4. Es solo sexo

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Mae

Escucho el ruido de un auto sonar su bocina de forma insistente y molesta. Mi corazón salta en mi pecho y mis nervios recorren mis dedos de los pies hasta los de mis manos entumecidas. De inmediato, corro hacia la ventana y veo ese Mustang blanco que conozco perfectamente; veo a Dylan salir del auto dando un portazo a la puerta de paso.

Se ve enojado e histérico.

—¡Maé! —grita a todo pulmón de pie en la acera, pero su grito se oye ahogado por el espacio entre la casa y el jardín —. ¡MAE! ¡MAE!

Mi cuerpo se endereza con el rugido gutural de Dylan gritando mi nombre. Mi corazón empieza a golpetear en mis oídos y mi pulso se acelera: Si sigue gritando así el señor Connelly y su novia se levantarán; me echarán junto a Dylan pienso y corro a agarrar mi celular.

Busco su número entre mis contactos y lo llamo. Los gritos cesan cuando contesta.

—¡Mae, baja!

—¡Deja de gritar, por Dios! Estás loco, despertarás a todo el vecindario, ¿Qué pasa contigo?

—Dejaré de gritar cuando bajes y hables conmigo —gruñe —te espero aquí en el auto. No me moveré hasta que jodidamente bajes y me expliques qué haces en esta maldita casa.

Muerdo mi labio con nerviosismo y digo:—Está bien, solo guarda silencio. Bajaré en un minuto.

Mis manos comenzan a temblar mientras bajo las escaleras de la forma más silenciosa que mis extremidades me lo permiten. Irrumpo en la sala de estar con piernas temblorosas y tomo las llaves del perchero dirigiendome a la puerta.

El aire frío de la noche golpea mi rostro y mis piernas desnudas. La seda de la bata que llevo es tan delgada que el frío se filtra a través de la prenda haciendo que mis pezones se endurezcan y mi piel se erice. Corro todo el camino por el asfalto encontrándome con Dylan.

Sus ojos están dilatados y está respirando como un toro sin apartar la mirada de mí. Lleva una camisa de franela negra y unos vaqueros, su pelo rubio platino está hecho un desorden que realmente lo hace ver tan hermoso que hace que mi pecho duela y sienta fuertes ganas de llorar. Sus brazos tatuados están flexionados mientras espera por mi recostado en el auto.

Me pongo rígida como una estatua de mármol. El miedo me consume cuando quedo frente a él.

—Nena, lo siento. No debí haber venido así pero...

—Sí, no debiste —lo interrumpo —¿Quién te crees, Dylan? ¿Qué pasa contigo? Déjame en paz.

Aprieta su mandíbula y su mirada se dirige a la enorme casa tras de mí. Su mirada se vuelve dura cuando vuelve a mirarme; la cólera está escrita por todo su rostro.

Nena —susurra pasando la mano por su pelo lacio y estira su brazo para alcanzarme. De inmediato, doy un paso hacia atrás escapando de su toque.

—No me toques y no me digas nena no soy tu nena, nunca más.

Sus facciones se endurecen —. ¿A no? ¿Entonces qué eres ahora, Mae? ¿Una prostituta? —pregunta despectivo mirándome de pies a cabeza. —no te ofendas pero no creo que haya otra manera en la que alguien como tú pueda llegar a estar en una casa como esta.

El dolor surca mi pecho y las lágrimas amenazan con salirse pero las detengo. Jamás dejaré que me vea llorar otra vez.

—Eso ya no es de tu incumbencia —mascullo en respuesta. Mis ojos conectan con los suyos —ya no te pertenezco, Dylan. Si desde ahora me apetece hacer negocios con mi cuerpo, lo haré.

Tuya por una noche© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora