Ocho.

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Capítulo ocho. -

❝Metida en sus sueños.❞

No sabe si fue por el alcohol que consumió y por el mareo que éste provocó cuando se tiró de espaldas en su grande y comodo colchón, pero esa noche soñó con Adalia, no era un sueño normal de esos en donde solo veía su cara de soberbia posada en frente de él como normalmente soñaba, éste era diferente, uno en donde Adalia se encontraba sentada en el medio de su escritorio con una camisa blanca del castaño, con tres botones desprendidos, cayendo por sus clavículas, larga hasta sus muslos, entraba y cuando lo veía aparecer en su oficina ella simplemente...

Abría sus piernas para él.

Puede recordar a duras penas como había un poco de tirones de pelo y si cerraba los ojos concentrándose podía recordar la alucinación de sus sueños cuando Adalia se arrodilló en el piso, con sus rodillas descubiertas y lo envolvió con su húmeda boca resbaladiza hasta que su lengua masajeo bien su punta, su mano con anillos extendiéndose hasta la delicada cabellera negra de ella y hundindola hasta hacerla atorarse, lo recuerda grabado en sus entrañas, en dónde puede llegar a imitar el movimiento de sus caderas intentando llegar más profundo en la garganta, lo haría si pudiera, cómo la separaba luego de que lo haya succionado lo suficiente como para tocarse un poco hasta acabar, él se venía en su mejilla y parte de su boca.

No era como que estuviera nececitado. Muchas veces tuvo sueños húmedos, pero nunca se imaginó que iba a tener uno específicamente con Adalia y que se iba a despertar con una erección, la hizo desaparecer entre tirones brutos y gruñidos desde lo mas profundo de su garganta.

No pensó en Adalia. No. Él nunca lo haría.

Más rato, en la tarde, cuando se encontraba en los almacenamientos del galpón que estaba afuera de la ciudad, supervisando una descarga de cocaína mientras sus hombres trabajan y él fumaba con una mano metida en el bolsillo, la vio llegar en un auto negro polarizado, bajó con lentitud, enterrando sus tacos rojos en el barro pantanoso, una pollera negra suelta que se ceñia en su cintura arriba de una camisa blanca con corbata roja oscura, el tapado peludo negro que llevaba la hacía ver elegante.

Valentín claramente no perdió tiempo mirandola, no, a él le daba igual si Adalia aparecía a las descargas de sus camiones o no, no le importaba su presencia, sobraba.

— Llevan mil quinientos bloques de nieve pura. —Informó Pinocho mirando unos papeles y tachando números, Valentín alzó su mentón mientras funcia el ceño al escuchar la voz de Adalia no muy lejos de él, casi pasándolo.

— Carguen la mitad, el resto la descargan en la segunda quinta, fíjate que dejen todo y que queden lugar para las armas, mañana a la mañana Timoteo va a salir temprano para distribuirlo en los lugares de los putos Italianos, ya se están desesperando, van a salir tres camiones, dos a zona Sur y otro a zona Norte, avísale a Lucchese que a las seis en punto de la mañana nuestros hombres van a estar en sus negocios descargando los caminones y que prepare las armas porque voy a comprar toda lo porquería que tiene. —Informó dándole una calada al puro, sus ojos azules miraron al cielo nublando y suspiró con enojo cuando el cielo parecía querer mearlo directamente en la cara.

— Ok.

— ¿Entendiste algo de lo que dije?

— Sí sí sí, ok dije.

— Más te vale.—Amenazó el castaño, viendo como el ojiverde sonría de costado y seguía tachando números.

Giró los ojos.

Miró su reloj de oro que se envolvía en su muñeca y apretó la mandíbula cuando marcaron las siete en punto de la tarde.

— Mañana a las siete nosotros vamos a arreglar unas cuentas pendientes con el Cubano, tiene que pagar algunas cosas y ya me esta agotando la paciencia.

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⏰ Última actualización: Apr 27, 2021 ⏰

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