CH 7 - No es oro todo lo que reluce

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Miércoles, 11 de octubre de 20XX

Querido diario de bolsillo:

Mañana toca clase de filosofía y no puedo ser más feliz (jajá... es broma). Si ya es complicado ocultar a mi familia que estoy cagada de miedo (para qué ponerles de mal humor y que empiecen a darme la tabarra) más difícil es huir de la mirada en llamas de Saurom reencarnada en los ojos de Joel y de mi anónima (o anónimas) autora/s de pollas y pintadas de taquilla.

Mis investigaciones han determinado que no puede ser obra suya, porque si no me lo imagino haciendo algo es dibujando un pene erecto gigante (aunque la imagen mental no tiene precio). Pero no, eso sería demasiado barriobajero para su status. Además, la pintada en mi taquilla tenía faltas de ortografía. Míster sobresalientes sangraría por los ojos ante algo así. Por lo que lidio con dos líneas de acoso, una de ellas claramente enfurecida y...

Oigo un golpe al otro lado de la pared de mi habitación que interrumpe mi escritura, seguido de diez angustiosos minutos de gritos y  finalmente, un portazo.

Miro la hora. Casi las once y media de la noche. 

Ya hacía bastante tiempo que no oía a la madre de Joel por casa. Normalmente vive él solo durante la mayor parte del tiempo. Ella aparece muy ocasionalmente, supongo que para comprobar que su hijo sigue vivo y poco más, y siempre que lo hace acaba así el ambiente familiar: ruidos, golpes en los muebles, gritos histéricos y portazo que anuncia que uno de los dos ha decidido abandonar la batalla e irse. 

La verdad es que desconozco por qué ambos han llegado a esta situación, pero por mucho que odie a Joel no puedo evitar pensar que es muy triste.

Me asomo discretamente a la ventana de mi cuarto que da a la calle y veo que la puerta de su garaje se abre. A los pocos segundos sale una motocicleta que se acaba parando casi delante de mi casa. Su conductor se gira para observar detenidamente su propio hogar y acaba cabizbajo mirándose los pies.

Joel Sendra teniendo un momento de flaqueza.

Hasta con el casco puesto se puede intuir la fragilidad emocional que le rodea, la rabia contenida mientras aprieta y relaja continuamente sus puños dentro de sus guantes de cuero y la ansiedad que refleja dando pequeñas y constantes patadas al suelo.

«Joder, ¿por qué cojones tengo que ser buena persona? Te maldigo padre, por la educación que me has dado. Si no tuviese conciencia podría hacer un video de esto para chantajearle de por vida.»

Como si el casco que lleva tuviese alguna tecnología desarrollada por su excelentísimo señor Stark (también conocido como Iron Man) que le permitiese oírme pensar, Joel levanta la cabeza hacia mi ventana y nuestras miradas se cruzan. Mi instinto primario es correr las cortinas y ocultarme detrás de ellas mientras el corazón me estalla en el pecho del susto.

Después de unos segundos en los que me convenzo de que un cristal y el hecho de encontrarme elevada diez metros sobre él me protegen suficientemente de su ira, decido asomarme de nuevo ya que además de mi curiosidad, sigo oyendo el ronronear de su moto parada delante de mi fachada.

Joel se ha sacado el casco y lleva la chaqueta motera negra de cuero atada hasta el cuello. Su pelo color canela revoloteado y despeinado resalta aún más lo injustamente guapo que es. No lleva puestas las gafas, se las ha quitado y las sujeta con la mano. Finalmente me concentro en sus grandes ojos verde oliva, libres sin los cristales que normalmente les protegen, y se me corta la respiración.

Tiene la mirada oscura, vacía y fría de alguien que ha perdido la esperanza en todo. Veo en ellos el pozo infinito que es su alma en esos momentos y siento que detrás de esa fachada aparentemente tranquila, con los labios apretados en una fina línea y su perfecta mandíbula tensa y tirante, hay un adolescente de diecisiete años gritando de desesperación y golpeándose contra las paredes de su propio cuerpo. 

Y ahora mismo, todo ese lío de persona está centrado únicamente en sostenerme la mirada. Sin ascos ni muros desafiantes y llenos de rencor por los años.

Tengo la sensación de que el mundo desaparece y el tiempo se congela dejándonos solos en el universo. Me acerco más a la ventana y apoyo la mano en el cristal mientras veo que Joel reacciona tragando saliva y echando su cuerpo hacia delante, mientras libera un torrente de emociones frenéticas que asoman en sus ojos, observándome como si fuese la primera vez que me ven. Nos quedamos así, quietos, intentando descifrar el uno al otro hasta que, finalmente y sin previo aviso, algo hace clic en su cabeza y todo acaba, dejándome confusa aún por lo que acabamos de compartir.

Sin tiempo a reaccionar, solo puedo ver como reaparece de nuevo el odio visceral y hostil que suelen desprender esas preciosas esmeraldas verdes que tiene cada vez que se centran en mí, haciéndole a él volver en sí mismo para recuperar así la distancia que siempre nos ha separado, y a mi recular un par de pasos hacia atrás, bajando del cristal la mano que le había tendido inconscientemente.

Se recoloca las gafas, pasa una mano por sus cabellos para centrarse totalmente y se pone el casco.  Sea lo que sea que haya pasado en estos minutos entre nosotros, está claro que ya ha acabado. Finalmente le da una patada a la palanca de marchas de su moto y sale disparado hacia la noche entre una nube de humo.

Aunque intento dormir, no lo consigo. Me revuelvo en mi cama y tengo sueños constantes sobre Joel,  sobre su amenaza inminente de hacerme la vida imposible y sobre la expresión vacía de su mirada, desgarrada y muerta, suplicando ayuda. En cada uno de esos sueños tengo la imperiosa necesidad de abrazarle muy fuerte, de acariciarle el pelo y de susurrarle que todo irá bien. 

Y en cada uno de ellos, cada vez que lo intento, Joel me empuja contra una pared mientras su expresión entra en cólera y asco absoluto, haciéndome recordar por qué es el ser más despreciable que existe sobre la faz de la tierra.

Y en cada uno de ellos, cada vez que lo intento, Joel me empuja contra una pared mientras su expresión entra en cólera y asco absoluto, haciéndome recordar por qué es el ser más despreciable que existe sobre la faz de la tierra

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