5. El italiano Bertuci

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Maximo Bertuci era un hombre sencillo. Así era como lo describiría su familia, sus amigos y todo aquel que se hubiera tomado el tiempo para hablar con él. Desde hace años sus padres, dueños de una cadena de restaurantes famosos de comida italiana habían intentado que él desarrollara el gusto por lo que ellos llamaban la buena vida, pero no importó lo que hicieron, él nunca quiso tener la misma vida de sus padres o al menos no aquella vida llena de personas superficiales que pensaban y miraban a la naturaleza como al enemigo. Desde que era un niño él había adorado las caminatas, el cielo, el aire puro, el senderismo, nada de lo que le gustaba a sus progenitores.

Era por esa razón que sus amigos nunca encajaron con lo que sus padres esperaban, sus ambiciones siempre fueron distintas. Con el tiempo ambos lo aceptaron pero no fue hasta que él se puso firme en sus deseos. Su familia siempre fue criticada por la forma de vida que habían decidido llevar, sus padres habían sido los únicos de sus seis tíos que solo habían tenido un hijo, algo distinto en una familia numerosa, además él había resultado ser una decepción al no seguir el ejemplo de todos sus primos y continuar con la tradición culinaria familiar. Luego de muchas críticas, habladurías, malos tratos, él había decidido mudarse y cambiar de vida.

Toda su familia era nacida y criada en la ciudad, nadie tenía ni un atisbo de aventura en sus venas, detestaban la tierra, junto a los insectos que venían con ella. Él había decidido mudarse a La Floresta, el pueblo más cercano y allí había demostrado sus dones para la naturaleza. En su época de instituto todos los estudiantes e incluso los habitantes del pueblo se habían sorprendido de encontrarse con una adolescente que vivía solo, todo el mundo se imaginaba que no duraría mucho, que se desviaría en sus metas y que sus padres irían a buscarlo llenos de decepción. Claro que eso nunca había pasado, él se había graduado con honores, se había dedicado a la ecología y de esa forma había conseguido su empleo.

La verdad era que vivir como lo hacía le daba felicidad, sus padres no lo comprendían ni muchos de sus familiares, pero a él no lograba importarle lo suficiente. La única obsesión que había desarrollado y que admitía con ganas, era su deseo por Camila Montero. Desde el instituto había deseado salir con ella pero nunca había tenido la oportunidad, ella nunca se la había dado y el sequito de pretendientes que la seguían impedía cada movimiento. Eso no lo había detenido sin embargo, así como Alex ni Tom se había rendido él tampoco lo había hecho, todo el mundo siempre preguntaba sus razones, ávidos de información pero él sabía que ella estaba interesada, habían tenido un momento dulce que nunca olvidaría.

Sucedió en el tiempo en que estaba comenzando su nuevo empleo, era el nuevo guarda parques de La colina y le habían entregado la pequeña pero acogedora cabaña donde viviría, sus padres habían ido a visitarlo pero habían quedado desencantados con el aspecto rural que a él le fascinaba. Habían intentado llenar el lugar con tecnología pero él se había negado. Después de esa visita había estado sintiéndose solo, incómodo, hasta que ella había aparecido por allí en una ropa deportiva que le quedaba hermosa. Con un pequeño bolso, agua y una toalla se había visto realmente fascinada por el paisaje.

Él la había saludado con timidez pensando que ella lo rechazaría pero ella le había sonreído como nunca antes. Luego ella le había pedido indicaciones y todo había terminado en una larga caminata bajo la sombra de los árboles en la ruta. Se habían reído, hablado de todo y de nada hasta que fue el momento de volver y ella le insinuó que deseaba repetir la experiencia. Todo se había arruinado después, Tom se había enterado de la caminata y pronto Alex y Rodrigo también, por lo que el día que se suponía Camila lo vería de nuevo para la caminata, tres presencias indeseadas habían estado allí, peleando, gruñendo e intentando quitarle el espacio al otro, lo que siempre sucedía cuando estaban juntos. Ella nunca había regresado y él nunca más había visto esa dulce sonrisa.

Los hombres de CamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora