Capitulo 2: Dilworth

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—En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amen —besé el rosario al final de la oración, moví ligeramente el abanico en mi mano despejando unos pocos cabellos que se escaparon de la trenza que llevaba puesta—, recuerden que este domingo es un día especial, pues celebraremos la misa como acostumbramos. Pero también, celebraremos el nacimiento de la virgen. la familia Kellinson ofreció amablemente su hogar para el almuerzo que se llevara a cabo ese día, como siempre unos miembros destacables de nuestro pueblo.

Las demás personas aplaudieron al final de las palabras del sacerdote, baje la mirada incomoda de tener todas sus miradas sobre mi familia. A mi lado, mi tío carraspeo su garganta disimuladamente, obligándome a levantarla nuevamente. Una fugaz mirada de mi parte y como siempre, en su rostro y en el de mi tía había sonrisas relucientes e impecables, torcí el gesto al verlos.

—No olviden que todos somos iguales ante la mirada de dios y entre nosotros mismos —levantó una mano para dar más énfasis a sus palabras, mire mi reloj esperando poder volver a casa, la aguja parecía burlarse de mí, quedándose paralizada en cada segundo más de lo necesario—. Por eso mismo, cada uno deberá contribuir con algo, sea comida o bebida. Esta comunidad se sostiene gracias a la voluntad de tan buenos cristianos. Estoy seguro que nuestras mujeres nos sorprenderán con los más deliciosos festines este 8 de septiembre. Sin más que agregar, tengan una buena mañana y nos vemos este domingo.

Las personas comenzaron a abandonar la iglesia del pueblo. Bajamos las escalinatas de entrada, siempre detrás de mi tío. Todos sabían que el hombre iba adelante, liderando el camino, a su derecha, detrás de su hombro, su esposa, y detrás de ambos, los hijos o en su defecto, los jóvenes de la familia.

El sol picaba sobre mis brazos y mis piernas se sentían incomodas bajo el largo vestido que llevaba puesto. Mi tío se detiene a conversar con algunos hombres, seguramente sobre la organización de este domingo, con un suspiro saqué el sombrero bajo mi brazo y me lo coloqué, refugiándome del sol.

Hoy era miércoles 4 de septiembre de 1980, y el verano parecía no querer irse. En Charlotte los días fríos comenzaban a llegar desde el 23 de septiembre, con la llegada del otoño. Pero no era de extrañar que las temperaturas disminuyan semanas antes, el clima era realmente favorecedor para la celebración de este domingo. Iba a ser un fin de semana único, de esos que rara vez se repiten.

Miro distraídamente la iglesia, llamada iglesia de San Patricio, debido a que su construcción comenzó el día del mismo nombre en 1938. Actualmente designada como iglesia catedral desde hace 8 años, en 1972 por el papa Pablo VI cuando estableció la Diócesis de Charlotte. De arquitectura neogótica, se elevaba altiva y soberbia, en el corazón del pueblo, sobresaliendo del resto de las estructuras.

Mi tío da por terminada su conversación y comienza a marcharse por la acera, lo seguimos rápidamente. No hace falta que hable, las mujeres tienen que seguir al hombre de la familia, siempre atentas a sus órdenes, así fue siempre. Mi tía Golden Spikson, si, así se llama, un peculiar nombre para una mujer peculiar, se engancha del brazo de mi tío, mejor conocido como Richard Kellinson. Juntos caminan lentamente, con sus elegantes ropas en la cálida mañana por las calles de Dilworth.

Dilworth es un pequeño barrio, de no más de 50 manzanas a la redonda en Carolina del Norte, uno de los cuantos pueblos que limitan con la gran cuidad de Charlotte, apenas a 20 minutos de aquí. Una de las características que en mi opinión enamoran de Dilworth son sus inmensos robles. Cada calle invadida por ellos, cerrándose en sus copas delicadamente en forma de techos de hojas relucientes. Formando refugios contra el sol, logrando que caminar por sus calles, de bastas aceras, sea una experiencia relajante.

Absorta en mis cavilaciones, no me di cuenta que habíamos llegado a casa hasta que cruzamos la cerca de entrada. Nuestra casa en una de las pocas de estilo Queen Anne que hay en el pueblo, específicamente hay solo otra, la de la familia Benneth, a unas calles abajo.

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