Un rayo de sol se asomó por la ventana para despertarlos. Con suma prisa se vistieron y dirigieron al trabajo. A primero hora ya estaba uno de los pacientes más habituales sentado en la puerta esperando por el doctor. Era Roy Cruddlett, un hombre de 40 años que padecía de insomnio. Por noche sólo llegaba a dormir una hora y los efectos de la falta de sueño podía verse en su piel y rostro. Era pálido y sus ojos se veían hinchados, resecos y estaban envueltos con grandes ojeras. A diferencia de sus labios, que estaban rojo escarlata. Una vez que vió al doctor se lanzó hacia él y se desplomó en sus brazos.
- Finalmente se quedó dormido. Nevada prepara el sillón.
Guillermo tenía en sus manos a Roy mientras entraba al consultorio. Lo dejó dormir para luego ir a su pequeña oficina a revisar un par de papeles. Completó algunos formularios y revisó algunas fichas clínicas.
- Doctor, tengo un llamado para usted. Es importante.
Guillermo atendió, era Cynthia Rojas, la madre de Clarissa.
- No se que hacer, no quiere salir de su cuarto, ayudeme doctor. Se lo suplico. Clarissa ha estado actuando raro desde ayer.
- Voy en camino.
Cortó el teléfono con prisa, luego de anotar la dirección en un papel.
- Nevada, cancela todas mis citas y si se despierta Roy, dile que venga mañana. Estaré ocupado y no se por cuanto tiempo.
Salió con prisa del sanatorio y paró un taxi en la esquina. No utilizó su automóvil porque lo había dejado en el garaje de su casa. Nunca lo usaba, lo tenía como colección. Era un bento rojo bastante caro. Le indicó la dirección y en aproximadamente 15 minutos arrivó a destino. Era una mansión, mejor que se piso en el centro, lo superaba en todo. La apariencia te dejaba con la boca abierta, era enorme y en la entrada tenía un verdoso jardín lleno de petunias que perfumaban el ambiente. Se acercó al portero y tocó timbre. Le incomodaba que las cámaras de vigilancia estuvieran encima suyo, grabando cada movimiento que hacía.
- ¿Quién es?
- El doctor Guillermo Veliz.
- Adelante.
Las puertas se abrieron de forma mecánica. La tecnología era sorprendente, pero la sorpresa era el interior de la casa. Las paredes eran de marfil y el piso estaba cubierto por fino mármol. Estatuas talladas a mano decoraban el salón principal y en el living una enorme escalera atrapaba tu atención.
- Doctor.
Dijo una voz proveniente del segundo piso, la madre de Clarissa bajó los escalones en tacones. Era una mujer de 45 años que aparentaba de 25. Usaba vestidos ajustados, peluquin y se maquillaba en exceso. Era la versión opuesta de su hija.
- Apuremosnos, ella se encuentra en su habitación.
Ambos subieron con prisa, golpearon la puerta pero nadie respondía. Sabían que ella estaba ahí y no pararian hasta entrar. Guillermo un poco irritado decidió patear la puerta, quebrandola en dos partes. No quería destruir el hogar de los Rojas pero no tenía otra opción.
La habitación de la joven era gigante y envidiable. El tapizado era bellísima y los pisos relucian, aunque un aroma desagradable se emanaba del cuarto. No era olor a limpio ni rosas. Era sangre con lavandina mezclada. Clarissa se estaba cortando las piernas con un cuchillo de cocina y limpiaba sus heridas con lavandina que en vez de parar la hemorragia, la empeoraba y le generaba más dolor. Ella se estaba castigando a sí misma frente a un espejo para poder verse.
Tanto la madre como el doctor corrieron a ella, le sacaron el cuchillo ensangrentado de la mano y llamaron a emergencias, mientras trataban de parar el sangrado con las sábanas de seda de su cama.
Cuando llegaron los paramedicos, la madre abrió la puerta y los dirigió hacia la alcoba de su hija. La amarraron a la camilla, mientras la oxigenaban para no perderla. La metieron a la ambulancia y la condujeron al hospital. La madre viajó con ella y el doctor se quedó en la mansión.