Precipicio

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Estoy en el borde del precipicio.
Aquí levanté mis cuatro paredes
y de esto hice mi hogar.

Alguna veces pongo un pie afuera
para sentir la brisa fresca
porque el terror de mi pecho no se va.

Otras veces me echo tanto hacia atrás
para no caerme
que termino construyendo otra muralla,
en el otro borde.

Y me siento segura
un segundo...
dos.
Y vuelvo a correr en búsqueda de otro nombre.

Otro nombre al que amar,
al cual llorar,
al cual recitar.

Y me aferro tanto que se vuelve mi nuevo borde,
mi nuevo pesar
y mi nuevo nombre.

Porque cada vez que le veo,
salto del rascacielos de lleno,
con la cabeza hacia abajo,
sin importar que me esté esperando el suelo.

Pues, —según lo que yo pienso—,
las fronteras son borrosas
en tu cálido toque,
en tus fogosos besos
y en la necesidad con la que dices mi nombre.

Y no me importa estrellarme
una y cinco veces
la cabeza contra el suelo
porque sé que no hay suelo alguno,
sino que siempre vuelvo al mismo viejo borde.

Siempre vuelvo al rincón del mundo,
en donde pongo un pie afuera
y la respiración se me corta,
me siento maníaca,
pero con algo sobre lo que escribir, al fin...

A veces, —estoy tan desquiciada—,
que no me importa saltar
una, dos y tres veces en el día,
solo para golpearme la cabeza
y sentir que siento, existo y no muero.

Porque aunque estoy al borde de la muerte,
nunca lo estoy.
Y porque hago de todo por caerme,
vuelvo a mis cuatro paredes.

Mis cuatro murallas de cartón,
que construí para hacer de mí un hogar,
pero que fácil se las lleva el viento en una ventisca
de esas a las que estoy acostumbrada,
pues cada vez que existo,
siento el frío contra mi piel que me empuja
y la voz contra mi oído que me dice que salte,
que me eche por el borde,
que termine por matarme.

Borde | PoemarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora