Iᴍᴘᴇʀғᴇᴄᴛ Bᴏʏғʀɪᴇɴᴅs | Rᴏɴɪ

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Diez minutos, treinta minutos, una hora y media, no había señales del dichoso cliente. Molesto quedaba corto para lo que sentía en ese momento, un papel arrugado, dos tazas y un plato con migajas de tarta habían sido suficientes para dar a entender que le habían gastado una broma de mal gusto.

La chica con algo de miedo retiró las cosas de la mesa del señor con traje marrón, pues aunque el podía ser sonriente y todo eso, no toleraba ese tipo de personas que solo deseaban que fuera su burla.

Nadie hacía esperar a Raúl Salinas en una cafetería.

Sus clientes de mayor confianza sabían que era mejor llegar a la hora acordada, y aún así había personas tan descaradas como para hacerle esperar con un perro.

Recordaba bien que dos hermanos italianos, a pesar de saber su molestia con el tema, les encantaba llegar tarde a sus citas, en especial a...

Y hablando del rey de Roma.

Entró en la cafetería como "Juan por su casa" y a paso decidido se dirigió a la mesa del mexicano. Una sonrisa del lado y su cabello peinado perfectamente. Sus hermosos ojos tras las gafas de sol, los primeros dos botones de su camisa rosada sin colocar, dejando ver parte de su pecho. De no ser porque su cara estaba roja de coraje, sus mejillas se hubieran tornado de un leve color carmesí.

Aún con esa boba sonrisa que le volvía loco, tomó asiento frente a él y se recargó en ambas manos, mirándolo con tal tranquilidad del mundo, que únicamente solía tener con el de gafas.

Tan apuesto, sentado frente a él, los ojos entrecerrados, sintió una sensación en el estómago que solo era posible al ver al hombre ahí presente.

Al darse cuenta que tenía la boca entre abierta, la cerró con rapidez, su enojo había pasado. Pasaron unos minutos hasta que dejo de apreciar el apuesto rostro del de orbes azules y se dispuso a hablar.

—¿Toni?—