Otra de esas peleas, se habían convertido en algo casi diario, lo cual parecía extraño pues casi nadie se adentraba en aquel callejón. Era como si alguien lo hubiese estado observando, lo cual era exactamente la situación, sin que Dai se percatara de ello.
Se encontraba defendiendo a su dragón y pequeña caja como siempre, en cuanto un extraño se acercó, y con tan solo tronar sus dedos fue capaz de detener a los tres muchachos que intentaban inútilmente quitarle todo.
—Bueno, definitivamente defiendes lo que quieres, aún si no tienes nada.— La voz del extraño era relajada y casi familiar, tal vez había pasado por allí y Dai no tuvo la menor idea de sus intenciones. —¿Quieres venir con nosotros?
—¿Y dejar que me maten? No gracias.— Caminó de vuelta doblando su caja, dejándose caer cansado, había sido demasiado por un día.
El extraño lo miró con una sonrisa en el rostro. —¿Y acaso justo ahora es vida?— Dai lo miró curioso de a qué se refería. —¿Esto que llevas es vida? Ven conmigo, tienes talento y habilidades, solo necesitamos pulirlas. Trabajarás para mí, serás leal a mí, y a cambio, te daré un lugar para vivir, comida, agua, piensa más allá, te daré todo lo que necesites... y con el tiempo, conseguirás todo lo que quieras.
A pesar de no conocerlo, tenía razón. ¿Qué podía perder? De igual manera él iba a morir allí, en algún momento, de hambre, frío, tristeza. Se levantó tomando sus únicas dos pertenencias. —Yo no confío en nadie.—No lo hagas, no tienes que confiar. Puedes hacer las cosas por ti mismo, para que nadie más te vuelva a pasar por encima. Renace, demuéstrale al mundo que no eres solamente un niño al que abandonaron.— Dicho esto, Dai mencionó no irse sin sus cosas, a lo que el hombre aceptó.
En poco tiempo, estaban en una especie de edificio grande, muchas personas observándolo, ropa nueva y comida siendo entregado a él, una habitación propia y muchas cosas por aprender.
***
Estaba de más decir que Dai aprendía rápido, le gustaba hacerlo, el saber lo que otros no sabían, no para creerse superior, simplemente porque quería demostrar lo que podía hacer.
El primer año fue el más complicado, hubo burlas hacia él, retos, amenazas. Todo hasta aquel día. Se encontraba entrenando cuando específicamente alguien que siempre lo molestaba comenzó de nuevo. Después de haber estado horas entrenando, mientras los demás se divertían en una de sus fiestas (las cuales le parecían inútiles), cuando salió, terminando por el día.
—¿Ya te vas?— Cuestionó uno de ellos. Dai solamente siguió caminando. El chico era dos años mayor que él pero había llegado después; no lo conocía, no sabía absolutamente nada de su vida. —Te pregunté algo.— Riéndo giró hacia la chica en su regazo. —Por eso lo abandonaron. Es un huérfano tan idiota.— Dai giró con rapidez, lanzando el cuchillo directo a su corazón. La chica gritó aterrada, mirándolo con horror.
A partir de allí, nadie más, ni siquiera dentro del grupo, se atrevió a meterse con él. Dai no volvió a fallar, y si había riesgo de hacerlo, se encerraba hasta asegurarse de que no lo habría, ese margen de error debía ser un 0%.
***Poco a poco fue subiendo de puesto, enfrentamientos con otros para conseguirlo, castigos brutales que lo llevaban a sangrar y casi morir, palabras hirientes y sus emociones siendo bloqueadas dentro suyo. Todo eso y más había sido necesario para llegar a ese momento, en el cual lo nombraban y la placa de su habitación cambiaba, así como el lugar de la misma, siendo enviado a una de las amplias.
Su lealtad y esfuerzo habían dado los resultados que buscaba e inclusive mejor que eso. Había subido por esa escalera dolorosa y en la cual soportaba a veces con los pies firmes, otras sostenido con solo tres de sus dedos intentando no caer. A pesar de todo, Dai no demostraba dolor. Podían estarlo torturando, podían estar a punto de matarlo, pero él no gritaría, no se inmutaría, no demostraría.
Así fue como logró convertirse en la mano derecha que a la vez era completamente independiente, su propio jefe se lo decía. Dai trabajaba para quien y en cuanto quería; por eso era alguien tan distinto, por eso estaba allí.
Y definitivamente recordaría cada palabra y acción. Nunca más lo iban a pisotear, no volvería a ser ese niño débil y sensible que solía ser.