Tres.

1.4K 225 215
                                    

Capítulo tres. -

❝Jugando al ahorcado.❞

El espeso aire lleno de sudor y sangre caía sobre una habitación poco iluminada, la oscuridad reinaba en los rincones que no alcanzaba a llegar el foco parpadeante del lugar, el frío calaba sus dedos y parte de su cuerpo, la ventana abierta de par en par no ayudaba con el aire congelado de aquel invierno, aún así, eso no le impedía a el joven castaño los movimientos feroces que arremetían contra la cara sangrante de ese hombre curpulento.

Unas gotas de sudor caían por su frente, mojaban su pelo y caía sobre su cara unos finos mechones que intentaba quitar con un movimiento de cabeza. Un ambiente doloroso, demasiado para cualquier persona cuerda y con un poco de sentimientos, las paredes parecían temblar con cada estallido, y simplemente todo se pintaba de suplicas.

Pero para Valentín, desquiciado como él mismo, eso no era nada más que una diversión simple, lo hacía sonreír tan enfermo, tan divertido, tan retorcido, que solo la curva de su boca daba miedo.

Se detuvo, unos dos minutos, y lo miró firme para hacerle saber que le daba un mísero segundo para que confiese.

— Tenés una puta oportunidad para salvar tu puto culo, sino voy a romper tus putos huesos, pelotudo.—Se agachó, quedó en cuclillas, apoyó sus codos en sus piernas y entrelazó los dedos.

— Y-yo soy fiel... n-no pued...—Su voz cortada, sin aire, con la sangre rebalsando sus papilas, fue interrumpido por una irónica y fría risa.

— Fiel te va quedar la cabeza de un solo tiro infeliz, decime para quién mierda trabajas y para qué mierda te mandaron, ¿Tu jefe no tiene los huevos para venir en persona, eh? ¿O es tan señorita que hay que invitarlo?—Se paró de su lugar apretando sus dientes, le pateo la pierna para que le responda.

Odiaba que no le respondan cuando estaba hablando, por favor, había que tener un poco más de educación, preguntó bien ¿No?, ¿Por qué mierda no le respondían entonces?

— Dale papito, no tengo todo el día, ¿O vos querés que me canse y te termine de enterrar?—Sacudió su mano como dispersando el aire, caminó hasta el banquito de madera que había en medio de la habitación y volvió a agarrar su habano humeante para llevárselo a los labios húmedos.

— P-por favor.—Lloriqueo moviendo su cabeza, esquivando la caricia firme y burlona que iba a ir a su mejilla, respirando con fuerza.

— Cuento hasta tres, si no hablas vas a tener que ir y saludar a Don Sati por mi, me conoce, sabe quien soy.—Habló sin ninguna pizca de gracia, metiendo su mano en uno de los bolsillos de su pantalón y sacando el habano de sus labios con la otra.

Largó el humo.

— Uno...—Empezó mirando al techo, y giró los ojos cuando lo escuchó llorar, por favor, que exagerado, solo eran un par de costillas rotas y nada más, (aunque si había más).—Listo gil, ¡Me cansaste pelotudo!—Se exasperó.

Tiró su habano con fuerza al piso, tanta que lo hizo pedazos, quedó humeando ahí, despacio, como si tuviera miedo de humear mucho adelante de Valentín, hasta las cosas parecían tenerle miedo y eso que no tenían vida.

— ¡D-dijiste hasta tres!—Lloró el hombre, removiéndose en su silla con el corazón saliendo de su pecho y la piel blanca del miedo.

Imperio Salvaje ; WosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora