III

9 4 31
                                    

Paty


Pero qué frío hace hoy en Barcelona. Es noviembre y ya se nota que empieza a refrescar algunos días. ¿Cómo será vivir en una zona más fría? Nunca lo sabré porque no sobreviviría; estoy segura. Y aun con el frío que hace, he salido de mi confortable trabajo para ir a buscar a Santos. Porque no ha vuelto en todo el día el muy imbécil, y Abelló me ha venido a mí a pedir explicaciones. Me he inventado una vaina asombrosa por cubrirle pero empiezo a estar preocupada. Le he mandado varios mensajes, le he estado llamando por teléfono pero nada. El localizador de su móvil dice que está en el puerto desde hace horas, que no se ha movido de allí. Pero puede que le hayan robado el móvil. O que lo haya perdido allí. O incluso que haya tenido un altercado con un terrorista que había planeado hacer saltar por los aires toda la ciudad y Santos haya terminado acribillado en el fondo del agua.

Y claro, necesito ir a comprobar que mi compañero y amigo está bien.

Cuanto más me acerco al punto que marca el localizador, más rápidos van mis pasos. Tengo el corazón acelerado y ahora mismo me siento una mierda de persona porque hasta horas después no he ido a buscar a Santos. Le ha podido pasar cualquier cosa y sin embargo yo no lo he dado importancia. Si a Santos le sucede algo, será por mi culpa, porque no he sabido ver que había un peligro claro y que era extraño que no se pasara por comisaría durante horas.

Cuando le veo a lo lejos, sentado en un banco frente al puerto, el corazón me da un vuelco de alegría. No parece estar herido ni en peligro ni...

Entonces se mueve a un lado y veo a Mamen.

No me lo puedo creer.

Me echo a correr y llego a su lado en segundos. Estoy todavía jadeante por la carrera y les he podido saludar con la cabeza nada más porque todavía no me salen las palabras.

Y aquí estoy, frente a ambos, siendo observada como si yo fuera un bicho raro.

—¿Qué te sucede? —pregunta Santos con extrañeza, arrugando la frente.

—Que, ¿qué me...? —voy cogiendo aire por fin, al menos el justo como para poder hablar otra vez sin ahogarme—. ¡Llevas horas desaparecido! No me contestabas al teléfono, ni a los mensajes, y Abelló preguntaba por ti y... ¡Podía haberte pasado algo!

Le doy una colleja aunque lo único que provoco en él es risa al moverle sólo los rizos del pelo. Es pensar en hacer daño a Santos aunque sea de broma y mi inconsciente no me lo permite.

—Ha sido una tarde nada más, Paty —me recrimina—. Y con el localizador sabías perfectamente que...

—¡A lo mejor te había dado una vaina rara y estabas aquí tirado en el suelo, agonizando, o...!

Mamen se echa a reír a carcajadas, cortando mi disertación de miedos varios. Santos la secunda, riéndose con ella.

—Eres una dramaqueen —me dice él—. Y el caso es que te encanta serlo.

—Y a ti también —escucho que Mamen le dice.

—A él no le gusta nada el drama —le corrijo—. Es más de mantener la calma ante cualquier cosa. Seguro que si me ve desangrándome sería capaz de terminarse la cerveza mientras llama a la ambulancia que...

—Patricia, no digas eso ni de broma —me corta Santos, volviendo a ponerse serio.

—¿Ves? —me quejo a Mamen, que le mira de reojo, sonriente—. Es que una no puede ni hacer un poco de drama porque ya el chamo se estresa.

Mamen acaricia el pelo de Santos y este la mira, sonriéndola. Verga, a ver si es que han vuelto o algo y he venido yo aquí a interrumpir...

—Bueno, yo debo irme —dice Mamen acariciando la mejilla de Santos y dándole un beso en ella.

Acto seguido se levanta del banco y me mira a mí.

—No hace falta —me apresuro a decirle—. De verdad, sólo estaba preocupada pero yo si eso me voy y os dejo solos otra vez...

Ella me abraza con cariño y vuelve a mirarme, sonriendo al verme la cara de sorpresa que se me ha quedado con ese gesto cariñoso que ha tenido conmigo sin venir a cuento de nada.

—Cuidaos, ¿de acuerdo? —me dice, y se gira hacia Santos—. Si necesitas cualquier otra cosa, ya sabes dónde estoy.

Él se limita a sonreír y a asentir con la cabeza. Ella parece satisfecha con ese gesto y comienza a caminar hacia la multitud, dejándonos solos.

—¿Vais a volver? —es lo primero que le pregunto, bajando el tono por si todavía puede escucharnos.

Santos continúa sonriendo. Me hace un gesto con la mano para que me siente con él y apoya su brazo acto seguido en el respaldo del banco, adoptando una postura relajada. Cuando me siento y le miro, esperando a ver qué tiene que decirme, es cuando comienza a hablar.

—No voy a volver con Mamen —me cuenta—. La llamé porque necesitaba hablar con ella de unas cosas.

—Ya, claro. Hablar...

—Sólo hablar...

—Pues muy relajado te veo para haber estado solamente hablando.

Su risa es contagiosa y me hace sonreír.

—Muy alterada te veo yo con el tema de Mamen.

—¿Yo? Para nada, vamos. No sé por qué tendría que estarlo.

Intento calmar la risa nerviosa que me ha entrado, no sé bien por qué.

—Paty, quiero hablar contigo —me anuncia.

—¿Ves? ¡Sabía que te pasaba algo! ¿Has ido al médico y te han dicho algo que...?

—Paty, ey... —me corta, posando su brazo sobre mis hombros y atrayéndome hacia él, acariciando mi brazo.

Y me siento tan bien con ese gesto que sin saber cómo, me he calmado en milésimas de segundo. ¿Qué vaina es esta?

—No, chamo, pero dime ya, que me tienes nerviosa...

Suspira, como si lo que me tuviera que decir fuera complicado.

Y aunque eso tendría que volverme a poner nerviosa, las caricias de Santos en mi brazo siguen haciendo efecto.

Bueno, escucharé con calma a alguien por primera vez en mi vida.

LivingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora