Necesidad

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"... estábamos agotados, Raquel había tenido que vivir demasiadas cosas y necesitaba esos brazos que durante todo este ultimo año estuvieron levantándola cada vez que se derrumbaba. En cambio, se encontró con las frías mantas que la cubrían mientras que sus ojos se intentaban cerrar en uno de los sillones de aquel Banco. Ni las noches de espera después de la Fabrica de Moneda y Timbre habían sido tan duras como aquella..." Tokio.

Había decidido irme lo antes posible a descansar. Estaba agotada. No conseguía enfocar las caras de los rehenes y las inseguridades aparecían y desaparecían de mi mente como un rayo. Mil nudos se estaban formando en mi garganta y un mar quería salir de mis ojos vidriosos.

No podía quejarme de aquel sofá que me arropaba esta noche. Las últimas horas las había pasado en una silla rodeada de policías entrando y saliendo sin dejarme ni un solo segundo de descanso y aún menos de cerrar mis ojos. Las noches anteriores en nuestra autocaravana habían sido más amenas con su compañía.

Le echaba de menos. Su mano agarrando la mía mientras que me susurraba en el oido lo guapa que estaba y lo feliz que sus días eran. Su cuerpo al lado del mío arropando cada rincón mientras que nuestras respiraciones se unían. Sus besos suaves cuando se despertaba por la noche, aquellos que recordaba como uno de los más bellos sueños.

Estaba sola, en el sofá más incómodo del mundo, sin él. Sin saber que nos depararía el destino, si alguna vez volvería a besar esos labios o si alguna vez sus brazos volverían a sujetarme.

La respiración se me aceleró, un ápice de luz entraba por una de las muchas ventanas de aquella habitación. La suficiente para ver que no me hallaba en mi casa, que estaba sola en un lugar desconocido. Mis puños se cerraron a la vez que mis ojos, apretándose fuerte para que toda esa rabia, todo ese dolor se esfumasen.

La impotencia de no poder hacer nada, de hallarme a kilometros de mi familia, de sentirme sola, se acrecentaba en la noche. Daba vueltas intentando encontrar esa postura correcta que me ayudase a profundizar el sueño o simplemente a cogerlo. Pero ese no era mi lugar, ese sofá no me acogía igual que lo hacía su pecho, esos cojines no eran lo mismo que sus brazos y esa oscuridad no era la misma que podía encontrar en sus ojos.

No sabía si tenía frio o calor y cada vez me sentía más apretada entre aquellos cueros de aquel cochambroso sofá lleno de polvo. Me pesaba el pecho y la respiración cada vez era más superficial. De repente todo se me echó encima.

Miedo.

Ira.

Soledad.

Incertidumbre.

En esa noche las ideas de que yo no estaba preparada para ser jefa de un atraco y hallarme en el lugar más peligroso y más observado del mundo intentando robar hasta la última pepita del oro de España, aparecieron en mi mente para quedarse y arruinar lo que podía ser una noche tranquila. Una noche en la que el cansancio pudiese haber ganado al miedo y conseguir que mis ojos se cerrasen hasta que la luz del día los despertasen. En cambio mis manos habían empezado a hacer el recorrido que mis lágrimas dejaban mientras que apartaban el pelo que me estorbaba.

Si alguien hubiese entrado por la puerta, se hubiesen encontrado a una mujer cansada, destrozada, a la cual la noche le había sobre pasado y que las ganas de rendirse la habían dominado. Una mujer hecha un ovillo en sus propias lamentaciones. Sola.

Llévame de vuelta a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora