Capítulo 20: El médico(I).

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I

Lo que fuese aquello que provocaba el cosquilleo bajo la piel, justo donde el brazo se doblaba, no parecía importarle. Sus ojos aún no habían adoptado aquel aspecto vacío, pero sí su expresión. Parecía calmado, observando la herida en su mano sangrar profusamente. Parecía sereno en contraste con el movimiento que ejecutó la mano izquierda. Esta se cerró alrededor de la empuñadura de la daga con fuerza, y la arrancó de la mesa. Luego, como si el resto del brazo hubiese decidido moverse por voluntad propia, la mano subió hasta su propio rostro y por unos segundos, presionó su sien con el dorso, que en algún punto empezó a temblar. La apartó con el mismo gesto brusco, tan solo para golpear esa parte de la cabeza hasta en dos ocasiones, antes de empujar a Rina lejos de él.

–¡No! ¿¡Qué vas a hacer!?

Riddick no respondió. Podía sentir el cosquilleo pasando la articulación, de modo que le quedaban pocos segundos; rápidamente, se desabrochó y se arrancó el cinturón tirando de él casi con desesperación... no sería la primera vez que lo usaba para hacerse un torniquete y esta vez, se lo ató en la parte más alta del brazo, antes del hombro y justo por debajo de la axila. Luego tiró de nuevo, para apretarlo tanto como le fue posible.

–¡NO! –gritó ella, que se había arrastrado hasta llegar de nuevo junto al furiano, que había tomado de nuevo la daga–. ¡No lo hagas! – Rina se alzó de nuevo y trató de atrapar su mano, pero de nuevo, fue empujada.

Los ojos completamente negros de aquella criatura que solía ser Rina, miraban ahora con horror como finalmente la daga se hundía en su brazo, tan solo un poco más abajo de donde se había apretado el torniquete. La expresión de la concubina se desencajó, al ver como aquella hoja fina y puntiaguda surcaba y abría la piel, recorriendo de arriba abajo la extremidad, hasta llegar al punto exacto donde reposaba ése agujero en su mano. Su pulso –el de ambas manos –, ya temblaba frenéticamente cuando llegó al final y por fin soltó la daga, que cayó sobre la mesa. Esta ya comenzaba a anegarse del contenido de sus propias venas y no tardó en derramarse por el borde, goteando hasta un pequeño rodal que se iba formando en el suelo.

Lo que vivía ahora en el cuerpo de Rina, contempló devastada como ésa mano se abría y cerraba con fuerza, acelerando el sangrado.
Un fino hilo negro se derramó junto a uno de esos torrentes rojos que brotaban de la herida que recorría el brazo de un extremo a otro. Este terminó arremolinándose en el charco que se engrandaba, a los pies del escritorio. Entonces alzó su mirada hacia el otro, con los ojos completamente vacíos.

–¿Qué has hecho...?

–Pues... te he pillado –masculló, para luego reírse absurdamente.

Ahora, Rina comenzaba a arrastrarse hacia atrás, alejándose del furiano. Ya empezaba a levantarse para disponerse a correr hacia la puerta, cuando sintió un tirón en el brazo, hacia atrás. Luego una mano rodeó su cuello, y por último, su espalda se estrelló contra la superficie encharcada del escritorio.
Si bien la había cogido desprevenida, su reacción no fue la esperada: la siguiente en reírse fue ella. Aún si había una mano sujetando su cuello, lo hizo con ganas... parecía disfrutar del reguero cálido que se vertía de esa mano, deslizándose por el brazo que se mantenía tenso. Pronto, una mancha se formó en torno al cuello y el pecho, impregnando la tela blanca del vestido.

– ¡Adelante! –exclamó. Miraba exultante la daga que se mantenía levantada sobre ella. Su filo apuntaba directamente al centro de la mancha roja que empapaba el vestido.
–¡Vamos, hazlo!

–No...

–¡Sí! –replicó, arqueando la espalda sobre el charco sobre el que estaba tumbada. Sus piernas, que al principio colgaban del escritorio habían terminado abrazando al otro, acercándose a su pelvis–. Ya lo has hecho antes... –dijo, mientras sus manos escalaban por aquel brazo que sangraba, acariciando la herida–. Lo has hecho muchas veces, pero no con Rina.

