La magia del bosque pronto fue reemplazada por la crudeza de la ciudad. Los caminos flanqueados por fina hierba y arbustos cubiertos de bayas y flores aromáticas se transformaron en un eterno lodazal de desechos animales y humanos. El canto de las aves y el rugido de los depredadores pasó a ser grito de los vendedores, soldados ocasionales y peleas domésticas que llegaban hasta nuestros oídos desde las ventanas entreabiertas de humildes cabañas y casas de adobe.
—Quiero regresar —susurró Jadiet. Vestía de nuevo la prenda que Lamond había confeccionado para ella y montaba de lado, como una buena dama debía de hacer y ocultaba su rostro con una capa con capucha. El calor bajo ella debía de ser infernal, pero no queríamos arriesgarnos demasiado y cumplir con todos los preceptos sociales posibles. Una mujer de su clase no debía ser vista entre la plebe.
El tono bajo de su voz hacía imposible aliviar las horas de viaje que quedaban por delante. No podían escucharla tomar la iniciativa en ninguna conversación o responder con su típica altivez y desafío.
—Y yo —respondí también por lo bajo.
—Casi prefiero pasar el resto de mi vida destripando y desollando conejos —masculló—. Vivir como una salvaje es más agradable que experimentar las comodidades de la civilización.
—Con suerte Cian hará de esto un espectáculo de un día.
—Con suerte habrá acabado con todo para cuando lleguemos. No quiero ser testigo de tu crueldad —negó con la cabeza y miró hacia el frente, sus pálidas mejillas resaltaban con el sol que impactaba contra ellas.
—Lamento que debas ver esto, mi amor.
—Sianis dijo que necesitaba endurecer mis ojos ante la violencia, estaré bien.
—La violencia en batalla, no aquella ejercida por sórdido placer. Eso es lo que hará Cian. Matará a esas personas de maneras crueles para sentar un precedente y destruir la moral de cualquier enemigo. Más que de ayuda, puede ser algo que nos afecte.
—No dejaré que me afecte, Ialnar —repuso con firmeza.
—Lo hará, queramos o no, lo hará.
Conforme continuamos avanzando el ambiente a nuestro alrededor cambió por completo. Los vendedores habían cerrado sus puestos, las casas, de aspecto más resistente y elegante, tenían las ventanas cerradas a cal y canto y quienes compartían con nosotras el camino tenían expresiones adustas y lúgubres. Podía cortar la tensión con mi espada. Los vellos de mi nuca se erizaron y mi mano se dirigió hacia las bridas de Zafiro. Jadiet levantó la cabeza ante mi gesto y en silencio me tendió las riendas de su caballo. Con sus manos libres buscó las dagas que escondía en las mangas de su vestido y mantuvo la vista fija en el camino, baja como debía de ser, pero sin perder de vista ningún detalle.
Mis precauciones resultaron fructíferas un par de metros después. Un inocente choque entre dos hombres se convirtió en una batalla campal marcada por golpes, insultos y gritos llenos de miedo y desesperación.
—Son guerreros de Shalus —susurré al reconocer sus rostros. La mugre del camino los cubría y ya no portaban sus gambesones o cotas de malla. Lo habían perdido todo y ahora eran obligados a aplaudir al hombre que les había dejado en la pobreza.
Alcanzamos el palacio a media mañana. Varias decenas de guardias se encargaban de organizar a los convocados, algunos terminaban en lo alto de las murallas, los más pobres debían conformarse con algún resquicio en las rampas y bloques que las conformaban. Un auténtico riesgo, pero aquello a Cian le traía sin cuidado. Un plebeyo siempre podía ser reemplazado por otro.
Uno de los guardias tomó las riendas de Galeón y me pidió con cortesía inusitada que bajara de mi montura.
—Tiene un lugar predilecto junto a los consejeros del rey, mi señor. Su mujer puede permanecer con sus esposas.
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Espadas y Rosas
General Fiction¿Puede el amor ayudarte a tomar decisiones correctas? Inava, espía de un reino enemigo, está a punto de descubrirlo. ... Inava es perseguida en su reino natal, Calixtho. Al escapar, se verá envuelta en una trama de roma...