Capitulo 5: Golondrinas

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Finalmente, el sábado llego, lento y tortuoso, pero al final estaba acá. Con energía renovada abrí las ventanas de mi habitación, el sol golpeo mi piel cálidamente y el cielo brillaba sin nubes a la vista. Sonreí con aprobación. 

Los últimos despojos del verano se hacían presentes y pensaba aprovecharlos al máximo antes de que los días fríos lleguen. Golden estaba en el jardín, arreglando algunas plantas, un pañuelo en su cabeza sujetaba su pelo y unos guantes de jardinería refugiaban sus manos, gire mi cabeza de un lado a otro, Richard aún no se veía y su auto no estaba en el garaje, seguía en el trabajo.

Sin riesgos cercanos cerré un poco las cortinas de mi ventana y luego de asegurar la puerta, abrí el fondo falso del armario, buscando que usar hoy en la noche. 

No tenía mucha ropa, y la última vez había usado mis posibles opciones, de repente me sentí frustrada, no realmente en algo en concreto, sino en varias cosas a la vez. Me sentí enojada por mi falta de ropa normal, por la trenza en mi cabeza que apretaba sin descanso mi cabello, porque aún faltaban unos meses para terminar la preparatoria e irme de aquí, pocos, pero era inevitable sentirlos eternos. Un pedazo de tela llamo mi atención al final del armario, la estiré y cuando cayó en mi regazo pude darme cuenta que era un viejo pantalón de jean, largo, suelto y manchado en sus pantorrillas. Lo mire críticamente, era lindo, pero las manchas lo habían arruinado, podría cortarlo hasta las rodillas y hacerlo útil de nuevo. Era temprano y tenía tiempo libre, me senté en mi escritorio y comencé a trazar líneas con un marcador.

La tarde llego más rápido de lo esperado, el cielo se tiñó de colores rosas y anaranjados, termine mi trabajo con el pantalón, ahora una bermuda de jean desgastada y ligeramente más larga de una pierna que otra, apenas unos centímetros, me convencí de que nadie lo notaria. Guarde las tijeras e hilos en un cajón y deje la prenda arriba del escritorio. Agarre un viejo sobre de mi mesita de luz y me senté en la ventana, con las piernas colgando hacia fuera y mire, solamente mire. 

Una bandada de golondrinas surco el cielo despejado, cientos de ellas, emigrando a un lugar cálido antes de la llegada del invierno, las vi recorrer el cielo como un baile fluido, como delfines en el agua, deseando que me crecieran alas y así poder acompañarlas. Las golondrinas con sus enormes colas llenas de hermoso plumaje no soportan el frio, mueren lentamente en condiciones heladas, por eso migran de un lado a otro, siempre persiguiendo el verano para poder sobrevivir. Me sentí igual, sintiéndome morir lentamente aquí, deseando extender mis alas y volar, lejos, por bastos paisajes y lugares. Cuando sus figuras se perdieron en el horizonte, como puntos uniéndose a las estrellas salientes me pregunte si yo sobreviviría como ellas.

Con un suspiro tembloroso saque el contenido del sobre. Los papeles crujieron en mis manos, y entre ellos saque lo más importante que tenía, una foto de mi madre y yo. Su cabello castaño caía sobre su hombro, largo, suelto e indomable, como ella. Estábamos sentadas en una vieja cama de hotel, yo sobre su regazo, envuelta en sus cálidos brazos, ambas sonriendo. Siempre pensé que su sonrisa era la más hermosa del mundo, aun lo sigo sosteniendo. A pesar de tener 5 años recuerdo perfectamente ese momento.


***

Estaba mirando unos viejos dibujos animados en la televisión, mi espalda pegaba contra la cama, arrodillada en el suelo y con una manta alrededor mío, mantenía mis ojos en la imagen frente a mí. Mamá se fue hace unos minutos a comprar algo para comer en la gasolinera delante del hotel. Apreté la manta con fuerza, no me gustaba estar sola y afuera los días comenzaron a ser fríos.
El sonido de la cerradura llamo mi atención, el gorrito de lana que tenía puesto cayó sobre mis ojos cuando moví mi cabeza, lo empujé con mi mano hacia atrás.
Mamá atravesó la puerta con unas bolsas de plástico, la cerró rápidamente tratando de impedir que la ventisca de aire frio invada la habitación. Dejó todo en la mesa al lado de la ventana y luego de sacarse la bufanda, que colgó en un perchero, me sonrió y se sentó en la cama, a un lado de mí.

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