–¡Calla! –Su mano rodeó aún con más fuerza su cuello y tiró de él un segundo, tan solo para volver a empujarlo contra la mesa. La cabeza de Rina impactó en la superficie, salpicando sangre en todas direcciones. Ni siquiera se inmutó. Tan solo lo hizo cuando sintió como era el mismo furiano quien, movido por una suerte de espasmo terminaba apegando sus caderas alas de ella... entonces, sonrió.

–¿No te acuerdas? Antes estuviste a punto... ¿qué era lo que querías hacer?

–Quería... –Su cabeza fue sacudida por un corto espasmo. Respiró hondo, y aún sujetando la daga, acudió a apretar de nuevo el torniquete. Esta vez lo ató, y la presión hizo que un nuevo torrente surgiese de la herida–. Ése tipo... – pronunció mientras sentía las caricias de Rina aún con extraño placer–. No creo que pueda describir lo que ése tipo quería hacerte... y le tengo en frente, incluso podría preguntárselo. Pero no quiero.

–Claro que quieres –escupió Rina–. ¿Tienes pensamientos intrusivos...?– se rió–. Consuélate con eso si quieres, hijo de puta, pero los dos sabemos cuánto te gusta recrearte en ellos ¿No te gustaría recordar mucho más?¿No querrías...?

–NO–la cortó Riddick, empujándola de nuevo contra la mesa–. Pero en algo tienes razón... soy tan hijo de puta, que te traje de vuelta sabiendo que eso te haría sufrir, solo para no estar solo. Porque me da miedo ése tipo.

Una vez más, la cabeza la concubina se golpeó contra la mesa, y sus manos se colaron entre los pliegues de la herida. Un escalofrío recorrió el espinazo del furiano que, sacudió de nuevo la cabeza. De repente, la daga se estrelló contra la madera, clavándose a pocos centímetros su cabeza. La mujer, se volvió unos segundos para contemplarla.

–No sé quién es... no sé cuánto tiempo lleva aquí...– Poco a poco, la mano derecha fue soltando su cuello–. Pero te prometo que no volverás a verle.

–¿Qué vas a hacer...?

–Ya sabes lo que voy a hacer –apuntó, atrapando esta vez las dos manos de Rina, cuya mirada ahora encerraba ira. Mientras era arrastrada por el suelo del estudio, escupía toda clase de insultos, gritaba y sacudía las piernas con desesperación, tratando de zafarse inútilmente; sabía lo que ocurriría ahora. La criatura que habitaba el cuerpo de Rina, que había estado a punto de ocupar el suyo por enésima vez, ya sentía el frío calando hasta los huesos.

–¡NO! –No era la voz de Rina la que surgía de aquella garganta–. ¡No puedes hacer nada!

–De verdad, que lo siento... tener que devolverte a este lugar, estés donde estés ahora.

–No voy a desaparecer...

–Pero por mucho que lo sienta, soy un hijo de puta y te arrancaré de ése lugar, aunque te duela. Y te va a doler –La puerta del estudio se abrió con fuerza, chocando contra la pared contigua–. Pero tengo que hacer que se largue...

–No... no me voy a ir... no voy a dejarte en paz...no... voy a hacer que te vuelvas loco. – Riddick se rió una última vez, amargamente. Nunca se había dado un consenso absoluto en cuanto a su diagnóstico.

–Por suerte o por desgracia no te necesito a ti para eso –admitió. Había salido al salón principal y ahora lo cruzaba, a punto de alcanzar la puerta de su propio dormitorio.

–Claro que me necesitas. ¡Nunca! ¡Jamás, en tu mierda de vida te lo has pasado tan bien, como cuando has dejado que yo tomase el control! ¡¿Quieres saberlo?! ¿Quieres que te diga desde cuándo estoy aquí... a tu lado?

–Cállate, joder.

–Te conozco, mejor que tú mismo...

–Más quisieras.

–¿No me crees? Adivina que nombre le he puesto...

–¿A qué te refieres...? –de nuevo un escalofrío recorrió su espalda, en la que seguía marcado el profundo camino de unas uñas afiladas, tanto que ardía. Riddick se había detenido, casi a tocar de la puerta que pretendía abrir. Rina le miraba, con una perversa sonrisa deformando su rostro.

–Se llama Kira –pronunció, la voz que salía de la concubina–. ¿Te gusta...?

Riddick agradeció haber dejado la daga encima de la mesa, ahora lejos de su alcance. No sabía si se trataba de aquella substancia negra, resistiéndose a abandonar su cuerpo, o si por lo contrario tenía que ver con algo peor, que llevaba con él desde hacía mucho tiempo. Tanto, que ni siquiera se atrevía a pensarlo.

–Sin embargo, todavía me quedan nombres que puedo rescatar de ésa lista de defunciones... ésa cabeza tuya. Ése magnífico desastre plagado de recuerdos sucios y podridos, escondidos en rincones oscuros... ése laberinto de túneles.

–¡He dicho que te calles! –exclamó.

A ése sonido, le acompañó un golpe. Fue el de la cabeza de Rina, impactando contra la puerta y ésa vez, la sangre que quedó impresa junto en el punto del impacto, si era suya.
Por un momento, el furiano quedó en silencio, y también Rina. De su ojo derecho, antes de cerrar ambos brotó una lágrima negra y entonces, al ver como sus parpados caían sobre sus ojos, Riddick contuvo la respiración.
Durante varios segundos se hizo el silencio. El seguía sujetando sus manos con la izquierda, pero al empujarla contra la puerta esta había subido de nuevo hasta su cuello. Deshizo la presión que ejercía sobre él, aún sin liberar las manos, y contempló con estupor como su cabeza caía hacia delante.

–Rina...

A continuación, creyó escuchar un débil sollozo. Tan solo para comprobar segundos más tarde, que se trataba de una risa. Resultaba nauseabundo escucharla, y su sonido desataba de nuevo ésa suerte de calambres e impulsos que lo empujaban, a golpear de nuevo ésa cabeza contra la puerta. En lugar de eso, apoyó la mano ensangrentada sobre el panel y este la reconoció, aún con la pátina que la impregnaba.

–¡Es que no te das cuenta! –exclamó entre risas–. ¡Eres tú! ¡Tú quieres golpear esta cabeza una y otra vez, con todas tus fuerzas! ¡Hazlo! ¡Deja en éste cráneo un buen agujero!

–¡NO SOY YO! –La puerta se abrió de nuevo, con un golpe.

–Entonces dime, ¿Cómo es, que eres capaz de imaginarte a la perfección ése agujero blando, cálido, tan jugoso? ¿Cómo es posible, que tengas en mente ésa idea tan traviesa? Oh, chico... que cosas podrías hacer con ése agujero –dijo con repugnante ternura.

–¿Cómo me has llamado...? –hizo, sin aliento. Entró en la habitación tambaleándose y en mitad del forcejeo con Rina, ambos cayeron al suelo, ya dentro del dormitorio. A tientas, alcanzó a empujar la puerta con su pie derecho para cerrarla–. Eres tú... no sé cómo coño lo haces, pero...

–Debe resultarte cómodo pensar de esa forma. Créeme, lo entiendo...entiendo cómo funcionan los humanos. Tú no eres uno de ellos pero en algunas cosas, te pareces mucho. –Ella se había arrastrado lejos de él, que trataba de incorporarse, pero el techo se presentaba nublado–. Te has pasado media vida viviendo como un puto animal: corriendo por tu vida, buscando cualquier hueco en el que resguardarte, contentándote con poco más que poder comer, cagar y follar de vez en cuando. Pero incluso tú has pasado demasiado tiempo entre ellos, te has impregnado de ellos, y te entiendo... –dijo en un susurro–. Pero al final tendrás que entenderlo tú. Todos entenderéis que todo esto, es por vosotros, y es vuestro... no hay disfrute, no hay regocijo ni placeres como este en el reino animal. Solo un humano sueña tan a lo grande... solo vosotros podríais haber parido algo como yo.

El techo se presentaba completamente borroso. Era por la pérdida de sangre, pensó. Tenía que levantarse, pensó luego. De hecho trató de no pensar en otra cosa; lo logró con dificultad, sintiendo como el suelo a su alrededor se tambaleaba. Aún y así, esta vez dirigió la mano herida a atrapar el brazo derecho de Rina, que le empujaba y trataba de zafarse con el que tenía libre. Seguía hablando, vomitando toda clase de palabras envenenadas, hablando de eventos pasados, oscuros. Él ya no escuchaba. Tan solo miraba hacia el fondo de la habitación, al pasillo.
Al pasar junto a la cama, tiró de la sabana que la cubría y la arrastró junto a Rina. Finalmente se adentraron en el pasillo escasamente iluminado, estrecho, como los túneles de los que hablaba ésa voz que no callaba.
Varias veces, dando tumbos se chocó contra las paredes del corredor, hasta que alcanzó la puerta que había al fondo. En más de una ocasión, ella estuvo a punto de escaparse.

