Solo la renovada esperanza en mi corazón me permitió tomar las riendas de Galeón, abandonar la cálida librería de Walbert y dirigirme de regreso al palacio. No podía darme el lujo de contradecir las órdenes de Cian ni levantar sospecha alguna sobre mí. Como cualquiera, debía de atestiguar el cruel castigo que aguardaba a los nobles.
Por suerte, tan oscura misión tenía una ventaja. Jadiet cabalgaba a mi lado, parecía la encarnación de la Gran Diosa, con el rostro iluminado por el sol y su capa ligera ondeando a su espalda. Los pantalones de montar realzaban su figura y la camisa ligera que llevaba sobre el pecho se abría con cada zancada del caballo, dejando ver su piel y parte de sus vendas interiores, pero eso no era lo mejor. Jadiet portaba una sonrisa que no cabía en su rostro y de vez en cuando dejaba escapar una risita al viento.
—Lo estás disfrutando demasiado —bromeé sobre mi hombro.
—Esto es mucho mejor que viajar en el interior de una carroza —admitió, luego sacudió su cabello y aceleró para alcanzarme—. Siento que puedo conquistar el mundo.
—Con cuidado, Jadiet, no estás acostumbrada a cabalgar por tanto tiempo. Mañana odiarás esa silla —advertí en vano.
—Aguafiestas. —Sacó la lengua en una mofa silenciosa y espoleó a su caballo para adelantarme.
Observé como se alejaba a través del poco utilizado camino del bosque. Mi corazón se aceleró al ver cómo se acercaba a gran velocidad a un grupo de ramas bajas, sin embargo, se las arregló para esquivarlas bajas como si fuera una segunda naturaleza. Aceleré y la imité. Su risa era lo único que me permitía seguirla allí donde iba. Mi pecho continuaba agitado, esta vez por el gozo casi insoportable que me provocaba su felicidad. Guie a Galeón hasta estar lado a lado, luego solté las riendas y apoyé mis manos sobre la silla, levanté mis piernas sobre ella y con algo de torpeza me las arreglé para saltar hacia su caballo.
Su grito aterrado y maldiciones valieron la pena el riesgo. Reí contra su nuca y apreté su cuerpo contra el mío con deleite.
—Tienes que enseñarme ese maldito truco —jadeó en cuanto pudo recuperar la compostura.
Negué con la cabeza, tenía que controlar mejor mis impulsos. Jadiet era como una hermanita pequeña deseosa de imitar cada nuevo truco o movimiento.
—No se ve difícil —presionó.
—Oh, solo tienes el riesgo de romperte la espalda si caes —apunté—. No es un truco muy valioso en batalla, en un salto así podría alcanzarte cualquier arquero —deslicé mis dedos sobre sus hombros hasta cubrir su pecho, un jadeo entrecortado fue su respuesta—, o una masa. —Bajé mis manos de regreso a su estómago y clavé mis dedos en la piel suave. Jadiet convulsionó contra mi entre carcajadas, resoplidos y jadeos.
—Aun así, quiero aprender —insistió en cuanto recuperó el aliento.
—Bien —acepté, tomé las riendas de su caballo y lo hice detenerse, bajé de un salto y busqué a Galeón, sin jinete se había dedicado a correr frente a nosotras—. Me detendré junto a ti, trata de pasar desde Zafiro a Galeón. Libera tus piernas de los estribos, apóyate en la silla y da un salto suave, no necesitas demasiado impulso.
Jadiet siguió mis instrucciones, sus piernas temblaron sobre la silla, aun así, se las arregló para dar un salto decente y caer detrás de mí. De inmediato sus brazos rodearon mi cintura.
—Practiquemos un poco más —pidió.
Avanzamos lo suficiente aquel día, para el atardecer Jadiet ya podía saltar desde Zafiro cuando esté mantenía un trote suave. Dedicamos las pocas horas de luz que restaban para buscar un buen lugar en el cual pasar la noche. Jadiet se encargó del fuego y de preparar nuestras bolsas de dormir. Yo busqué la cena, o al menos, algo diferente a la carne seca, el pan duro y el queso que llevábamos en las alforjas. Tuve suerte y atrapé dos codornices.
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Espadas y Rosas
Ficción General¿Puede el amor ayudarte a tomar decisiones correctas? Inava, espía de un reino enemigo, está a punto de descubrirlo. ... Inava es perseguida en su reino natal, Calixtho. Al escapar, se verá envuelta en una trama de roma...