Su voz era gruesa, profunda y sin matices. Había sido una sola palabra la que dijo, solamente una, pero fue suficiente para derretir lentamente el frío que emanaban sus ojos.
— ¿Duele?
Repitió moviendo lentamente sus dedos a través de mi cintura. Yo estaba inmóvil, nerviosa y sonrojada. Estaba segura de que si alguien me preguntase mi nombre en ese instante, le diría que no lo recordaba. Todo lo que hacía Kazuto, me había desencajado.
Tardé en reaccionar cuando él había vuelto a preguntar y uno de sus dedos, rozó dolorosamente el borde de la herida.
— ¡Aah!
Fue un quejido bajo y cerré mis ojos inmóvil.
Lo sentí alejarse, aunque mis nervios seguían latentes. Poco a poco, mis sentidos volvieron a mí. Él lograba desequilibrar mi centro, no podía explicar lo que hacía conmigo cada vez que se acercaba como lo había hecho, era una electricidad recorriéndome desde y hacia cada rincón de mí. Me molestaba sobremanera que me provocara eso, porque él... él era completamente indiferente.
—Es un idiota.
Murmuré al verlo subir al vehículo. Me miró soslayadamente y encendió el motor.
— ¿Por qué no me dijo que sí podía hablar?
Y otra vez su inquietante silencio. Me desesperaba.
— ¿Me ignora?
«El que calla otorga»
Como un pensamiento casi vívido, oí a Rika diciéndome uno de sus tantos dichos. Fruncí mis cejas y mis labios enojada, mirando hacia la ventana. Veía el camino y los árboles pasar, no sabía si era por mi reciente enojo o las ventanas cerradas del automóvil, pero el ardor punzante de mi herida palpitaba y sentía cada vez más calientes mis mejillas.
Aunque no quería quejarme, conforme pasaban los segundos, más difícil se volvía soportar la molestia y me removía sutilmente en el asiento.
Al llegar, la casa parecía estar vacía. Un silencio sepulcral nos recibió, ni siquiera el personal de servicio estaba presente. Miré extrañada el reloj en la pared de la cocina, marcaba las 18:00 horas. Creí que era demasiado temprano en un día lunes para que no hubiese nadie, aunque todo parecía normal.
Mientras buscaba señales de alguien en la casa, en cada paso que daba, tras de mí, venía Kazuto. Subí las escaleras a pasos rápidos y atravesé el pasillo para llegar a mi habitación, cerrando la puerta en cuanto había cruzado el umbral. Por supuesto lo vi llegar a la entrada, justo después de mí. No sabía por qué exactamente, pero estaba molesta.
— ¡Qué obediente! — grité tras mi puerta.
Mi padre le había dicho que él debería convertirse en mi sombra; y eso había hecho.
Pensé en ello mientras veía la silueta de Kazuto ingresar por los recovecos de la puerta y apagué mis luces, después de todo, la sombra desaparecía en la oscuridad.
Había caído de espaldas en mi cama. No habían pasado más de diez o quince minutos y volví a sentir el ardor.
—Debo limpiar esto.
Murmuré para mí misma y me di impulso para levantarme; dolía, dolía mucho. Era para mí un simple rasguño, entonces ¿por qué molestaba tanto?
La respuesta vino en cuanto saqué toda mi ropa en el cuarto de baño. Quité la gaza improvisada de mi costado; ahí estaba la larga línea delgada, amoratada y en toda la extensión, expandiéndose como pequeñas ramas hacia el resto de la piel, líneas rojas. Pero lo que más me había asustado, era el líquido transparente que se acumulaba en gotas diminutas en medio de la herida.
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Es mí Sombra
FanfictionDentro de la gran mafia Japonesa, ella era ajena, pero terminó en medio de un conflicto y adentrándose en un mundo del que antes era ciega. Cuando conoce a Kazuto, algo dentro de ella nace, ¿él sentirá lo mismo?