De nuevo, un panel se iluminó cuando su mano temblorosa se posó sobre él y comenzó a selección los parámetros. No tardó en ver la cuenta atrás en la pantalla y durante esos treinta segundos, apoyó su espalda contra la puerta. Mientras entre sus brazos Rina se movía con violencia, se sacudía y lo golpeaba en un último intento de escapar.
Cuando escuchó el pitido que anunciaba el fin del proceso, se detuvo en seco.

Para cuando Riddick empujó la puerta con la espalda y la primera nube de vaho surgió de su boca, ella ya estaba paralizada. No opuso resistencia al ser arrastrada al interior la cámara helada. Como si la misma idea del frío, hubiese generado ése efecto, antes incluso de experimentar dicha sensación en la piel. Sus extremidades estaban rígidas para cuando sus pies se deslizaron por ése suelo cubierto de una fina capa de escarcha, descalzos. Su reacción inmediata fue la de encogerse, liberando al mismo tiempo un grito desgarrador, doloroso, intentando trepar con los pies por la ropa del furiano. Le hubiese parecido patética, la forma en la que esos pies se subían a sus propias botas, o cómo ahora se aferraba a los abrazos de los que se había querido liberar. Pero solo podía mirar aquella expresión, ése rostro por el que comenzaban a resbalar densas y negras gotas, desde unos ojos muy abiertos, muy asustados. Muy oscuros.

No podía arriesgarse, pensó.

Al alcanzar la alargada tina no se detuvo, si no que anduvo por encima de su superficie helada. Crujía bajo sus botas, en parte gracias al peso añadido, que seguía moviéndose convulsamente, tratando de mantenerse lo más alejada posible del hielo.
Crujía con cada paso, pero se mantenía firme.

Finalmente llegó al centro del rectángulo helado y se detuvo. Al llegar allí el cuerpo que mantenía sujeto, ahora por la cintura, ya hacía varios segundos que temblaba descontroladamente. Esa reacción natural del cuerpo, se pronunció cuando el furiano comenzó a arrodillarse, hasta alcanzar el hielo. Al llegar allí, parecía abrazarla mientras ella se aferraba a él, pues era lo único que le quedaba. El último recurso.
No pudo evitar mirar su cara una vez más, y no pudo evitar pensar que semejante expresión en su rostro, parecía muy humana...

–Lo siento, Rina –dijo. Luego sujetó sus hombros, e incluso con suavidad, comenzó a separarse de ella.

–No... –hizo Rina, en un susurro–. No, por favor –suplicó de nuevo–. Soy yo...

–Lo siento –dijo una vez más, antes de empujar con algo más de fuerza sus hombros. Solo lo suficiente para terminar alejando esos brazos que antes de desprenderse del todo, se aferraron a los suyos.

De nuevo, sintió las uñas surcando su piel, y la herida que recorría su brazo derecho. Pero al final, la espalda de Rina se posó contra la superficie helada que cubría la tina. Esta se arqueó, y ella lanzó un último grito, que quedó ahogado en un sollozo cuando esta vez la mano, presionó su pecho para atraparla contra el hielo.
Con la que la izquierda, enrolló como pudo uno de los extremos de esa sábana alrededor de sus nudillos y dirigió el primer golpe contra el suelo. La placa bajo sus rodillas y el cuerpo de Rina tembló, se resquebrajó, pero sus pedazos siguieron unidos. Hizo falta un segundo, y un tercer golpe para que esta se rompiese del todo. Apenas le dio tiempo a deshacerse del pedazo de tela, ahora manchado de sangre. Logró lanzarlo a un lado, antes de que la placa cediese bajo ambos.
Antes de ser tragada por el agua fría y oscura que se colaba a través de las grietas cada vez más grandes, los ojos vacíos de Rina miraron hacia arriba. Sus brazos se extendieron también en esa dirección, pero el furiano se hundía aún más rápido que ella, y los suyos la rodeaban... arrastrándola hacia abajo.

Se produjo un último forcejeo en el que ella trató de agarrarse a los pedazos de hielo que permanecían unidos en los bordes. La superficie del agua se agitó antes de que los dos cuerpos se hundiesen. Unas burbujas surgieron desde lo más profundo, estallando en ráfagas cada vez más cortas, hasta que al cabo de unos segundos, desaparecieron. Finalmente, la superficie quedó en calma, surcada por pedazos de hielo a la deriva.
La calma, dio paso también al silencio, que se instaló en la gélida habitación.
Poco a poco, los pedazos de hielo comenzaban a desplazarse, cubriendo el agujero del centro de la tina. Pasados un par de minutos, la posibilidad de que fuese a surgir de nadie de ella, era cada vez menor.

Lo único que había salido a flote, era una difusa mancha roja, que se adhería a la capa del hielo que permanecía sumergida en el agua. El frío, amenazaba con volver a sellar de nuevo las grietas cuando de entre los pedazos flotantes, se escapó un débil borboteo de aire. Bien podría haber sido una bocanada residual, atrapada en cualquiera de los dos cuerpos. Pasaron los segundos, y el agua comenzaba a cristalizar. El tiempo seguía avanzando y el aire que salía cortante de los conductos de ventilación, llenaba la sala.

Una fina capa de escarcha entelaba ahora el agua que se extendía mansamente, quieta entre los pedazos igualmente estáticos. Un nuevo conjunto de esferas de aire salieron a flote, pero esta vez quedaron atrapadas bajo una capa helada, aún pobremente formada. A diferencia del que no se había roto con los impactos, esta había adquirido una tonalidad rosada, pálida y semitransparente. Nuevas burbujas salpicaron ese estrato que de repente, se quebró con violencia.

De debajo, surgieron las dos personas que minutos antes se habían hundido en el centro de la tina. El cuerpo de Rina colgaba inerte, dejándose cargar por el que a duras penas lograba sujetarse a los pedazos sólidos que había a su alrededor, pero la sucesión de golpes y grietas había debilitado también esa capa. Ahora se resquebrajaba cuando trataba de apoyarse, de modo que tuvo que alcanzar la orilla más próxima.
Ya fuese porque se trataba del brazo seccionado, por el frío, la pérdida de sangre o una mezcla de factores, en el primer intento de izarse a pulso falló miserablemente, golpeándose con el borde en la frente. La palma de su mano, tras pegarse al suelo, había experimentado una sensación de ardor, que estalló cuando resbaló por el hielo. Una nueva mancha de un rojo intenso quedó impresa sobre la brillante capa que recubría el mármol.
En un segundo intento apoyó el antebrazo, cargando el peso sobre este y el codo. Ni siquiera hizo el esfuerzo en contener un quejido, cuando trató de sacar el resto de su cuerpo, y el que mantenía sujeto por la cintura con su brazo sano. Cuando lo consiguió, sintió una última descarga dolorosa... al rodar lejos del borde, parte de la piel y la carne de su antebrazo herido, quedó pegada al suelo escarchado.

Tan solo permaneció unos segundos boca arriba. El cuerpo de Rina, desmayado, descansaba sobre el suyo sin dar señales de vida... lo soltó un instante, buscando a tientas la sabana que había quedado arrugada en el suelo. Apenas uno de sus bordes se había mojado, y dicho pedazo quedó colgando cuando por fin la alcanzó, y envolvió a Rina con ella.
Entonces se arrastró hacia la salida. Ella no tenía pulso, no respiraba. Nada se escapaba de sus labios amoratados; de lo contrario hubiesen emitido una densa nube de vaho. Pero sus brazos permanecieron inertes, meciéndose con el vaivén del furiano al intentar ponerse en pie.

No fue fácil, llegar hasta la puerta. En más de una ocasión, estuvo a punto de caer y cuando la alcanzó, lo hizo precipitadamente. De nuevo recorrió el pasillo a trompicones y solo cuando llegó al final, con la espalda apoyada en la pared, se deslizó hasta el suelo. Al fondo había quedado esa habitación, y desde la puerta entreabierta, se colaba una neblina formada por el aire condensado y una luz igualmente gélida. Sin embargo, esta no alcanzaba el final del pasillo, donde ahora Riddick trataba de reanimar a la mujer. Había sido colocada sobre el suelo, que se mantenía cálido gracias a los sistemas de climatización. Su cuerpo seguía frío en contraste. Su piel, afectada de una tonalidad cadavérica.

