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Despertó con un dolor punzante en la espalda y las piernas paralizadas. Miró a sus cercanías y se vio sentado en el asiento del conductor, con el cinturón de seguridad todavía puesto; los vidrios de las ventanas estaban rotos, y había incontables manchas de sangre en el interior del vehículo.

Hizo un esfuerzo por mover sus extremidades inferiores pero no logró nada, luego pensó en el molesto dolor de su espalda y recordó que las lesiones en la columna vertebral con frecuencia dejan inválidas a las personas. «¡Maldición, no podré volver a caminar!», gritó con desesperación, pero no escuchó absolutamente nada. Sabía que había gritado, había pensado las palabras y había hecho los movimientos adecuados con la garganta y los labios, incluso sintió su voz salir de su boca, pero no escuchó nada. «Mierda, también me quedé sordo... ¿Qué demonios pasó?», pensó mientras giraba el torso para ver la parte trasera del coche. Con el movimiento de sus piernas impedido, solo alcanzó a ver pedazos de chatarra metálica quemados y destrozados, colgando de lo que alguna vez fuera el armazón de su automóvil.

Presa del miedo, trató de mantener la calma y colocó sus manos en su cabeza, las bajó lentamente hasta llegar a la nuca, y sintió un líquido espeso y pegajoso brotando lentamente. «¿Cómo no lo sentí antes? ¿Será que el dolor en la espalda es tan intenso que no siento otra cosa?», se preguntó a sí mismo mientras colocaba sus manos llenas de sangre frente a sus ojos; nuevamente, se llevó las manos a la nuca, pudo distinguir con el tacto algunos pedazos de alambre provenientes de la estructura del asiento que había sido destruido durante el impacto, siguió bajando y se horrorizó al darse cuenta de que lo que había bajo su nuca era un enorme hueco, un hueco pegajoso bañado en sangre con pedazos de carne colgando y una que otra punta de hueso arañándole los dedos. Gritó, no escuchó nada. Intentó seguir bajando sus manos por su espalda pero nunca había sido lo suficientemente flexible para realizar tal acción.

«Tranquilízate. Pronto vendrá la ayuda. Sólo tranquilízate y sobrevive hasta que llegue una ambulancia», trató de recordar en dónde estaba cuando ocurrió el accidente, hacia dónde se dirigía, qué era lo que había pasado; no recordó nada. Entrado en una relativa calma miró, por primera vez desde que había despertado, lo que había frente a él, fuera del auto. Era de noche y se le dificultó observar en la oscuridad, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, se encontró rodeado de otros vehículos destrozados, colocados en enormes pilas, unos encima de otros, en un gran terreno descuidado y lleno de polvo. Un poco más allá, un par de grúas de remolque estacionadas. Estaba en un depósito de chatarra.

«¿¡Qué... qué... significa esto?! ¿¡Por qué estoy aquí?! Si encontraron el auto destruido después del accidente, ¿¡por qué no me sacaron!?, ¿¡por qué no me llevaron a un hospital?!». Buscó su celular, sus pertenencias, no había nada, efectivamente, todas sus posesiones materiales habían sido retiradas después del accidente; la pregunta era, ¿por qué él no?

Consideró que se trataba de un sueño, uno de esos sueños lúcidos en donde uno sabe que está soñando, pero se dio cuenta de que no podía despertar, por más que lo intentara, no despertaba, además, el dolor era demasiado intenso, el olor de la sangre, el sabor metálico en su boca eran demasiado reales. No, no podía tratarse de un sueño. Pensó entonces que estaba muerto, pero nuevamente, el hecho de que sus heridas todavía sangraran era un indicador de que seguía con vida, o ¿era acaso que esto es lo que pasa cuando mueres?

«¿¡Qué hice para merecer esto!? ¿¡Por qué estoy aquí!?», se repetía a sí mismo presa del pánico, ahora había llegado al clímax de toda agonía, el momento en el que reflexionas sobre tus acciones, buscando una razón para el castigo que estás atravesando; pero por más que lo analizaba, no se le ocurría una acción tan terrible que hubiese hecho en su vida que pudiera ameritar el postrarlo en aquella situación.

Esperó hasta el amanecer, desangrándose, muriendo una y otra vez. Al llegar los empleados del depósito de chatarra, empezó a gritar y gemir por ayuda, pero nadie lo escuchaba, ni siquiera él mismo. Los empleados encendieron el enorme horno que usaban para reciclar el metal de los autos a los que ya no se les podía sacar nada útil debido a los daños sufridos, autos como el suyo.

-Metan al horno el que llegó ayer, no hay nada que rescatar allí -gritó alguien a lo lejos. Uno de los jóvenes uniformados colocó los arneses en el vehículo y, por un momento, miró al interior, sus miradas se encontraron. El hombre inmóvil con la espalda destrozada imploró por ayuda, mirando directo a los ojos grises del muchacho, pero el chico no respondió, y siguió con su trabajo.

recopilacion de creepypastaaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora