XXI. Él está vivo

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Sea lo que sea que estaba nublando mi mente hace un rato, ahora ha desaparecido, se lo ha llevado la brisa. Esta es la oportunidad que necesito, para irme, para regresar a casa y a mi vida y olvidarme por completo de todo esto.

Ahora, rodeada como estoy de gente, a nadie parezco importarle, las personas apenas posan sus ojos sobre mí por unos cinco segundos como máximo y siguen su camino. Aquí nadie quiere matarme, les importo tanto como les importaría una naranja.

Sigo la corriente de personas, trato de parecer lo menos sospechosa posible mientras busco con la mirada una manera de salir del carnaval. Me abro paso a empellones, recibo golpes en los hombros, brazos y pisadas tan fuertes que veo estrellas de colores. Maldigo un par de veces y camino lo más rápido que puedo.

Durante largo rato bordeo carrozas pequeñas, me meto por callejones abarrotados, trato de zafarme de los que intentan bailar conmigo.

Y empiezo a desesperarme.

Noto el pulso agitado y la respiración me hace cosquillas en el mentón gracias a la máscara. Retengo el impulso de quitármela al mismo tiempo que un tipo choca contra mí y me pisa con tanta fuerza que me tambaleo.

—¡Mierda! —grito, reparo en la suela y como se ha separado por completo del zapato.

—Eh, que no te vi —escucho que se detiene a mi detrás de mi.

Cada cierto tiempo la gente tiende a enloquecer y moviéndose de un lugar a otro como un conjunto de abejas asesinas, y en medio de esa revolución estoy yo. Y sólo yo porque todo parece enmudecer a mi alrededor.

Doy dos tumbos hacia atrás. Los ojos del tipo no se apartan de mí y su voz hace que algo dentro de mí se retuerza. Y no es posible. Un remolino de imágenes se crea en mi cabeza y, lejos de lo que quiero hacer, me quedo plantada en el mismo sitio con los ojos fijos en él mientras mi cerebro trata de convencerse a sí mismo de que esto no es una alucinación.

Pero lo vi, su cuerpo en el asiento, sangrando, los disparos antes de eso, y... ¿cómo es posible?

El tipo arruga el ceño y da unos pasos atrás. Un mechón anaranjado se cuela por la capucha de su abrigo, es él, y sus ojos abandonan mi cara... ¡No!, la máscara; creo que tiemblo por el alivio, no recordaba que llevaba la máscara puesta.

La multitud lo engulle y así como apareció se ha vuelto a ir. Pero no puedo calmar el pulso perturbado de mi corazón, esos ojos son capaces de ocasionarme pesadillas y ya sé que el que esté aquí en Viareggio no es una maldita casualidad.

Está vivo y buscándome.

Pero eso ya no es nada nuevo. Vuelvo a perder el norte. Alguien me patea el tobillo y oigo como arrastra una disculpa y se tambalea hasta que la gente se lo lleva. Yo sigo de pie en el mismo lugar, sin poder mover un músculo.

Probar la Realidad [NUEVA VERSIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora