Beta

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"Si la muerte fuera un bien, los dioses no serían inmortales."

   Observé mi reflejo en el espejo de la habitación con las manos en mi espalda intentando ajustar el largo y descotado vestido rojo.

   —¡¿Cómo se abrocha esta maldita cosa?! —grité ofuscada.

   Estaba sola. No había nadie en el lugar que pudiese escucharme, así que estaba siendo absurda pidiéndole indicaciones a la nada. 

   Intenté una vez más sujetar la parte trasera de la prenda de seda, pero fallé miserablemente. Decidí rendirme y optar por pedir ayuda a Pia en la habitación vecina y salí tambaleando en mis zapatos de tacón de aguja que retumbaban conforme pisoteaba sobre el pulcro piso de mármol. Casi sentí que resbalaba un par de veces.

   Era injusto. Estos roles siempre eran asignados a Pia, porque ella era especial en coqueteo y pasar desapercibida con una elegancia impecable y tenía la gracia de una verdadera diosa. En cambio, yo era desapacible y grotesca. Mi vocabulario no era exactamente el mejor y los músculos torneados de mi cuerpo no me daban ese aspecto agraciado que mis otras dos hermanas tenían. Yo era la ruda, la diseñada a patear traseros y disparar con fiereza, no esa que debía posar en una fiesta con una copa de champaña en la mano fingiendo sonrisas amables a personas que en realidad quería matar.

   No me molesto en tocar la puerta y entro de golpe. Pia está ordenando un par de cosas en un bolso de mano ya vistiendo nuestro asignado uniforme con su cabello largo atado en una cola de caballo alta. Se voltea para mirarme, y abre un poco los ojos en asombro. Pude advertir el brillo de su insignia reflejar en la cadena sobre su pecho.

   —Bonito vestido. ¿Te han dicho lo hermosa que estás esta noche, hermana? —pregunta mientras su mirada recorre todo mi cuerpo.

   Cerré la puerta detrás de mí con una patada.

   —No.

   —Eso es porque pareces una loca drogadicta. ¿Qué clase de peinado es ese? Luces como si te hubiesen lanzado un fosforito en la cabeza.

   Puse los ojos en blanco.

   —Entonces arréglame —me volteé para que tuviese visibilidad del broche de mi vestido y lo ajustara. No tardé en sentir sus manos en acción —. Tú y yo sabemos que no soy buena para estas cosas, pero si vas a criticar, le pediré ayuda a Nia.

   —Como si Nia tuviese algo de sentido de la moda —se burla ella, aun maniobrando sus manos en mi espalda. La escucho quejarse, y luego siento mi pecho un poco apretado por la tela —. Listo. Intenta no respirar demasiado y estarás bien.

   Suelto un gemido incómodo al sentirme ceñida dentro del vestido.

   —Espero que no se me caiga nada al suelo o lo daré por perdido.

   Busco sentarme frente al espejo de luces sobre el tocador. Tengo una mejor visión de mi reflejo cuando Pia enciende las bombillas y comienza a retocar mi cabello con fijador y mi cara la embadurna con maquillaje utilizando varias brochas y esponjas. Me siento incómoda y bastante ridícula, pero si alguien iba a desobedecer las órdenes de Cronos, esa no sería yo.

   En Ikaria, las reglas eran simples, al menos para aquellos que no tenían absolutamente nada que perder. Matar era un requisito, robar una opción, pero desobedecer a tu titán desencadenaría una disputa que podría acabar con tu muerte. Las puniciones no eran precisamente sentarse en una silla mirando hacia la pared con orejas de burro en la cabeza, aquí se castigaba con golpes, sangre, y de ser considerable tu traición, con una herida de arma de fuego en todo tu cráneo.

IKARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora