Sara Coleman tenía una personalidad excéntrica y llamativa que se destacaba por una serie de aptitudes que, por desgracia, en una mujer de su época no eran valoradas como aspectos positivos. El tono de su voz adoptaba por naturaleza la cadencia propia del liderazgo; dotada de una inteligencia sagaz, poseía el conocimiento suficiente para refutar con solvencia los opiniones que contrariaban sus afirmaciones. Si bien estos dones hubiesen sido admirados en un hombre, a ella no le causaban más que inconvenientes. A pesar de sus estudios y de sus logros en el ámbito académico, estaba lejos de ser respetada por los demás "intelectuales"; como si estuviesen esperando que cometiera un simple error para prescindir de ella, constantemente era puesta a prueba. Y eran aquellas circunstancias, las que la habían arrastrado hasta ese lugar. En efecto, me encontraba en aquel sitio por fuerzas ajenas ¿Te confundí al referirme hacia mí misma en tercera persona al comienzo? No me consideres arrogante, pero debido a la naturaleza de este relato y a mi condición como protagonista creo que merezco una presentación adecuada, dado que, verás, mi historia es un poco trágica. Más, regresemos al quid de la cuestión: como decía, me encontraba en ese lugar a causa de los intrincados intentos de un grupo de personas por deshacerse de mí. El embaucamiento siempre comenzaba con este tipo de intervenciones: ¿serías capaz de realizar...? Y de esa forma quedaba comprometida a contestar afirmativamente, porque de lo contrario estaría certificando que era incompetente.
Así era como, esta vez, había terminado en Egipto. Formaba parte de un equipo de arqueólogos encargados de una serie de excavaciones realizadas en el Valle de los Reyes. Era uno de esos trabajos que requerían de una disposición absoluta y una fina precisión. Si bien era diligente y paciente en mi tarea, con el paso de los días comencé a experimentar esa ansiedad premonitoria de un gran acontecimiento. Me notaba entusiasmada por una razón que ignoraba, tal vez creía en mi fuero interno que sería capaz de hallar algo inédito, algo que tal vez me dotaría del reconocimiento que todavía me era negado. Continuaba investigando incluso mientras el resto del grupo descansaba. En ocasiones, el sol bajaba y se llevaba consigo la calidez del día, pero yo seguía hurgando entre escombros y arena, esperando dar con algo.
Sucedió entonces, aquel día. En las inmediaciones entre el cielo y el desierto, se desplegaba esa estela rojiza que anuncia el crepúsculo; parecía como si el contenido de un cáliz se hubiese volcado a lo largo del horizonte. Mis compañeros se retiraron en busca de los artefactos y la iluminación adecuada para continuar con la faena durante el atardecer, yo opté por quedarme. En ese día, mi vitalidad había menguado y mis movimientos denotaban una vagancia que antes no estaba presente. Aquel terreno vasto y solitario de alguna forma había logrado inscribir en mi espíritu entusiasta, una nota de melancolía. Mis pensamientos se sumieron en una turbulencia lúgubre que, de pronto, intentaba boicotear mi optimismo ¿Conseguiría alguna vez concretar mis deseos? Me encontraba intentando convencer a mi consciencia cuando noté que la rasqueta golpeaba una superficie más densa que la habitual. La curiosidad opacó mis reflexiones y con la ayuda de algunos utensilios quité los restos de polvo que cubrían esa parcela del terreno. Una tablilla surgió de la arena. Era pequeña, fácilmente cabía entre mis manos. Al observarla con detenimiento, pude vislumbrar una serie de inscripciones en ella. Reconocí aquellos signos, ese idioma arcaico, y con fluidez, pronuncié en voz alta el antiguo proverbio. "La muerte no es sino el umbral de una vida nueva" ¿Lo era? "Vivimos hoy, viviremos otra vez. De muchas formas regresaremos" ¿Era posible renacer?
Y mientras divagaba, detecté como una sombra tenue, apenas perceptible, se dibujaba al lado de la mía. Volteé dispuesta a compartir mi descubrimiento, pero no fue un rostro familiar el que me dio la bienvenida. Enfrente de mí se hallaba el tiempo petrificado, el pasado incrustado en el presente. Una suave brisa me hizo notar que mi cuerpo estaba empapado. Los harapos que colgaban de las extremidades impedían atestiguar el estado de la carne. Entre los labios achicharrados, casi inexistentes, se adivinaban los arcos de las encías vacías. Portador de un aspecto rígido, rigor mortis solidificado. Era un cadáver, y sin embargo, en la profundidad de las cuencas de los ojos, dentro de esas esferas vacías se percibía la presencia de algo que no estaba muerto. A lo lejos, los últimos rayos del sol acariciaron la tierra. La oscuridad me tragó. Me encogí sobre mi cuerpo, sabiendo que aquello seguía delante de mí. En ese momento, oí el zumbido que produce el viento al ser perturbado por el tosco movimiento de un objeto. Se había abierto una puerta. Entonces, una voz, que no provenía de ninguno de los presentes, clamó:
—Jorge, van a ser las once de la noche ¿pueden entrar a la casa de una vez?
La arena era pasto. Sentí que era minúscula. Cuando abrí los ojos noté que en mis manos, lisas y pequeñas, se revelaba la inexperiencia. No me encontraba agazapada, simplemente mi tamaño era otro, era pequeña. Advertí como los conocimientos que creía tener desaparecían, me percaté de que apenas si conocía mi propio idioma. Miré hacia arriba y descubrí que la criatura había desaparecido, y quien me devolvía la mirada era el hombre que conocía desde que yo había aparecido en ese mundo. Vamos adentro, me dijo, mañana seguimos jugando a la momia. Es tarde, mamá se va a enojar. Sara Coleman había muerto ¿Quedaría algo de ella en esta nueva persona? Antes de entrar a mi hogar acompañada de mi padre, me pregunté si era posible para la ficción renacer, de alguna manera, en la realidad.
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Terrores Nocturnos
HorrorRelatos de terror para aquellos que disfrutan de un susto antes de irse a dormir