CH 30 - Gato enfadado araña hasta con el rabo

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Las nueve y media.

Joel baja de la moto delante del garaje de su casa cumpliendo su promesa de traerme de vuelta antes de las once de la mañana.

Observo mi fachada y suspiro. Va a ser un sábado difícil.

—Puedes venirte conmigo y pasar una maravillosa mañana dejando que te putee.

El idiota consigue hacerme sonreír.

—Tentador, pero voy a hacerme la dura y rechazar el plan. —le devuelvo el casco y me reajusto la ropa, como si fuese a enfrentarme a la entrevista de trabajo más difícil de mi vida.

¿Y ahora qué?

Me quedo ahí plantada observando como Joel reubica su moto en el garaje sin saber muy bien qué hacer ni cómo despedirme.

Hemos pasado una noche de infarto, sí. Está claro que tengo sentimientos por él, por desgracia. Pero después de lo de esta noche no significa que para él haya cambiado nada, ¿no?

Podría preguntarle pero no pienso hacerlo ni muerta, además sé perfectamente qué respondería. Seguro que se reiría de mí diciendo que soy una clasista y que sólo ha sido un polvo al que le estoy dando mucha importancia. Realmente para Joel tengo claro que sólo ha sido eso, llevo toda mi adolescencia oyéndolo en su cuarto con mil chicas distintas así que no me planteo ser nada más que eso. Una más.

Intento disipar ese pensamiento que me pinza el corazón de dolor y manejar asuntos más apremiantes ahora mismo...

¿Cómo te despides del polvo de una noche del que te has enamorado? ¿Estrechándole la mano? ¿Chocando los puños? ¿Huyendo en silencio?

Mientras cierra la puerta del garaje y se acerca de nuevo a mí opto por la opción neutra e inocente. El beso en la mejilla. Fácil, sencilla y sin compromisos.

—Hasta el lunes, capullo.

Me acerco decidida a ejecutar mi maniobra y cuando estoy a un palmo suyo, me rodea la cintura con sus brazos como si fuese lo más natural del mundo y une sus labios con los míos.

Perfecto, ahora sí que me va a explotar la cabeza. 

Intento mantenerme cuerda y consciente pero cuando tira de mi labio inferior apremiándome para que le deje meterme la lengua, jadeo y me pierdo.

Coloco mis manos sobre su nuca y me pego a él mientras mi lengua acaricia la suya, provocándole un suspiro de placer.

Me besa lentamente, succionando mis labios con suavidad y ternura y le odio por ello. Parece que le importe y eso está consiguiendo crearme falsas esperanzas. No quiero engancharme más por Joel Sendra, pero no quiero despegarme de sus besos.

Cuando rompemos el contacto tengo tantas mariposas en el estómago que podría salir flotando calle abajo.

—Hasta el lunes, brownie.

Y dándome una palmada en el culo se gira y entra en su casa.

Me quedo ahí plantada unos segundos absorbiendo el momento, el sabor de su piel y la calidez de su cuerpo, antes de girarme y dirigirme a mi campo de batalla.

Cuando giro el pomo de la puerta de mi casa, las mariposas se transforman en piedras que me impiden respirar.

Entro al salón en silencio, esperando no encontrar aún a nadie levantado pero unos ojos marrones se encuentran con los míos al instante.

Mi padre.

Madre mía, debe haber pasado la noche despierto en el sofá.
Estoy jodida.

—Papá...

—Sientate. —su voz firme y autoritaria corta mis balbuceos y me hiela la sangre. Mi padre es un hombre amable y cariñoso y no reconozco a la persona que me está mirando.

Le obedezco en silencio y me siento en el sofá de delante suyo.

—No vas a volver a acercarte a Joel Sendra y desde luego no pienso aceptar otro numerito como el de esta noche.

Su tono y exigencias me aturden y una chispa de enfado me asalta. Pero respiro hondo e intento mantener la calma. Debe haber sido una noche difícil para él. Seguro que explicándoselo todo va a entenderme.

—Papá, mira, déjame que te lo explique...

—Ésta es mi casa y vas a obedecerme. No quiero oír tus chorradas.

Y se levanta dando por finalizada nuestra conversación, dejándome con cara de pasmarote mientras planea dirigirse a su habitación.

Lo llevas claro, Pablo Cardona.

Me levanto bruscamente y dejo que la chispa tome el control.

—Ya que no quieres oír mis chorradas, te resumo la conclusión: pienso ver a Joel todo lo que me dé la gana.

Mi tono de voz elevado por mi creciente enfado provoca ruidos en el piso de arriba. Seguramente haya despertado a Clara.
Rezo para no haber despertado también a mi hermano pequeño.

Mi padre se gira con los ojos hinchados de ira y aprieta los nudillos con fuerza.
Siento flaquear y las lágrimas, mezcla de tristeza y enfado, asoman a mis ojos pero me mantengo firme.

—Que decepción ver cómo mi hija pierde la cabeza por una bragueta. Qué diría tú madre si te viese...

Me quedo atónita ante lo que dice y el tono de desprecio con el que lo dice. ¿Cómo puede caer tan bajo para nombrar a mi madre para causarme dolor?
Las lágrimas caen sobre mi mejilla y cojo aire para no empezar a gritar de rabia ahí mismo.

—No, esto no va de Joel o su bragueta. Va de que ya no tengo cinco años y no puedes encerrarme como a un bebé.

—Eso ya lo veremos. No vas a salir de esta casa hasta que vayas a la universidad. ¡Seguirás las normas por las buenas o por las malas!

—Oblígame. —mi tono es desafiante y mi voz grave. Jamás pensé que podría haber entre nosotros una situación así y siento que no estoy en mi cuerpo.

Da un paso amenazador al frente y cuando parece que va a replicar, Clara aparece corriendo por detrás.

—¡Ya está bien! ¡Los dos! —nos mira a ambos unos segundos, con expresión tensa. —Marian, vas a tener que entender que tu padre esté hecho una furia y asumir tu parte de culpa, y tú Pablo que tu hija tiene su vida y no puedes arrebatársela, aunque a veces haga locuras.

—No tengo nada que entender y esta conversación está acabada. —me dirige de nuevo la mirada y señala las escaleras- Marian, a tu cuarto.

Cuando Clara oye esto, se interpone en nuestro campo de visión y mira muy duramente a mi padre, dispuesta a defenderme, pero estoy tan al borde de mis emociones que no le doy tiempo.

—No.

Mi respuesta resuena por todo el piso como una onda expansiva.

—Si tu solución es la obediencia cavernícola, es que esta no es la casa en la que quiero vivir. Y mamá tampoco lo querría.

No me quedo para ver la expresión de sus caras, sé que rompería lo poco de mi corazón que queda en pie.
Salgo llorando por la puerta y cuando llego a casa de Iris, las lágrimas aún no han abandonado mis ojos.

Querido diario de bolsilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora