Prólogo.

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Dedicatoria.

Para todas aquellas personas que quieren salir de la realidad y aman el no saber que pasará.

       Corría felizmente por el bosque con la hermosa y majestuosa ave siguiéndola. Ella era una niña sumamente feliz en aquel momento, le encantaban las criaturas. Río fuerte y el águila soltó un sonoro chillido, tan alegre como lo estaba ella.

      El viento soplaba y su cabello se movía hacia atrás. Estaba por oscurecer y sabía que pronto su mamá la llamaría para que se metiera en la casa así que no quería perderse ningún segundo de la diversión hallaba afuera. 

        Corrió tanto que llego a la zona prohibida del bosque donde su mamá jamás la dejó ir, pensando en los peligros que este ocultaba lleno de animales y alimañas que podían hacerle daño a la niña. Ella no veía los peligros, tenía apenas seis años y solo quería jugar, por lo que no le importó adentrarse  un poco más al bosque, sin darse cuenta que el águila ya no la estaba siguiendo.

        Se adentró tanto que llegó a una parte sin tantos arboles lleno de sus flores favoritas y de mariposas por todas partes. La niña sonrío mucho más mientras corría y jugaba tras las mariposas pasando entre las flores. Nunca se dio cuenta que la observaban ni que el cielo era más oscuro.

       La niña de repente dejó de jugar al ver una serpiente que la miraba fijamente, de un color tan sombrío que pensó fácilmente que era negra.

Hola, hermosa. No tengas miedo, no voy hacerte daño — dijo la niña a la serpiente que la miraba fríamente mientras se acercaba. 

      La dulce niña no perdió el tiempo y se acercó más, viendo que la serpiente no se alejaba. La acaricio muy sutilmente sintiendo sus escamas con las yemas de los dedos y pensó que se sentía filoso pero al ver sus pequeñas manos no había ni un rasguño. De un momento a otro la serpiente se enrolló en la niña y pero está no se asustó, solo pensó que está la estaría abrazando. Por alguna razón, la niña se sintió en casa.

¡Hela! grito la mamá de la niña al verla. La mujer se encontraba totalmente horrorizada y salió corriendo hacia su hija donde la serpiente se alejó muy rápido, tan rápido que en segundos no había ni rastro de ella como si hubiera desaparecido. 

— ¡Mamá! ¡Espantaste a mi nueva amiga! — dijo la inocente niña  enojada con la mamá.      

    La mujer no se atrevió a decir nada, sentía el corazón en la boca mientras agarraba a la niña con sus brazos y la pegaba a su cuerpo, para luego volver por donde vino sintiendo cientos de escalofríos por todo su cuerpo y mientras  retrocedía por el bosque la niña no paraba de quejarse porque hubiera espantado a la serpiente. 

    Ella podía sentir la oscuridad de aquel lugar, podía sentir el poder que provenía de cada árbol y cada piedra, como si fuera una ilusión, podía sentir ojos observándola por más que no estuviera nadie cerca. Ella sabía que algo en la niña no andaba bien, pero ella pensaba que era suya y como lo era la protegería de lo que sea que la persiguiera. 

     Al fondo se escucho el chillido de un ave y el siseo de una serpiente. Y la niña miró hacia las profundidades del bosque, viendo un destello negro, pero no vio más.

    Cuando llegó la noche, la mujer le dijo a su esposo lo que había pasado y  de ahí se prometieron mudarse a la ciudad, donde nada le pudiera hacer daño a la niña. Al día siguiente partieron y la pobre jamás volvió al bosque ni algún otro lugar donde pudiera haber un animal a excepción de su mascota, un búho blanco. 

      Lo que aquella pareja no vio venir era que algo mucho más peligroso estaba por venir y del cual ellos jamás la podrían cuidar.

       El águila y la serpiente estaban al asecho. 

      El negro y blanco se fundían, uno se escondía a plena vista y el otro en la oscuridad, solo visto una vez, esperando y observando. Ambos aguardando el momento donde se desataría el peligro inminente. 

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