No reaccionaba ante el masaje cardiopulmonar, ni tampoco lo hizo ante el boca a boca. Insistió durante un minuto, y otro... y otro. Sabía que podía tardar pero llegó un punto, en el que cada segundo que pasaba, se convencía más de que no lo lograría. Insistió una vez más, presionando con ambas manos aquel pecho que no hacía el menor amago de volver a subir y bajar, al ritmo de una respiración. Presionó una última vez, convencido de que si empleaba tan solo un poco más de fuerza, terminaría rompiendo alguna de sus costillas. No quería romper nada más.

–Vamos... –Una última vez tapó su nariz, y presionó sus propios labios contra los de ella. Trató de forzar su respiración y de nuevo, falló. Fue más de un minuto, lo que le llevó asimilarlo, pero finalmente se separó.

Cuando lo hizo, aún permaneció varios segundos con las rodillas clavadas en el suelo, observando a Rina. Había quedado tumbada en una posición extraña, y sus brazos se extendían en el mármol, de nuevo alejados de su cuerpo por el que se había deslizado esa sábana gris. Ni siquiera se había dado cuenta, de que incluso su propia piel había adoptado un matiz similar al de Rina. Solo escuchaba el sonido de sus propias pulsaciones golpeando sin cesar en los oídos. Tal pareciese que no fuese a existir reacción alguna, más que un silencio sepulcral; este apenas se rompió con el susurro de la sábana. Riddick acomodó de nuevo alrededor de ese cuerpo frío y lánguido, para terminar cargándolo en brazos por última vez. Poco a poco, exhausto y con un gesto de dolor, volvió a apoyarse contra la misma pared. Se acomodó en el suelo y por último, el cuerpo de Rina sobre su regazo.

Sabía que hacía minutos que debiera haber tratado su propia herida. Sabía también que no era nueva, la idea que se había cruzado por su mente en algún momento de la reanimación. Pero ese día, semejante idea se presentó de un modo especialmente tentador.

Miró hacia su lado derecho, reparando en la mancha roja que ya se formaba en la sábana, y se sorprendió de que aún el torrente sanguíneo escupiese con abundancia. Más allá de eso, no le dio demasiada importancia, y miró una vez más la cara de Rina.
Respiró hondo una última vez, y dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola también contra la pared. A los pocos segundos, el fragmento del techo arqueado que podía captar con la vista, empezó a nublarse. Era por la pérdida de sangre, pensó. Luego cerró los ojos, mientras se dejaba inundar por aquella idea vieja, y tristemente reconfortante. Siempre supo que tenía esa opción.

Estaba insólitamente en paz, cuando de repente, un movimiento espasmódico hizo retorcerse al cuerpo que yacía entre sus brazos. Fue el sonido de una respiración ahogada lo que le devolvió a la realidad, bruscamente. Así habría sido para Rina también, quién tenía ahora los ojos muy abiertos. Rápidamente ladeó su cuerpo, que se sacudió tras una arcada en la que escupió agua y unos restos negruzcos. Burbujeaban como si la materia que lo formaba se estuviese degradando.
Ese acto se produjo una segunda vez, seguido de una tos que se prolongó durante más de un minuto... al final trató de voltearse por su cuenta, pero fue el otro, quién terminó de acomodar de nuevo a Rina sobre su regazo.
Su cuerpo volvía a estar inerte, sacudido por algunos temblores que se extendían desde sus extremidades, parecía inconsciente pero respiraba; lo hacía desacompasadamente, con dificultad, pero estaba viva.

Sin darse cuenta, ésa idea había regresado a un segundo plano: el último recurso.
Todavía sentado al final del pasillo observó una última vez a Rina...por suerte, su nombre no engrosaría esa infame lista. Para su suerte, ahora la mayor de sus preocupaciones debía ser levantarse y buscar al médico.

Al intentarlo, se percató de que no sentía una de sus extremidades.
No pudo evitar mirar hacia su propio brazo, abierto de arriba abajo...

Riddick IV UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora