Tic tac, tic tac, tic tac...
El movimiento de las agujas del reloj resonaba en toda la estancia, mis ojos luchaban por abrirse mientras la luz incidía directamente sobre ellos. Mis manos se sentían pesadas y mi cabeza palpitaba. No recordaba como había llegado allí, mi memoria tan solo recogía pequeños fragmentos de colores.Recordaba bien esta sensación, era igual que siempre, un segundo cierras los ojos y al siguiente Él está ahí. Pero en realidad siempre está ahí, acechando entre las sobras, esperando el instante perfecto para abalanzarse y acabar con todo lo que soy.
Finalmente me armo de valor y me levanto, caminando hacia el espejo, preparada para verlo.
Rojo, solo veo rojo.
Fue Él, no hay otra explicación.
Quisiera poder tener la esperanza de equivocarme, pero es imposible. Ya me he resignado al hecho de que no hay otra respuesta. No importa lo que haga, Él siempre vuelve.
Y lo peor, es que sí podría equivocarme. El simple pensamiento me hace cerrar los ojos con fuerza y empezar a hiperventilar. No, debía creer que no eran Ellas. Al menos si era Él no habría inocentes implicados.
Encendí mi teléfono, entré a las noticias y lo vi. En primera página. 13 años.
Asmodai. Fue ella.
Respiro hondo y me digo que podría ser peor, que podría ser... No, no debo pensar su nombre, no me atrevo. No cuando su obsesión es todavía más enfermiza.
Escucho un repiqueteo, un grifo gotea y entonces noto como mi garganta ruega por un poco de agua que calme la sed que me quema. Voy a la cocina y me sirvo un vaso, mi mirada perdida entre los azulejos de la pared mientras mis pensamientos causan un revoltijo en mi estómago.
Sé lo que debo hacer ahora, sé que debo volver a entrar en el oscuro despacho y poner a funcionar el viejo gramófono demacrado. Me suurro unas palabras de ánimo y me encamino a la tercera puerta a la derecha.
Abro la puerta y siento ese característico olor a podredumbre inundando mis sentidos, vuelvo a observar esas paredes grises con la pintura desconchada y el gran escritorio de roble que abarca la mitad de la estancia. Mis ojos se ven atraídos hacia la gran estantería que cubre la pared detrás del escritorio pero pronto los aparto cuando recuerdo los macabros títulos que adornan esas envejecidas cubiertas de cuero. Me adelanto y coloco un vinilo sobre el aparato a mi izquierda antes de ponerlo a funcionar con mis manos temblando. Mis pies se mueven de forma automática y me llevan hasta la vieja butaca color borgoña en la que tantas veces me había sentado.
Hacía cuatro meses que no necesitaba entrar ahí, había llegado a pensar que quizás no tendría que volver jamás. Que ilusa he sido.
Me sitúo en el ya conocido lugar que me da la bienvenida como un viejo amigo, sin embargo mis estremecimientos poco tienen que ver con esa cálida sensación. Cierro los ojos y dejo que mi mente vague por el tenebroso pasillo que conforman lo que denomino el "mundo interno" Las puertas a mi alrededor se encuentran cerradas, pero ninguna con cerrojo, no hasta que alcanzo la última.
Veo un candado de hierro que me impide la entrada, a mi espalda todavía suena la grotesca cacofonía de gritos ahogados que había hecho sonar antes de venir. Entonces sonreí al ver como el óxido se comía el pulcro metal. Tragué saliva y abrí la puerta para entrar en el horroroso recuerdo que me aguardaba al otro lado.
Escuchaba el golpear de unos tacones contra el suelo y de pronto oí como una voz amable se dirigía a la pequeña Ágata. La niña no parece alcanzar su edad, quizás sus rasgos la hacen asemejarse más a una niña de diez años.
-Hola cariño. Me llamo Asmodai. Me he perdido y me preguntaba si podrías llevarme hasta la cabaña más allá del gran roble- la sonrisa amable en el rostro de aquella hermosa fémina poco hacían para convencer a la pobre chica.
Pero por desgracia para ella la mujer la había elegido y no desistiría hasta lograr su objetivo.
Se acercó a la niña frente a ella y susurró algo en su oído. Después de ver la mueca de terror que había creado en la pequeña no creo querer saber qué palabras utilizó.
Pero la convenció y en seguida empezó a guiar el camino.
Siempre había sido nuestro cuento de terror aquí en Wilson. Se decía que una vez cruzado más allá del viejo roble jamás volverías. La leyenda se acrecentaba cada vez que alguien perdía la vida allí y, siendo sincera, eso ocurría demasiado a menudo.
Cada pequeño paso hacía crujir las hojas que adornaban el camino como cada otoño. Las rabas desnudas de los árboles proyectaban sus demacradas sombras sobre todas las superficies y la respiración de Ágata sonaba tan rápida que parecía estar entrando en un estado de puro pánico.
De pronto los pasos cesaron.
La mano de Asmodai se colocó sobre el hombro de la niña a la que había decidido llamar su pequeño Dodo. ¿Por qué?
-Porque pronto tu frágil mente te llevará a la muerte, tal y como siempre decimos que sucedió con dichos animales.
De pronto mis oídos captaron el revolotear furioso de un pajarillo. Pensé que era irónico, un inocente animal que tanto desentona en esta tenebrosa estampa. Hasta que oí como graznaba y comprendí que se trataba de un cuervo, negro como la noche, casi como si el universo enviara el escenario más adecuado para la situación.
El cuerpo de la joven temblaba mientras sus ojos se movían furiosamente. Veo como los cierra de repente ante las palabras de la mujer frente a ella. Casi puedo sentir como su aliento roza mi piel justo antes de que contnga el aire, con miedo a hacer el más mínimo de los movimientos.
De repente escucho un alarido que tan solo dice una palabra: HABLA
Sus labios se despegan y responde con un hilo de voz a lo que sea que ella le haya exigido.
No quiero seguir mirando, pero sé que recordarlo más adelante tan solo lo hará peor.
En cuanto estos pensamientos surcan mi mente noto un cambio en la atmósfera y sé que su plan ha surtido efecto.
Ágata se acerca a la bolsa negra que hay colgada de uno de los árboles y saca una cuerda.
Sus movimientos ya no son erráticos, su actitud ahora es decidida y sé que si no me estuviera dando la espalda podría ver una sonrisa desesperada destruyendo su inocente rostro.
Es entonces cuando se gira y me mira. No a Asmodai, a mí. Sé que es a mí. Por un momento sus ojos vuelven a parecer vulnerables y sus labios pronunian un suave gracias antes de que su mirada vuelva a deformarse.
Veo como aprieta el maldito nudo y fija sus brillantes ojos azules en un punto frente a ella.
Puedo ver cada uno de sus dientes, blancos y ligeramente torcidos.
Poco a poco observo como esos dos brillantes faros que antes reflejaban el color de un cielo veraniego ahora se apagan poco a poco. Ya no brilla, parecen un augurio de tormenta.
Su sonrisa no se borra. Jamás lo hará.
Abro los ojos, de vuelta en mi despacho. Siento el regusto salado de las lágrimas en mis labios y sonrío con pesar agradeciendo que al menos Calíope no salió a borrar la última sonrisa de Ágata. Al menos hoy puedo dormir tranquila.
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Relatos oscuros para una noche de tormenta
القصة القصيرةMi corazón solía hacer ese extraño sonido tan rímico como si estuviera roto "bum-bum bum-bum". Así que me lo quité, lo abrí y lo arreglé, ahora por fin está en silencio. ¿Quieres que arregle el tuyo? Hace el mismo ruído.