El ritual

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Recorrí de arriba a abajo aquel lugar. El polvo que se alzaba desde la superficie de los viejos pergaminos y libros permeaba el aire y hacía que cada una de mis respiraciones se convirtieran en un tormento de estornudos y comezón.

Aparté aquellas ideas al fondo de mi mente, como estaba habituada a hacer con cualquier incomodidad. Pronto el olor a humedad y el polvo dejaron de ser importantes. Encontré un pergamino en blanco, una pluma y un envase de tinta. Preparé un espacio para trabajar cerca de los pergaminos más antiguos y empecé la tediosa tarea de extraerlos y revisarlos.

La gran mayoría describía viejos rituales de adoración a Lusiun, otros contenían historias educativas sobre las leyes para el pueblo, eran auténticas guías para vivir. Cada una era más vomitiva que la anterior.

"Si tu hija te deshonra, sácala fuera de tu casa, es preferible que la ciudad se encargue de ella a que pierdas tu tiempo en una pecadora".

"Si tu hijo te deshonra, dale una oportunidad, pues en él descansa el nombre de tu familia. Si no corrige sus caminos, déjalo en manos de los sacerdotes. Solo ellos sabrán reconocer un caso perdido".

"La única prueba del valor de una mujer se encuentra en la mancha que honrosamente dejará en las sábanas de su marido. Un seguidor de Lusiun solo puede casarse con mujeres puras y de valor, todo lo demás es pecado, ignominia y debe ser castigado".

"Solo tu sangre debe heredar la tierra que Lusiun ha bendecido para ti, asegúrate de elegir una buena mujer, de mantenerla cerca de ti y evitarás que el pecado de los bastardos manche los dones de Lusiun".

Las leyes seguían y seguían a lo largo de decenas de pergaminos, ¿quién había tenido el tiempo de idear tantas sandeces? parecían los delirios de un loco que había dormido al sol.

Como si aquella biblioteca deseara darme la razón, pronto encontré un pergamino antiguo, más oscuro y rasgado que el de las leyes, conforme iba leyendo descubrí que no había estado tan errada en mi pensar. Trutbald, el gran profeta y el primero en escuchar a Lusiun, era un humilde granjero que vivió en los albores del tiempo. Compartía sus tierras con algunas familias y vivían como una comunidad. Eran tiempos difíciles, el desorden reinaba en el mundo y los fuertes no dudaban en hacerse con los bienes de los más débiles. Si no pertenecías a una tribu nómada poderosa o a una aldea numerosa y bien protegida, estabas perdido.

La comunidad de Trutbald era pequeña, con algunas cercas fabricadas con estacas afiladas y poco más. Vivían en el valle que se extendía bajo el monasterio y confiaban en las montañas para su protección. Nadie en su sano juicio dedicaría sus esfuerzos a espiar y saquear un valle, no cuando la escalada y el viaje eran tan peligrosos.

Trutbald se durmió al sol luego de un día de arduo trabajo y fue allí cuando Lusiun le habló.

En este punto, el pergamino se acabó. Las letras en las cuales estaba escrita la historia eran grandes y ornamentadas, por lo que ocupaban muchísimo espacio.

Busqué la continuación, no quería quedarme con la duda. Desenrollé el nuevo pergamino y continué mi lectura. Lusiun le compartió los secretos del origen de la vida, siendo él su creador e Ilys su protectora y le entregó las leyes que el desordenado pueblito debía cumplir si querían salvarse de los enemigos que se acercaban cada vez más a su refugio de rocas y tierras fértiles. Lusiun le dio el plazo de siete años para esparcir su fe y llevar al pueblo a la salvación.

Aparté mi mirada del pergamino. Algo no cuadraba en la historia, pese a que mantenía un hilo congruente con las leyes y creencias de Luthier. Repasé las líneas una y otra vez hasta que di con ello. No era la historia, eran los pergaminos que la conformaban.

Espadas y RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora