La primera vez que jugaron a polis y cacos tenían apenas 11 años, si acaso menos. Las cosas funcionaban así de rápido allí y en ningún momento se lo tomaron en serio. Fue como el siguiente escalón natural, nadie se cuestionó nada, nadie supo lo que hacían. Las pipas eran de verdad, pero estaban descargadas. Eran del hermano de Brando que pasaba una de tantas estancias en el reformatorio. Meses después, cuando se enteró, le propinó una buena paliza a su hermano pequeño por haberse atrevido a entrar en su cuarto, pero mereció la pena.
Era un kiosko de mierda que estuvo abierto poco tiempo. Esa gente de fuera del barrio que creía que los tenía suficientemente bien puestos para montar su tinglado allí, y no. No tenían ni idea de que era como poner un caramelo en la puerta de un colegio. Eso debió pensar aquel tipo, Rusty aún se acordaba de su cara.
Las luces del coche estaban apagadas y el motor ronroneaba de una forma sugerente. Él mismo lo había arreglado para que tirara mucho más de lo que aparentaba ese viejo ford destartalado. Ya no podía hablar ni siquiera de un modelo; le había añadido tantas piezas de tantos coches distintos que ni siquiera recordaba qué fue al principio. Chatarra, seguro, como todo.
Lo que Rusty tenía que hacer era esperar en el coche. Habían sido más de cien veces y más de doscientas las que había desempeñado ese papel. Una reconfortante descarga de adrenalina corría por sus venas, podía sentir el hormigueo en sus piernas y la descarga en la columna. Le divertían esas cosas; no había apenas riesgo. Habían cruzado el río, sí, pero ya. No estaban aún en los barrios de clase y los maderos no se esmeraban tanto. Había que esmerarse un poco, pero nada grave. No les iban a enchironar por eso, desde luego. Muy mala suerte había que tener.
Rusty estaba quieto. No le gustaba mirar a ninguna parte, se desconcentraba así. Uno de los amigos de Mike, el hermano de Brando, le dijo una vez que un conductor tenía que tener un ojo en la nuca y no quitar la vista del objetivo.
“Tienes que enterarte de si las cosas van mal, chaval, porque a lo mejor te toca pisar el acelerador antes de lo que toca”
Rusty era un crío entonces y aquel tipo era demasiado grande y los tatuajes le daban un aspecto amenazador, pero él sabía ya entonces que eso no era una opción. Que, o todos, o ninguno. Tan sencillo como eso.
Tiago lo sabía, que si contaban con él nadie se quedaba atrás. Si no, sin ningún compromiso, podían buscarse a otro. No se lo tomaría a mal. Pero a lo mejor si que lo hacía, si alguna vez se daba esa situación.
Se frotó la frente con la mano y luego volvió a colocarla en el volante. Tensó los dedos, los relajó, con la vista fija al frente. No era una carretera complicada, estaban en el aparcamiento de la gasolinera. De fondo, en la oscuridad, las luces de los vehículos en la autopista parecían un torrente de sangre luminosa que iba y venía. El reloj, la última vez que lo miró, marcaba las cuatro y diecisiete de la madrugada. Daba igual la hora que fuera porque la vía de salida de la ciudad, la que rodeaba el suburbio, siempre estaba llena de coches y camiones en un devenir constante. Años atrás, recordaba Rusty, corrían al descampado que había justo junto a la carretera y se colocaban allí. Quedaban tumbados sobre basura, sobre la basura y el suelo seco del verano y pasaban allí los efectos de la mierda que se hubieran metido. Era bonito, en cierta forma. Sacudió la cabeza.
Cerró los ojos, llenando los pulmones de aire. No se sentía adormilado, pero tenía muchas ganas de meterse en la cama. Pensó en Harper y en el tío que la había asaltado y estuvo seguro de que pronto iría con Tiago a partirle la cara. Una cosa es que ella no quisiera líos y otra que no se le diera un aviso de que más le valía tener las putas manos quietas si no quería morir.
El disparo le sacó de su ensimismamiento. No fue un susto, ni sintió miedo, sino simplemente confusión: ¿pero no habrían matado a nadie esos animales? Sabía como era Brando y la tendencia que tenía Harper a que se les fuera la pinza. Miró hacia atrás, aún con el ceño fruncido, a tiempo para ver las figuras de sus amigos salir del establecimiento a toda velocidad.
ESTÁS LEYENDO
Manchados
RandomLa tribu de los manchados se había ganado su nombre por la mancha en el rostro de su líder, Tiago, un espectro blanco que cruzaba el color canela de su frente, de sus mejillas. Eran seis y se les conocía en el barrio por esos pequeños delitos consta...