Capitulo 8

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FUE un mes entero de nerviosidad desesperante.

Todas las mañanas, a hurtadillas de su mujer, Julián tomaba el diario y leía temblando las

cotizaciones.

Las “Adiós mi Plata” firmes. Subieron dos puntos. Quedaron a 15½ comprador.

¡Maravilloso!

Ni se acordaba de las miserias de su casa. La mujer tronaba, ¡qué iba a hacerle! Ya pasaría todo

aquello y serían millonarios.

Pero Leonor no lo sabía e insinuaba:

–Mira, Julián, mientras se arregla el asunto del legado, ¿qué te parecería que vendiera los aros de

perlas? No los uso nunca. ¡Son demasiado valiosos para mí!

Era el supremo recurso financiero que en los momentos álgidos de crisis asomaba a sus labios. Lo

indicaba tímidamente porque sabía de antemano la respuesta:

–¿Estás loca? ¿Vender las perlas que te dio mi madre?

Ella suspiraba sin atreverse a insistir. Julián parecía no darse cuenta de la situación.

Así era en realidad. La Bolsa le obsesionaba.

Para distraerse, salía con Luis Alvear o iba a casa de Goldenberg.

Porque Goldenberg, le había tomado un cariño verdaderamente fraternal.

Invitaciones a almorzar, a comer, al teatro, al biógrafo.

Sólo Anita con sus ojos inquietos y misteriosos como un mar, lo hacía desentenderse por algunas

horas, de ese terrible ir y venir de las acciones.

Tenía los caprichos más curiosos: Ahora quería que escribiera un libro en que apareciera una mujer

extraña que dejaba a su marido, su casa, y su fortuna por irse con un poeta que la comprendía.

–¿Ud. no ha escrito nunca una novela?

–Las novelas hay que vivirlas –decía él. Después se escriben. De otra manera no resultan reales... y

la historia de su vida había sido tan serena, tan burguesa... ¡Oh! Las protagonistas apasionadas

como la que ella imaginaba, no eran fáciles de encontrar en estos tiempos. Habían muerto con el

romanticismo.

–¿Cree Ud. que no hay ninguna?

Le envolvía en una mirada dulce y capitosa como vino añejo, y añadía en tono alegre:

–Yo, al contrario, creo que la dificultad está en hallar el “héroe”. Hay que crearlo. Y qué difícil debe

ser crear un personaje!

Julián no podía menos de sonreírse. Él, por de pronto, había creado a Davis. Así, de buenas a

primeras, sin pensarlo mucho, cediendo a un instinto ciego y egoísta, –todas las concepciones son

lo mismo, había lanzado al mundo aquel engendro que se paseaba por Bolivia y preocupaba a

Goldenberg, y perturbaba los negocios de Bastías y especulaba con éxito en la Bolsa.

–No crea, Anita. Nunca el dar vida a un ser es un problema.

Ella le miraba con sonrisa picaresca.

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