“ÍTEM más, lego a mi sobrino Julián Pardo el escritorio de caoba y la suma de quince mil pesos para
que me tenga presente en sus oraciones. “
¡Pobre tío!
Vivía arrumbado como trasto inútil en una pequeña quinta de Quillota, y he aquí que hace
testamento y junto con la beneficencia, el hospital, la escuela de la parroquia, etc. incluye a Julián
entre una serie de obras pías, estira la pata y se marcha al cementerio con el hábito de hermano
tercero, sin ruido ni vanidades, dejando tras de sí la estela de quince mil pesos...
¡Pobre tío Fabio...! ¡Era un campeón del rosario y los recuerdos de familia...! ¿A quién le habría
dejado el retrato del abuelo con su gran corbatín negro y su cara de aguilucho desplumado?
Julián estaba seguro de que le debía a su nariz delgada y curva, con vaga semejanza a la del
cuadro, ese recuerdo cariñoso que ahora se traducía en un legado. Heredaba por la nariz, heredaba
por una línea curva como otros heredan por la línea recta. ¡Qué diablo! Nadie sabe por donde ni por
qué llega el dinero ¡pero venía bien!
En el escritorio y ante el viejo mueble de caoba, consideró el caso detenidamente. ¡Quince mil
pesos! Una serie interminable de cuentas y compromisos acudieron al recuerdo como a un concurso
de acreedores: cinco mil pesos al Banco, tres mil a un amigo intimo; mil, la letra que descontara Luis
Alvear; 400 al sastre... ¡qué horror! Los quince mil pesos en contacto con su mano estallaban como
un shrapnell.
Al día siguiente estaría más pobre que ahora… y luego su mujer, su pobre mujer que esperaba
siquiera una pequeña parte de esa suma para sacar a veranear al chico “que estaba tan delicadito”,
para arreglar algo la pieza y comprarse un abrigo más decente... No; para eso más valía intentar una
“arriesgada” en el tapete, en la bolsa, en cualquier parte. ¡O se duplican o no hay nada!
Mentalmente consultó a sus acreedores. ¿Qué les parece mejor? Recibir un treinta por ciento al
contado –veía bien que no podría corresponderles más– o exponerse unos momentos a trueque de
obtener el pago íntegro del crédito.
¡Bah! No cabía discusión: Desde el Gerente hasta el lechero parecían hacerle un signo afirmativo:
–Conforme, don Julián, hay que arriesgarse.
Pero en el garito, no; dijo Julián; seria mal visto por Uds. mismos. En la Bolsa: Eso es más de
caballero. Mi pobre tío Fabio no se conformaría jamás de ver su dinero reducido a fichas en una
mesa de juego...
Cogió el diario. ¿Qué acciones comprar?
Ucayanis, Fortuna, La Gloriosa, Adiós mi Plata,… no tenía la menor idea de esos títulos. ¡Qué
tontería! A qué pensarlo tanto. ¿No iba a intentar un golpe de fortuna? Buscaría una “mano inocente”
para la jugada.
Llamó a su mujer,
–Dime: supuesto el caso de que así como mi tío nos ha dejado quince mil pesos, nos hubiera dejado
cien mil y quisiéramos hacer una inversión ¿cuál de estas acciones elegirías?
–Ninguna. Yo sería partidaria de comprar una casita, no muy grande, por supuesto, pero bonita, de
esas en forma de chalet, con ladrillos colorados y una enredadera de flor de la pluma que subiera
por la pared del fondo, para ocultar un poco el gallinero...
–¡Hija, por Dios! No sigas haciendo construcciones. Recuerda que la herencia no es de cien mil
pesos sino de quince mil, y hay que pagar un mundo de acreedores.
Has cuenta de que se trata de un millonario excéntrico que quiere meter su dinero en cualquier
cosa...
–Para un hombre tan estúpido yo le aconsejaría estas acciones: las “Adiós mi Plata”. ¿Te parece
bien?
–¡Admirable! Dijo, riéndose, Julián.
Ella se acercó mimosa.
–Dime la pura verdad. ¿Es Davis el que te ha hecho ese encargo?
–¿De donde sacas ese disparate?
–No me lo niegues. Ese millonario raro tiene que ser él... ¿A qué lo ocultas?
Y añadió con malignidad.
–Cómprale las “Adiós mi Plata”. ¡Muchas muchas! ¡Cuánto me alegraría de que perdiera!
Aquel recuerdo de Davis fue para Julián una revelación.
¡Su mujer tenía razón! No era propio que él, un infeliz que debía a cada santo una vela y necesitaba
mantener su prestigio de hombre serio, se metiera a especular. En cambio Davis...
Como lo pensó lo hizo.
Esa misma tarde fue donde un corredor de comercio y le explicó en breves palabras el asunto: Su
socio, un inglés acaudalado, quería comprar algunas acciones de la Compañía Adiós mi Plata;
quería, eso sí, limitar sus pérdidas a una cifra dada.
–Aquí tiene estos diez mil pesos como garantía. ¿Le puede comprar dos mil acciones? Bien. Si
bajan más de cuatro puntos, liquida Ud. la operación. Si suben, espera instrucciones.
–Conforme. ¿Cómo se llama su socio?
–Walter Davis.
–Perfectamente, –y anotó en su libro de órdenes: “Walter Davis... 2.000. Adiós mi Plata”.
¡Con qué gusto miró Julián aquel apunte! Era la primera vez que Davis actuaba por su cuenta.
¡Buena suerte!
Y abandonó la Bolsa triunfalmente.
Una semana después, Davis estaba ganando seis mil pesos.
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El Socio
CasualeLos únicos seres reales son los que nunca han existido, y si el novelista es bastante vil para copiar sus personajes de la vida, por lo menos debiera fingirnos que son creaciones suyas, en vez de jactarse de la copia. OSCAR WILDE