Meninos da rua

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-¿No vas a tomar nada más?

Tiago se encogió de hombros, meneando levemente la cabeza. Dio otro sorbo al ron de su vaso, sintiendo la calidez dulce de la bebida abrirse paso por su garganta. Erik no insistió más. 

-Me pregunto qué haces aquí, a parte de gastarte el dinero en bebida cara- dijo el noruego, con una leve sonrisa, limpiando un vaso con lentitud. Tiago también sonrió un poco, cansado. Sabía que a Erik le gustaba su compañía. 

-Bueno, no sé, uno tampoco encuentra mucho más que hacer a estas horas- suspiró. No estaba cansado. Sentía una molesta tensión en los músculos y su mente iba lenta, pero la realidad era que no estaba cansado, que no le apetecía dormir. Nunca había dormido mucho en realidad, pero últimamente lo hacía menos incluso. 

Había bastante humo en el local, pero lo mataba ese incienso dulzón que salía de a saber dónde. Siempre daba la sensación de que hacía un calor sofocante allí dentro, a lo mejor era por la madera oscura del suelo, por el tapizado oscuro de los sillones, por el terciopelo. Se acordó de la primera vez que entró allí y le pareció que había pasado una vida desde entonces. Suspiró.

-Pareces un viejo- increpó Erik, molesto. 

-¿Qué años tienes tú?- quiso saber el chico. 

-¿Por qué te interesa?

-¡Joder!¿Es un secreto o algo?

El gigante blanco le miró, levantando una ceja. Llevaba el pelo largo, atado en una coleta que le despejaba la cara. La piel seguía tan blanca como cuando llegó un una leve barba dorada enmarcaba su boca. Debía rondar los dos metros de altura. La primera vez que entró se rió de él. Parecía venido de otro planeta. Lo recordaba muy bien: Brando, Rusty y él no paraban de escuchar historias sobre la Vieja Europa y sobre los hermanos Hansen, aquellos extraños tan blancos como la nieve que acababan de llegar al barrio. El local se levantaba, impasible, rodeado de un pequeño aparcamiento que siempre estaba atestado de coches. Las chicas se morían por trabajar ahí y es que, ya que iban a prostituirse, mejor hacerlo en un sitio con clase. O eso decían.

Si tenía que ser sincero, no era por las chicas. Tenían 11 años, entonces las niñas eran poco más que nada, como de otro universo lejano. Era lo misterioso, lo que se escondía tras la gran puerta de madera lo que les llamaba la atención. Y ahora, aunque habían pasado los años, la cosa seguía igual porque la idea de acostarse con una prostituta le dejaba indiferente.  Antes por desconocimiento, ahora por conocimiento de causa.

Por supuesto, Erik les echó en cuanto se percató de su presencia. Tardó unos años en permitirles el paso, pero siempre les miraba con ese gesto divertido. Le hicieron gracia, o a saber. 

-Tengo 37- respondió, finalmente- ¿A qué se debe ese gesto de sorpresa?

-A nada, coño, a nada…- Tiago sonrió. A él le parecía que Erik no tenía edad. Le pasaba con la gente a la que conocía desde pequeño y que no había crecido con él, de forma tan evidente. A su madre, su padre. A su hermano incluso, aunque solo lo veía de tanto en cuanto. Cuando pensaba en Oti y le imaginaba como hacía diez años, en una escena muy nítida; bajaba de un coche y se daba la vuelta, cubriéndose los ojos ante el sol. Eso era lo que le venía a la cabeza cuando pensaba en él, aunque ya se le hubiera teñido el pelo de canas. Se mordió los labios.

-Tú has cumplido los veintiuno ya, ¿no?- Erik levantó una ceja de nuevo. 

Qué cabrón el puto noruego de los cojones, cómo lo tenía calado. 

-Pues si- dijo Tiago, aparentando que no pasaba nada. Sacó un cigarro de la vieja cajetilla de latón que llevaba siempre. Años atrás tenía un dibujo, pero se había borrado con el uso. Aspiró el humo mientras se lo encendía. 

ManchadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora