Un Milagro de Amor Bajo la Luna - Abigail Salce

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Autora: AbbyMendoza940063

Era una noche cálida de verano, Leila daba un paseo por los alrededores del bosque. Pasaba la media noche, la luna hacía que sus cabellos dorados refúljanse con su luz plateada, el camisón de seda blanco enmarcaba sus curvas, sus pechos prominentes invitaban a quien posara su vista en ella a dormir en ellos, su vientre cálido emanaba un calor seductor; sus muslos eran de un tamaño generoso, perfectos para enredarse en ellos, su piel era blanca como la leche, sus labios aún vírgenes esperando el beso del primer amor brillaban cual dulce miel en espera de que alguien digno la probase, sus pies descalzos y delicados pareciesen que flotase sobre la hierba y el pasto, pues no ejercía ninguna presión sobre ellas.

Quien la viera a la orilla del lago en aquel bosque solitario y oscuro, diría que era un ser mitológico, un ángel caído, una ninfa del bosque, pues solo en aquel lugar se escuchaba el canto de su dulce voz que parecía un susurro cálido que hacía bailar las copas de los árboles, y los animales en las cercanías mantenían su distancia, pero escuchaban tan apacibles aquella voz tan hipnótica.

Lo que ella no sabía era que, en las sombras ocultas de aquel bosque, un ser extraño la observaba. Los ojos de aquel extraño al posarse en aquella criatura que él creía mitológica e inalcanzable denotaban ternura, deseo, pasión, amor, una mezcla de sentimientos que jamás había sentido por nadie en el mundo; quería que aquella criatura fuera suya, poseerla en cuerpo y alma, quería verter todo su ser dentro de ella, dormir entre aquellos pechos de seda, besar cada uno de los rincones de su torre de marfil, enredarse en las cascadas de aquel cabello dorado. Pero tenía miedo, miedo que al mostrarse ante ella huyera, como todo el mundo lo hacía con él. No quería tenerla enjaulada cual pajarillo silvestre pues perdería su esencia y no quería volver a cometer ese error otra vez.

De un momento a otro vino a su mente aquel amargo momento bajo las catacumbas de aquel teatro de ópera, donde su ángel, su protegida, su amor, lo deleitaba con hermosas tonadas sobrehumanas, donde ella lo llama su ángel de la música, y vaya ángel que era, se sentía una mierda al recordar lo que le había hecho, y así decía que la amaba. Pff, era un egoísta, no se merecía ser llamado así por aquella hermosa criatura, porque lo único que hizo fue dañarla por su cruel egoísmo al privarla del mundo y arrancarla de las manos de aquel joven que la pretendía, pues solo la quería para él, sin saber que ella ya no lo admiraba. Lo odiaba, sentía compasión, pero esa compasión solo hacía que la odiara y se aferrara de una manera enfermiza, la perdió, se le fue de sus manos.

Al derrumbarse aquel teatro lo creyeron muerto y aunque ella le lloró lágrimas sinceras de aprecio y amor, aun así huyo con aquel joven bien parecido y hermoso, de buenas intenciones y corazón puro, cosa que él no tenía, nadie lo conocía, repudiado por el mundo y la sociedad, siglos de dolorosa y amarga soledad, donde tenía que esconder su rostro tras una máscara.

Aunque sabía que ya no estaba en el siglo XVI y que ahora el mundo era más amargo que antes, pero los prejuicios eran menos, está claro, aunque nunca se atrevió a vivir en las ciudades pobladas, prefirió comprar una mansión en aquel bosque oculto de toda persona, o al menos eso pensaba, pues meses atrás una ninfa del bosque, como a le gustaba llamarla, se aparecía todas las noches cantándole a la luna y exhibiendo su sensual figura a la oscura noche de la cual sentía celos. ¿De dónde salió? ¿Quién era en realidad? ¿Dónde vivía? De todos los bosques de la región, ¿por qué se apareció justo en este? ¿Que acaso no sabía que la gente de la ciudad decía que este bosque estaba habitado por el mismo demonio?

En el fondo de su corazón no sabía si en realidad quería saber las respuestas a dichas preguntas, pues estaba agradecido de que aquella tentación andante lo deleitara con su presencia en las noches de soledad. Desde que ella estaba se sentía en soledad, pero en compañía; se sentía más vivo, la pasión que tenía dormida en su pecho ardía como una llama encendida que le quemaba las entrañas y le dolía cada día más. Una extraña pasión lo consumía por dentro cada que la veía pasar, su andar, su delicada figura lo volvía loco, no podía esperar más para hacerla suya; en cuerpo y alma, quería que sintiera lo mismo al verlo.

Artilugios del Placer - Antología de Candentes RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora