FUE un mes entero de nerviosidad desesperante.
Todas las mañanas, a hurtadillas de su mujer, Julián tomaba el diario y leía temblando las
cotizaciones.
Las “Adiós mi Plata” firmes. Subieron dos puntos. Quedaron a 15½ comprador.
¡Maravilloso!
Ni se acordaba de las miserias de su casa. La mujer tronaba, ¡qué iba a hacerle! Ya pasaría todo
aquello y serían millonarios.
Pero Leonor no lo sabía e insinuaba:
–Mira, Julián, mientras se arregla el asunto del legado, ¿qué te parecería que vendiera los aros de
perlas? No los uso nunca. ¡Son demasiado valiosos para mí!
Era el supremo recurso financiero que en los momentos álgidos de crisis asomaba a sus labios. Lo
indicaba tímidamente porque sabía de antemano la respuesta:
–¿Estás loca? ¿Vender las perlas que te dio mi madre?
Ella suspiraba sin atreverse a insistir. Julián parecía no darse cuenta de la situación.
Así era en realidad. La Bolsa le obsesionaba.
Para distraerse, salía con Luis Alvear o iba a casa de Goldenberg.
Porque Goldenberg, le había tomado un cariño verdaderamente fraternal.
Invitaciones a almorzar, a comer, al teatro, al biógrafo.
Sólo Anita con sus ojos inquietos y misteriosos como un mar, lo hacía desentenderse por algunas
horas, de ese terrible ir y venir de las acciones.
Tenía los caprichos más curiosos: Ahora quería que escribiera un libro en que apareciera una mujer
extraña que dejaba a su marido, su casa, y su fortuna por irse con un poeta que la comprendía.
–¿Ud. no ha escrito nunca una novela?
–Las novelas hay que vivirlas –decía él. Después se escriben. De otra manera no resultan reales... y
la historia de su vida había sido tan serena, tan burguesa... ¡Oh! Las protagonistas apasionadas
como la que ella imaginaba, no eran fáciles de encontrar en estos tiempos. Habían muerto con el
romanticismo.
–¿Cree Ud. que no hay ninguna?
Le envolvía en una mirada dulce y capitosa como vino añejo, y añadía en tono alegre:
–Yo, al contrario, creo que la dificultad está en hallar el “héroe”. Hay que crearlo. Y qué difícil debe
ser crear un personaje!
Julián no podía menos de sonreírse. Él, por de pronto, había creado a Davis. Así, de buenas a
primeras, sin pensarlo mucho, cediendo a un instinto ciego y egoísta, –todas las concepciones son
lo mismo, había lanzado al mundo aquel engendro que se paseaba por Bolivia y preocupaba a
Goldenberg, y perturbaba los negocios de Bastías y especulaba con éxito en la Bolsa.
–No crea, Anita. Nunca el dar vida a un ser es un problema.
Ella le miraba con sonrisa picaresca.
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El Socio
RandomLos únicos seres reales son los que nunca han existido, y si el novelista es bastante vil para copiar sus personajes de la vida, por lo menos debiera fingirnos que son creaciones suyas, en vez de jactarse de la copia. OSCAR WILDE