Parte 8

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Suga fue el que más conoció al padre de Tobio, porque estaba en la mansión desde pequeño.

Sabía a ciencia cierta que el nuevo señor Kageyama se parecía solo físicamente a su antecesor.

El anterior señor Kageyama era un alfa imponente, enérgico y poco expresivo, por momentos cruel. Salía siempre en luna llena sin dar explicaciones. 

A su hijo lo sobre exigía, siempre quería que fuera y estuviera perfecto, si no era el chico 10 lo castigaba.

Lo llevaba a sus distintas empresas y le enseñó el manejo de todo, a formar los mejores equipos de trabajo y a defender sus ideales.

Poco demostrativo y nada cariñoso, murió cuando Tobio tenía 12 años.


Desde ese entonces el anterior mayordomo y padre de Koshi, cuidó del pequeño Kageyama.

Ya habían pasado tres meses de la huida de Shoyo.


Noviembre llegó y las vidas de todos seguían su curso.

Nació el nuevo integrante de la familia Tsukishima, un hermoso niño rubio de ojos ámbar con pequeñas pecas.

Kei estaba embobado, ahora tenían la "parejita",  a la princesita la idea no le hizo mucha gracia, tenía dos años y caminaba por todos lados, Tadashi daba gracias que dormía cuatro horas por día y tenía una empleada en la casa que lo ayudaba con sus dos pequeños tesoros, estaba realmente feliz.

Tobio apadrinaba al pequeño, lo amaba con todo su corazón, lo hacía pensar en su propio hijo, en ese sueño que hubiera podido nacer en el próximo febrero si él hubiera reaccionado de otra forma .....

"El hubiera no existe" le dijo una vez Suga en una de sus tantas conversaciones, y tenía razón, se torturaba con un futuro que no llegaría.

Mientras, trataba de juntar sus pedazos enfocándose en sus empresas y sostener el trabajo solidario de la fundación de ayuda para madres adolescentes solteras que Shoyo había fundado con Tadashi.

 "YamaYama" la llamaron, unieron para el nombre el apellido de soltero de Tadashi (Yamaguchi) y el de casado de Shoyo.

Sabía a qué se dedicaban. 


Al igual que él rescataban chicos y chicas traficados por bandas que raptaban personas.

Luchaban por reinsertarlos a una sociedad que se llenaba la boca hablando de derechos humanos, pero que pagaba por ellos como si fueran ganado.

Luchaban por reinsertarlos a una sociedad que se llenaba la boca hablando de derechos humanos, pero que pagaba por ellos como si fueran ganado

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Shoyo hacía yoga por las mañanas, entrenaba vóley de playa, trabajaba por las tardes y estudiaba en las noches, su vida era realmente activa.


Bailando con fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora