Alpaca de farra

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Hay países que no son solo ciudades grises con luces de fotón. Hay personas que viven un poco y de distinta forma. A veces cuando los padres buscan a sus hijos. Los encuentran muy adolescentes y es cuando el caos y las discusiones pasan. Todos están ocupados entonces, con demasiadas cosas que atender.

En esas ocasiones contar con alguna magia o poder es muy divertido. Y francamente útil, para brincar por las ventanas y salir con amigos u ocultar el champán en la mochila. Andrés hijo de un militar ya comandante temía por su futuro. Desde pequeñín había sorprendido en su padre una voluntad. Que creciera para ser militar también. Y el muchacho para no quedarse quieto en espera de cuando esto pasara, decidió tomar prevenciones. Para evitar a su padre consiguió irse de casa. Hacerse de un trabajo y del arriendo de un departamento. Tenía que estudiar sin ayuda de su madre, pero ya con sus 17 años empezaba a acostumbrarse.

Allí estaba, desparramado sobre su sillón verde. Despertando en un sábado tomando un día de descanso. - Crack - Andrés miró sus manos - Oh, parece que lo he vuelto a hacer- Se levanto con desgano arrastrando sus pasos. Cogiendo en el camino la ropa que usaría, ya en la cocinita se encontraba medianamente vestido. Una camiseta de mezclilla colgaba por sus hombros sin que la detuviese algún botón y los pantalones le crujían por haberlos lavado sin suavizante.

Estaba estrellando unos huevos contra el satén chispeante, cuando se oyó una llamada. Sin apresurarse, disminuyo la flama y contestó:

-Buenas amigo- se oyó desde el otro lado de la línea- ¿estas ocupado? la verdad es que quisiera verte- era Corentin

-Ah..! eres tú ¿Cómo va la escuela militar?

-Ni me preguntes. Solo ve a la plaza, ya hablaremos- y colgó

-Pues quién te crees tío...-dijo para sí Andrés cuando guardaba la oreja el teléfono. 

Estando ya en la plaza Andrés espero, espero sentado largo rato hasta divisar a Corentin. Cosa fácil, porque con esa palidez cristiana y el pelo rubio tintineante en polvo de hada... La familia de su madre era alemana y Corentín había heredado de ella bastante. Alzó su mano para saludar pero se quedo medio en seco. De lado de su amigo venía un hombre que le era familiar. 

Más de dos metros, y botones relucientes sobre el uniforme militar. Andrés se encontró de frente a su padre.

-Papá, eh...veo que sigues viéndote joven, aún a tus 45 años...-

-Gracias, pero vine aquí por un motivo- y dirigiéndose a Cornetín- Ya puedes dejarnos. Corentin quedó un poco apabullado, enrojeció de las orejas y se marchó por donde vino. Con algo de pena por haber servido de carnada.

-Muy bien- continuó el padre- como sabrás no poseo tu número ni tu lugar de residencia. Y he respetado tus decisiones, quieres privacidad y deseas ser responsable, por eso te comprendo. La verdad es que quería hoy pasar el día contigo puesto que me encuentro libre.

-Pues esta bien. De todas formas yo tampoco sabía que hacer...¿como esta mamá?

-Terrible ¿Es que hay madre que no se aflija por perder de su lado a un hijo? En mis veinte años de matrimonio que no la había visto así. 

-Ya. ¿tú a que edad te fuiste de casa?

-Intentas compararte conmigo..-esbozo su padre- fue a los quince. Pero a diferencia de ti, yo huí.

-Bueno. Ya que estamos aquí ¿A donde quieres ir? 


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