4. Jardin de Espejos.

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•🌱 Capítulo 4.

—Mi señora, la princesa aún sigue recostada, al parecer sufrió una recaída y será mejor que la dejemos descansar para que sus heridas no se infecte.

Los reyes estaba en el comedor apuntó de comenzar a desayunar, y ante la ausencia de Aeris la conversación se había vuelto un tanto hostil.

—No dejare que mi hija esté sola en su acenso al trono Zamiel, no, hasta que tenga un esposo que la pueda proteger cuando nosotros no estemos.

La reina vio a su marido con furia; él había tomado esa decisión sin consultárselo.

—Su majestad no está pensando con claridad, Aeris tiene que estar presente o ¿que piensa hacer? ¿Enviar a príncipe Merin en su lugar?

El rey se levantó airado, pero la reina Zamiel no se intimidó aún mantenía la mirada fija en él.

—Cuida bien tus palabras, sabes que él fue desterrado después de que mi hermana muriese. Él ya no tiene ningún derecho a la corona que por decreto le corresponde a nuestra hija.

—No dejare que el imperio que he construido para mi hija se derrumbe solo por algo patético.

—¡Zamiel recuerda cuál es tu lugar! Parece que se te olvidó a quien tienes parado frente a ti.

—Tu también has olvidado quien soy yo. No solo soy tu esposa, también soy la reina y tengo a mi cargo a las esposas de todo tu consejo. Estoy enterada de cada paso que dan antes de que si quiera tu lo sepas.

—Mi rey, el general Nicolás está aquí y solicita una audiencia con usted de manera urgente.

La sirvienta estaba parada a unos pasos de la puerta con la mirada baja evitando tan siquiera el ser percibida, siempre habían sido pacíficos los días en el palacio, pero ahora parecía que una tormenta los estaba consumiendo cada rincón.

Sin más, el rey salió del comedor.

—Mi señora, ¿se encuentra bien?

La primogénita nacida de los grandes reyes que han traído paz a lo largo del tiempo será bendecida por aquel ser con el que debería pelear, la sangre del dragón será derramada para que ella viva y después muera por su pueblo. Su vida se consumirá por la salvación del trono. Esas fueron las palabras escritas Saharaui, mi hija está condenada a morir y no la puedo proteger.

La reina sentía que su mundo se destruía poco a poco, todo aquello se había descrito dos días antes de enterarse de su embarazo, le rogó al cielo que su vientre pudiera concebir a un varón, sin embargo no fue así, una hermosa niña de cabello castaño claro, piel clara y ojos grises nació. Aún después de eso conservo la esperanza que al llegar el día del combate, fuese alguna otra criatura contra la que peleará. El dragón la salvo y ahora Aeris tendría que caminar hacia su destino sangriento en el trono.

—Llévale a mi hija un té de flores de saúco.

La reina susurró mientras se recostaba en la cama, podía imaginarse el sentir el pequeño cuerpo de su hija recién nacida y el amor que irradiaba su esposo por ellas. Pero eso era solo un espejismo que el cansancio le devolvía, la princesa Aeris estaba apunto de cumplir los dieciocho años y pronto tendría que escoger aún esposo. Como miembro de la realeza estaba el hecho de que podría otorgarle poder y estatus a cualquier hombre, esto si el rey lo aprobaba.
Tenía que hacerlo con cuidado y mucha astucia, pues ella misma podría poner a su derecha a su mejor aliado o a un verdugo inmediato.

Aún con miles de pensamientos en su mente, la reina cayó presa de la fatiga.

—¿Que fue lo qué pasó?

La princesa estaba sentada en su cama y en cuanto vio entrar a su mucama se incorporó de inmediato.

—Son pésimas noticias mi princesa, al parecer le buscarán marido y harán una fiesta antes de su cumpleaños para que pueda escoger a su futuro esposo. Será en el jardín de espejos una semana antes de que cumpla los dieciocho años.

Para la suerte de Aeris el poder tener a Támara y a Enrique como sus informantes en el palacio la podían poner al tanto de todo. Ya que su mucama era en parte una de las sirvientas más fieles y que podía escuchar y ver todo aquello que la reina hiciese junto con las mujeres del consejo, y Enrique, siendo uno de los soldados más jóvenes e inteligentes podía hacerle saber lo que el rey tramase. Sus padres la habían subestimado y trataron de ocultarle muchas cosas.

Támara hablo sobre todo lo que había logrado escuchar en la pelea de ambos reyes y Enrique sobre qué tan inminente era un ataque de los Inkeris y si ellos podían mantener alianzas con algunos reinos pequeños.

—El jardín de espejos fue un regalo que el rey me dio cuando cumplí quince años, no entiendo por qué esa osadía de mancharlo con pies ajenos.

Suspiro Aeris mientras dejaba en la bandeja de plata los trastos sucios de la comida.

—Es obvio que sus padres la aman señorita y se preocupan por su bienestar, además, sabemos bien que al ascender al trono no podrá manejarlo del todo si no está casada, la mayoría de las decisiones las tomaría el consejo y muchos de ellos son buitres carroñeros que esperan una tajada si el imperio de su majestad cae.

Aunque la idea le repudiará, Aeris sabía que Támara tenía razón. Su padre gracias al poder que tenía lograba mantener a raya al consejo, limitándolos a solo decisiones ya aprobadas por él. Pero todo cambiaria si ella llegaba al trono sola y sin apoyo alguno.

—¿Su majestad habló de con quien me casare?

—Al parecer no señorita, quizás esa decisión la pueda tomar usted. Sus padres pese a que fueron emparejados aún siguen estando juntos y se complementan de una manera única, quizás si mis padres hubiesen hecho lo mismo ahora estarían acompañándome.

La mirada de la joven muchacha cayó al piso, Aeris y ella solo se llevaban dos días de diferencia al nacer. La madre de la joven mucama había sido traída desde el palacio de la reina Zamiel como su acompañante en tanto el padre de la chica fue un fiel soldado y amigo del rey William. Támara era nieta de Saharaui, pero, un día en donde una banda de rebeldes atacó el castillo del León, uno de esos hombres acabó con la vida de la madre de Támara cuando trató de defender a las dos pequeñas de cinco años. En uno de las tantas caravanas el padre perdió la vida al recibir una flecha en el corazón, salvando al rey.

Nadie cuestionó la amistad de las jóvenes.

El tener amigos es una debilidad, puedes perderlos en cuestión de segundos, puedes culparte por ello y hacerte débil... así que hija mía, siempre camina como si no tuvieras nada que perder.

Las palabras de su padre eran un recuerdo latente que la pérdida de sus amigos lo seguía atormentando por las noches.

—Cambiando de tema ¿como van las cosas con Enrique? ¿Ya te ha declarado su amor?

Para la princesa el romance entre su amiga y el soldado era una comedia tan melosa que en ocasiones sentía que tanta miel la ahogaría.

La joven mucama se sonrojó y sonrió con timidez.

—Ayer por la tarde me entregó una rosa roja que compró en el pueblo, además de una preciosa pluma de águila arpia y un libro forrado en cuero en donde puedo dibujar o escribir lo que me plazca.

—¿Se irá con mi padre a la próxima campaña cierto?

La alegría se disipó ante aquella pregunta, él le había dado una muestra de amor realmente encantadora pues no sabía si volvería a verla.

—En cuanto regrese hablaré con mis padres para que puedas casarte con él.

La promesa de Aeris quizás era demasiado difícil pero no imposible, gracias a Támara había logrado saber más sobre los planes de los reyes, así podría realizar algún plan antes de la fiesta para encontrar esposo.

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