- Ouch.. Duele.
- Aguante un poco más..... ... .. Listo. Tome dos de estas pastillas dentro unas cinco horas para aliviar el dolor. En el caso de que la molestia persista, no dude en llamarme.
El médico del hospital se retiró del cuarto junto a Guillermo. Mientras tanto, Clarissa, acostada en la cama, cerró sus ojos y el sueño se derramó en ellos rápidamente.
- Dígame, usted, ¿Es familiar de la muchacha? Necesito que alguien esté con ella en todo momento. Hay que tener mucho cuidado con personas como ella. Son muy impulsivas y frágiles. Se quiebran con facilidad y es dificultoso para nosotros, los médicos, acceder a ellos. No nos permiten ayudarlos.
- Lo sé. Se como es ella. Soy su psiquiatra.
- Entonces, por favor comuniqueme con alguno de sus padres. Debo hablar con ellos.
- No se preocupe, yo se los comunicó. Sólo cuenta con su madre y en el momento no se encuentra disponible y me ha dejado su hija bajo mi cuidado. Yo me hago responsable hasta que regrese.
- Bueno. Necesitaré que hable con administración para aclarar este detalle. Así que, hable con alguna de las recepcionistas. Si no hay más que hablar, me retiró.
A pasó veloz, el doctor desapareció entre las enfermeras. Guillermo, metió su mano en el bolsillo, sacó un cigarrillo y su celular. Se dirigió al frente del hospital para poder fumar y con sus dedos, un poco tieso, marcó el número de Cynthia.
- Dígame que la ha encontrado. ¿Lo ha hecho? Yo no la puedo ver por ningún lado y ya he recorrido varios barrios. ¿Hay alguna noticia sobre ella? Por favor, dígame.
- Sí, está bien. Ahora duerme en el hospital. Se puede quedar tranquila, pero...
- ¡Qué maravilla! Me alegra mucho de que se encuentre bien. ¿Pero qué? ¿Qué pero? ¿Qué pasa?
- Pidieron que algún familiar se quede con ella en su habitación a toda hora por precaución. Necesitaría que usted me otorgue el poder para hacerlo, así puedo ayudar a Clarissa.
- ¿Es realmente necesario? No quiero causar molestias. De seguro, tiene otros pacientes que atender.
- No piense en eso, yo me las arreglo. ¿Qué dice?
- Mmm... Creó que está bien, pero prometa me algo.
- Lo que usted quiera.
- Curela.
- Solo, confíe.
Guardo su celular en el bolsillo y se fumo otro cigarro, antes de volver a entrar. Se acercó a una de las secretarias para avisarles que él estaría a cargo de Clarissa y dejó el numero de Cynthia para que lo corraborrarán. Se dirigió hasta el cuarto de ella y antes de girar la manija de la puerta, suspiró profundo. Al entrar, lo primero que notó fueron las ventanas abiertas. El viento no dejaba de aullar entre las cortinas. El frío hizo que se le erizara la piel, y comenzó a soplarse las manos para calentarlas de alguna forma.
- Cómo puede esta chica, dormir con frío.
Camino con ligereza hacia la cama, intentando hacer el menor ruido posible. Era preferible tenerla dormida y no despierta, así podía estar tranquila. Cuando se acercó, vio que estaba tapada hasta la cabeza. Por miedo a que se ahogara, levantó instintivamente la sábana pero en vez de ver su rostro, destapó una almohada.
- No me digas que....
Corrió hacía la ventana y asomó su cabeza. Su habitación, al estar en el primer piso, estaba la posibilidad de que escapara por ahí. No era un edificio alto y cuando la libertad de uno está en juego, se toma cualquier riesgo. De pronto, surgió enojo en el pecho del doctor, de alguna forma se sentía traicionado y por primera vez, no pudo controlar sus sentimientos. Fue hasta la cama y sujetó con fuerza la almohada para luego revolearla. Aunque era de un material suave, impactó contra la pared, tirando por accidente, uno de los cuadros del hospital. Todos los vidrios quedaron esparramados por el suelo junto con el marco de la imagen.
- ¿Por qué hace tanto ruido?
Dijo, luego de salir del baño.
- Clarissa.
- Sí. ¿Esperaba a otra persona acaso?
- No es eso. Pasa que... pensé... que...
- Me había escapado.
- Lo siento.
- No se disculpe. Para serle franca, pensaba en huir pero tengo un problema.
- ¿Le temes a las alturas?
- No, ¿Por qué pregunta eso?
- Por nada. Continúa.
- Cómo diga. Soy prisionera de una cárcel sin barrotes pero no puedo escapar, porque mi mente es más fuerte que el metal.
Acercándose nuevamente hacia la ventana, Guillermo le contesta, mirando hacia afuera.
- Te entiendo.