Dominic Miller.
Me despierto antes de que le alarma suene. Es algo habitual en mí, pero este día, no es solo eso el hábito adquirido hace años, tampoco el caliente cuerpo que descansa a mi lado.
Le doy un vistazo a Ana quien duerme profundamente a mi lado. Su cabello está recogido y su cuerpo está cubierto por una bonita bata de color marfil, mientras que yo me encuentro desnudo, con una erección de los mil demonios y siendo incapaz de adentrarme en ella para buscar un poco de alivio.
No le gustó mucho que fuera brusco anoche con ella mientras la hacía mía. A pesar de que grito como desquiciada y tuvo dos orgasmos, se enojó después cuando vio las marcas que deje en su cuello. Por lo general me gusta el sexo así, pero con ella trato de contenerme un poco, aunque anoche me fue imposible.
Estaba sobre excitado, irritado y extremadamente necesitado de un buen polvo.
Anastasia lo noto y se entregó a mí sin reservas, completamente ajena de que la causante de todo eso era la mujer sexy, exuberante y atrevida de impresionantes ojos azules que casualmente también es la hija de la mujer con la que quiero casarme.
¿Qué demonios me está pasando?
Salgo de la cama y voy hacia la ducha.
El agua fría por lo general me ayuda a despejar la mente, me ayuda a aligerar la tensión que pueda tener en mis músculos y hace maravillas por desaparecer las ocasionales erecciones matutinas.
Esta mañana, no es así en absoluto.
Mi mente viaja una y otra vez hacia la cena. A sus torneadas piernas, sus firmes y redondos glúteos, el nacimiento de sus pechos encapsulados en ese sujetador de encaje rojo que escondían unos pezones que seguramente son tan rojizos como sus labios, esos labios que me provocaron toda la maldita noche sin importarle una mierda que su madre estuviese presente.
Gruño cerrando mis ojos, viendo el azul de los suyos, esos que me miraban con deseo ardiente. Deseo que a pesar de no admitir y de saber que está mal en muchos aspectos, correspondí. Pase toda la maldita cena con una erección pujando contra mis pantalones, imaginando todas las maneras posibles en las que podía cogerla y hacerla gritar.
El que ella dijera que Ana no le interesa en absoluto, lejos de alarmarme, me excito todavía más, me excita a niveles cósmicos. Tanto que me encuentro envolviendo mi pene con mi mano, e imaginando que su deliciosa boca es quien lo rodea, comienzo a masturbarme sin pudor.
¿Qué demonios ocurre conmigo?
¿Acaso soy un maldito adolescente que no puede controlar sus hormonas?
¿Acaso voy a dejar que el deseo nuble mi mente arriesgando todo lo que he logrado hasta ahora?
No, eso no va a suceder.
Detengo mi mano y la alejo de mi pene, gruñendo al ya no sentir el placer que masturbarme me ofrecía. Detengo el flujo del agua y salgo de la ducha, sintiéndome más tenso que antes.
Voy al lavabo y cepillo mis dientes, con la certeza de que mi mal humor me acompañará todo el día, haciendo de éste un día de mierda.
Vuelvo a la habitación secando mi cuerpo y me encuentro con la cama vacía. Ana seguramente está haciendo el desayuno.
Busco en el armario un pantalón gris y una camisa blanca para usar. Un saco negro que combina con mis zapatos es el fin de mi look de oficina, y a pesar de que mi cabello continúa un poco húmedo, lo recojo en una coleta baja antes de ir a la cocina donde el inconfundible olor a café y una Ana concentrada en preparar el desayuno me reciben.
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Juego de seducción. Serie juegos placenteros, libro I
ChickLitEl juego de seducción es peligroso, pero es un juego que a Leah Andrews le encanta jugar y con labios voluptuosos, curvas pronunciadas, larga cabellera y ojos expresivos, tiene todas las de ganar. Y eso siempre sucede. Hombre en quien se fija, homb...