia, abrió los ojos con rapidez— ¿Caperucita dónde estás?
—Estoy en el baño cielo —respondió en un tono de voz lo suficientemente alto para que el castaño la escuchara desde donde estaba.
Había decidido tomar una ducha, para luego bajar a preparar un café y así compartirlo con su chico antes de que se marchara. Pero Óscar tenía otros planes.
Daniela lanzó un pequeño grito, cuando lo vio entrar con ella a la ducha. Estaba como dios lo trajo al mundo. Luciendo su trabajado cuerpo, acompañado de una enorme erección que la hizo salivar. Sin darle tiempo a reaccionar, él la empujó contra la pared, rodeándola con su cuerpo, sujetándole las muñecas por encima de la cabeza.
—Caperucita traviesa. ¿Por qué no me invitaste a tomar la ducha contigo? —susurró mientras pasaba sus labios por los suyos.
—No quise despertarte. Te veías tan tierno —respondió con la respiración entrecortada. Cada vez que óscar la tocaba, sentía su cuerpo arder de deseo.
—Respuesta incorrecta. Ahora tu lobo tendrá que castigarte.
Ese tipo de juegos los prendía. A Óscar le gustaba sentir que en el ámbito sexual era el dominante, y ella su presa. Mientras que a Daniela le encantaba dejarse llevar. Y como no hacerlo, si cada que lo hacía, él se encargaba de llevarla a las estrellas.
—Si lobito. Castígame, devórame.
Óscar gruñó con satisfacción y la devoró a besos, provocando que Daniela soltara un grito ahogado al sentir como la poseía con su lengua.
—Me encanta que siempre estés dispuesta a jugar —soltó entre jadeos.
—Y a mí me encanta que juegues conmigo. Ahora, folláme —le exigió con voz ronca al oído.
Sintiendo el deseo de cumplir con su demanda, Óscar le dio bruscamente la vuelta, dejándola de espaldas a él y le pidió que se inclinara y apoyara sus brazos contra la pared.
—Espero que después de esto no te queden ganas de irte a duchar sin mí —murmuró antes de penetrarla y llevarla al límite de sus sentidos.
Minutos más tarde se encontraban en la cocina degustando un delicioso café bien cargado. Después de dormir tan pocas horas, ambos lo necesitaban.
—Deberías irte, ya son las siete de la mañana —alegó Daniela.
No quería que su chico se fuera, pero temía que su hijo despertara se encontrara con Óscar. Seguramente comenzaría a hacer preguntas y no sabría qué responderle. Aún no habían hecho pública su relación. Gabriela solo iba por su tercera quimioterapia y no veía prudente exponer lo que tenían. Por los momentos, así estaban bien.
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Por Siempre Tú...
RomanceCuando por fin sintió que había alcanzado las mieles de la felicidad junto a la mujer que amaba, Óscar, recibió una llamada que le cambio la vida. Confundido y sin saber qué hacer, dejó la ciudad sin despedirse de nadie. No hizo bien en irse de esa...