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Los días siguientes fueron tortura para Arturo. Entre sus deberes como rey y sus pensamientos abrumados, su existencia era un caos.

En un momento pensó que su amor por su sirviente pudo ser un hechizo, pero lo descartó seriamente. Lo que había crecido en su corazón no podía ser un encantamiento, se negó a pensarlo. Aun así dolía la mentira.

Todo su mundo se volvía pedazos cada vez que recordaba. Le parecía que su vida estaba sumergida en una gran mentira. Y en ese instante culpaba a su padre. Desde su nacimiento, Morgan siendo su hermana, y también Merlín. Todo una gran desilusión, dudaba incluso de ser merecedor del trono.

El nuevo sirvo lo esperaba en su recamara con el baño preparado. Solo se limitaba a darle las ordenes y quehaceres por la mañana y lo volvía a ver por las noches. Desde que Merlín se fue sus entrenamientos eran agotadores, solo para que al llegar la noche poder caer rendido en su cama y dejar de pensar. Si antes odiaba las mañanas, ahora eran el infierno. Despertar sin ver aquellos ojos azules como el océano y esa sonrisa pícara de su amante era la muerte. Y así se arrastraba cada día, como podía, por los pasillos del castillo.

La mañana siguiente Percival y Gwaine volvieron de la misión que se autoimpusieron. Con desesperanza y ojos triste llegaron hasta el rey para anunciar que no pudieron encontrar rastros del mago. "Claro que no" pensó Arturo.

Aquel muchacho de ojos vivaces era muy inteligente, lo ha sido todo este tiempo, seguía pensando el rubio mientras se encaminaba hacia el campo de entrenamiento. Amigo, guardián y compañero. Tan valiente como cada caballero que ha entrenado. Cada acción que su pequeño había hecho era de valientes. Beber de la copa con veneno, volver a Ealdor prácticamente solo para ayudar a su gente.

Y de repente pequeños flashbacks golpearon su mente. La esfera luminosa que lo guió en aquella cueva, el remolino de viento en Ealdor donde Will se hizo pasar por hechicero para proteger a su amigo, ramas cayendo de los arboles en medio de enfrentamientos que misteriosamente golpeaban a sus enemigos, flechas y lanzas desviadas sin explicación y así podría estar todo el día pensando en pequeños momentos donde el pelinegro le salvó el pellejo al rey. No había notado la grandeza de aquel hombre. Ya no se sentía traicionado, más bien se sentía agradecido y algo culpable.

Tantas veces que el rubio lo había tratado de inútil y vago e igual el más delgado seguía con él. Siempre sin falta.

Cada vez que Merlín le decía que iba a estar a su lado protegiéndolo y Arturo se burlaba. Tantas veces estuvo ahí a su lado en las situaciones mas arriesgadas. En las buenas y en las malas. El rey sonrió recordando aquellos momentos. Deseaba tanto tenerlo cerca.

Lo extrañaba demasiado.

Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora