Sigma

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"Es el dios el que es sabio, la sabiduría humana vale poco y nada."

   —Déjate de inventos, Zarek —reclama el chico rubio en esta oportunidad —. Ella todavía no es parte de nosotros. Y probablemente no lo será.

   —Dices "nosotros" como si fuésemos gran aporte para el Tártaro. —Continúa la pelirroja, rodando los ojos.

   El rubio bufó.

   —Hablen por ustedes mismos.

   Dicho eso, rueda la silla para hacerla chirriar por el suelo y se levanta de golpe, saliendo de la habitación sin darme siquiera una mirada.

   Jean-Louis suspira a mi lado, y se pasa una mano por la cara con frustración. Les dedica una mirada fulminante a los dos pelirrojos en cuestión, quienes se limitan a encogerse de hombros con teatrales sonrisas angelicales.

   —¿Era necesario jugar con su temperamento? —reprende él a los chicos.

   —Ay, por favor, Jean-Louis. Él tiene que dejar de ser un idiota algún día —responde ella, negando con la cabeza —. Ya, ¿no nos vas a presentar a la super estrella?

   Me di cuenta de que se refería a mí porque ambos me observaban con intensa curiosidad. Mi cuerpo sigue tan cansado y magullado que no me molesté en adoptar un semblante autoritario; más bien, permanecí intacta con mis hombros caídos y cara de que no había dormido en cinco años.

   —Gia, ellos son Zarek y Zoe —Jean-Louis señala a ambos respectivamente —. Y el chico que viste salir, era el tercero de estos mosqueteros: Zeth.

   —Son los hijos de Hiperión y Tea. —Termina Max por explicar.

   Fruncí el ceño.

   —¿Y esos quiénes son? —cuestioné confundida.

   Zoe ahoga un grito indignado.

   —¡Me ofende muchísimo que no conozcas a nuestros poderosos e inteligentes padres! —se queja, llevándose una mano al pecho. Su voz es tan chillona que casi me provoca encogerme en mi sitio —. ¡Alguien como tú deberías saberlo todo!

   Percibí un deje de mera ironía en sus palabras que decidí ignorar para no sentirme ofendida.

   —Lamento decepcionarte. —Murmuré de regreso.

   —Poseidón siempre dice que todo a su debido tiempo —habla Zarek —. Si no sabe nada, es porque no debería saberlo.

   —¿Eso debe reconfortarme? —le pregunto a modo de burla.

   Como respuesta, se encoje de hombros.

   —Como lo quieras ver. Aunque, debo admitir que es bastante gracioso que todos aquí te conozcamos y tú ni siquiera sabías que existíamos.

   —Sí. Toda una historia de comedia.

   Aquello les genera una risa a todos, menos a Max, quien me observaba con una expresión algo preocupada. No había notado hasta ahora que tenía un par de moretones en el cuello y rasguños en la cara, sin mencionar que gran parte de su antebrazo estaba cubierto por una venda tal cual lo estaba mi abdomen, y vestía ropa diferente a la noche anterior. Su uniforme de combate no estaba en ningún lugar que pudiese ser visto, y cargaba un par de pantalones negros y franela blanca que le sentaba a la perfección. Casi olvidé que estaba enojada con él por el asunto de Ava. Casi.

   Intento preguntarle con mi mirada qué ocurría, pero en seguida torna la vista y se digna a hablar:

   —Deberíamos irnos ya. 

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