2. El abogado Ponce

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Rodrigo Ponce era un hombre sereno. Nadie nunca lo describiría como una persona que se dejaba llevar por sus emociones y eso era casi lo único que se sabía de él. Sus padres se habían mudado al pueblo cuando era un adolescente, algo que había detestado pero con el tiempo había llegado a comprender. El dinero había sido un factor clave en esas épocas, lo que sus padres ganaban ya no les alcanzaba para todos los gastos que la ciudad requería por lo que habían comprado una pequeña propiedad en el pueble de La Floresta. Él no había sido el muchacho más feliz en aquella época, tener que mudarse siendo adolescente e intentar hacer nuevos amigos no había resultado fácil.

Entonces había llegado ella, Camila Montero, con su pelo castaño, su sonrisa dulce, su figura esbelta y su actitud con él, lo había conquistado desde el principio. Habían comenzado a hablar entre clases, se veían todo el tiempo hasta que él se había atrevido a invitarla a salir y ella había aceptado, uno de los recuerdos más felices que tenía, hasta que esa tarde los jóvenes que habían estado pretendiendo a Camila desde hace años al parecer, lo habían acorralado hasta que los puños fueron inevitables. Todo esto frente al instituto, lo que les valió a cada uno una semana de expulsión, una semana en la que ninguno pudo acercarse a Camila. Sus padres habían estado muy molestos y él no se atrevió a decirles nada ni a defender la situación.

Luego del castigo, al regresar al instituto Camila nunca más le dirigió la palabra, el único consuelo era que tampoco se la dirigía a los muchachos con quienes se había peleado. Más tarde se enteraría de que los padres de todos ellos se habían quejado y de alguna forma la habían culpado a ella de la pelea que no había provocado y que ella detestaba. Al final Tom, Alex, Max y él habían acercado a ella incontables veces, intentando disculparse o solo hablar pero Camila nunca los había mirado igual. Sus palabras se volvieron frías, sus ojos los rechazaban y sus maneras se volvieron odiosas. Él no quería pensar que era su culpa pero en parte lo imaginaba.

Ese día se encontraba en su oficina. Con el paso de los años todos habían notado que la actitud de Camila no cambiaba pero no por eso se rendían, ninguno de ellos se alejaba y a veces el espíritu de competencia era mayor. Él se había dedicado a estudiar leyes en la universidad y con la mejora económica de la familia sus padres habían decidido regresar a la ciudad, pero Rodrigo no pudo. No pudo obligarse a abandonar el pueblo y a la mujer que llenaba sus pensamientos desde hace tantos años, se negaba, así que él se había quedado. Había comprado la casa de sus padres, la había redecorado y se había quedado allí.

Claro que, para ganar el dinero que deseaba no podía simplemente quedarse trabajando en la alcaldía como el hermano mayor de Camila, había aplicado por un trabajo en una firma reconocida en la ciudad y se lo habían dado. Por esa razón su casa era una de las más lujosas del lugar. Todo eso le había servido para tener una vida más cómoda y no preocuparse por el dinero pero el avance con Camila había quedado estancado, a ella no le podía importar menos su trabajo o el dinero que ganaba, ella tenía su propio negocio, uno que dirigía con sus padres y eso la hacía feliz.

Con un suspiro Rodrigo se levantó del escritorio, una de las desventajas de trabajar en la ciudad era que no podía estar cerca siempre y él sabía que Max, Tom y Alex provechaban cada momento libre que tenían para acercarse a Camila. Sentándose en su auto se dirigió al café de la familia Montero para encontrarse con la mujer que deseaba y almorzar allí. Al estacionarse se bajó y buscó con la mirada, por alguna razón esperaba encontrársela afuera, pero ese día no estaba. Ella lo recibió en la caja registradora, pudo notar como su cuerpo se tensó, una reacción que él odiaba. Unos segundos después sus puños se cerraron y cuando él miró a su espalda, allí estaba Tom. Casi siempre se encontraba con Alex, pero al parecer aquel día también estaría Tom.

-Buenas tardes, ¿qué le sirvo?- Saludó ella como di de cualquier cliente se tratara.

-Lo de siempre preciosa- se adelantó Tom casi tumbándolo.

Los hombres de CamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora