Capítulo 6: Llevando la cuenta.

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Entreabrió los ojos, y un haz de luz penetró con violencia a través de sus retinas. Los volvió a cerrar con fuerza, y al cabo de unos segundos le asaltó también un terrible dolor de cabeza. A medida que pasaba más segundo despierto, el dolor se extendía por todo su cuerpo. Apenas trató de incorporarse, unas potentes náuseas ascendieron desde el interior de su cuerpo, y todo le dio tiempo a hacer, fue palpar el borde más cercano de la cama con una mano, y asomar la cabeza para poder vomitar. Le hubiese dado igual hacerlo sobre aquellas sábanas, de no ser por qué no se encontraba muy dispuesto a levantarse. Tras verter al completo el contenido de su estómago, se hubiese tumbado de nuevo de no ser por qué aquella substancia que había expulsado llamó su atención de un modo desagradable: se trataba de una pasta negra y espesa como el alquitrán, que no tardó en impregnar su boca del sabor más repugnante que jamás probaría.
Hubiese devuelto una vez más, de no ser por qué ya no quedaba nada en su interior, a excepción de una colección de nuevos recuerdos confusos, perversos.
Se sentía mareado, enfermo... en todos los sentidos, de modo que pasó varios minutos con la cabeza colgando de un lado de la cama. No comenzó a moverse hasta que la habitación dejó de dar vueltas, y para entonces, sus movimientos seguían siendo algo erráticos. Si alguien en aquella nave quería matarle, lamentaría haber ignorado aquel episodio en la vida de Riddick... hubiese sido el crimen perfecto.

Lo primero que hizo fue comenzar a acostumbrarse a la luz, que pese al brusco despertar, a penas estaba presente. Era de un matiz frío y azulado, y surgía de una banda luminiscente situada en una ligera muesca horizontal en la pared, que recorría todo el fondo de la pieza, donde se situaba el cabezal, y por lo que pudo apreciar, una pequeña mesilla situada justo en su lado de la cama. Su lado...
Al recordar parte de lo ocurrido horas antes, se volvió bruscamente, y al apreciar lo que había a su lado, el furiano salió de la cama con tanta prisa que cayó al suelo.

Desde allí contempló la enorme mancha de sangre, todavía fresca que se extendía desde el centro, manchando incluso el cabezal, en el que se fijó también. Anudados en la intrincada estructura metálica que lo conformaba, se encontraban los dos cordones rojos que había retirado de las cortinas. Sus ojos atraparon con precisión los pedazos de piel y de carne que se habían quedado pegados a las fibras de la cuerda, como si alguien hubiese dejado atrás parte de sus manos para poderse liberar.

Había despertado solo, si...pero entonces, sus ojos capturaron las huellas de sangre que rodeaban la cama, cruzaban la habitación y se escabullían por la puerta entreabierta.
Finalmente, contempló su cuerpo, desnudo y cubierto de una mancha sangre que se concentraba en su zona pélvica... ¿Cómo había logrado Dama Vaako sobrevivir? ¿Cómo había logrado liberarse, o andar siquiera, después de lo que había hecho?

Seguía sin recordar lo que había ocurrido en la habitación, y en parte lo agradecía.

Una vez más le asaltaron las náuseas, y de nuevo vertió el contenido de su estómago en el suelo, pero esa vez sintió como por un momento algo se atascaba en su tráquea. Tosió con fuerza hasta que consiguió expulsar aquello que en un primer momento le pareció un pedazo de su propio estómago. Aquella bola de carne rodó por el charco de vómito negro unos segundos hasta que se detuvo, y Riddick pudo contemplar de qué se trataba. Era un ojo, y en la posición en la que quedó, parecía mirarle fijamente.

***

–Joder...

Su piel humeó en el mismo instante en el que una daga incandescente la presionó, justo en el antebrazo, allí donde se encontraban aquellas marcas en forma de puntos... eran pequeñas, pero hasta que Riddick no cauterizó la herida, no pararon de sangrar.

La fuente de calor que había usado para calentar el cuchillo, era la misma que iluminaba el centro del hangar con matices cálidos que hacían temblar las sombras de las naves de combate.El furiano tuvo que colocarse sus gafas para poder permanecer observando aquella hoguera que él mismo había encendido, viendo como el cuerpo descuartizado que había amontonado en el centro ardía mientras terminaba de vendarse el antebrazo.

Riddick IV UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora