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18/04/2020

El cantar de las aves ya se hacía escuchar, era señal de que la mañana había empezado. Mientras me caían los primeros rayos de sol en el rostro, mi mascota venía a mi encuentro y me saludaba como siempre lo sabía hacer: "lamerme la cara"; era el mejor regalo que podía recibir durante las primeras horas.
En la cocina ya se escuchaban ruidos y allí estaba ella, tan linda como siempre, llena de vida, sonriente, buscando el azúcar para terminar de preparar la leche. Mi abuela, aquella que siempre tenía preparado mi desayuno para poder asistir a las clases en la Universidad.

La mañana transcurría con normalidad, ella sentada en su mueble favorito viendo noticias referentes a la coyuntura actual y de la que siempre estaba opinando; cabe resaltar que no fue una persona con oportunidades de estudios, pero siempre sabía defender su punto de vista. Y pues yo estaba en clases, empezaba el segundo ciclo y aún sentía nervios como la primera vez que ingresé a la plataforma para revisar cursos, clases y demás cosas que me demandaba responsabilidad, estrés y mucha preocupación. Porque sí, soy una persona que se estresa hasta por el ruido de una mosca y eso no me tiene para nada contenta.

Pero mi abuela siempre trataba de sacarle el lado positivo a todo, desde que me contaba sus historias hasta cuando me preparaba un té para poder tranquilizarme, esto, junto a sus cálidos abrazos que siempre me daba.

Estábamos pasando la tarde en el jardín, ya que siempre nos ha gustado admirar el color del cielo y buscarles formas a las nubes, mientras mi perrito tenía que estar en algún lugar jugando con Dios sabe qué cosa.
En un momento tan oportuno como este, mi abuela soltó de repente -Todos merecemos un cielo como este todos los días. Yo solo asentí con la cabeza sin prestarle mucha atención a lo que se refería en ese instante, a lo mejor pensé que se refería al clima y dejé pasarlo por completo.

Seguíamos conversando de las telenovelas que siempre nos habían gustado. En este aspecto a mi abuela siempre le gustó vivir al máximo cada escena, si pasaba algo malo; podía gritarles a los protagonistas, reír con ellos, llorar; y yo siempre solía decirle que no la podían escuchar, sin embargo, siempre terminaba haciendo lo mismo que ella. Tal para cual.

Pasó la tarde y ya estábamos dentro de casa haciendo cotidianamente lo de siempre, sentarnos a ver noticias o documentales, ese día vimos uno bueno, sobre el universo y demás temas, mi abuela quedó tan encantada con todo lo que vio que decidió decir sin reparo alguno -Cuando muera la estrella que verás en el cielo, seré yo; sabrás que estoy allí abrazándote a lo lejos y sabes muy bien que todo estará bien. Exactamente no recuerdo con exactitud las palabras que dijo, pero de que sería mi estrella siempre lo sería.

Claro, yo traté de detenerla porque a nadie le gusta que las personas que más quieres hablen de estos temas, sin embargo, me hizo entender algo:
Que a pesar de que esté lejos siempre va a brillar, siempre estará ahí para iluminar absolutamente todo y así como me tranquilizaba con sus cálidos abrazos, esta vez lo haría desde arriba para siempre.

Después de aquello no volvimos a pronunciar palabra, hasta que terminó todo y subió a mi perrito a su regazo para jugar con él. Siempre le gustó tenerlo cerca, acariciarlo y sentir el calor que toda mascota da a su dueño.
La noche era cálida, aun así por momentos era fría y luego cambiaba, clima loco le llamábamos siempre.


El dormir en la misma habitación hacía que platiquemos del día y de cómo nos sentimos en todo el tiempo que estuvimos juntas. Mi perrito, siempre nos acompañaba a dormir al lado de la cama de cualquiera de las dos, y siempre que escuchaba un ruido nos levantaba, y bueno como era de esperarse tuvimos una noche un poco pesada, pero como nos acompañábamos las dos, siempre tendríamos la mejor noche de todas.

Recuerdo muy bien que ese mismo día soñamos algo parecido mi abuela y yo, desde ese momento creí que la conexión con un ser humano va más allá de los lazos de sangre que tienen ambos, suena un poco descabellado, pero la imagen que tuvimos de un jardín junto a muchas flores rojas brillantes fue tan hermosa, como la sensación de despertar y encontrarla allí, durmiendo a mi lado.

No hacía falta saber cómo estaba porque su sonrisa lo decía todo, fue una mañana agradable, pero lo vivido el día anterior era inexplicable; tanto así que decidimos hablarlo durante ese nuevo día. Y así fue, el día y la tarde se nos pasó volando, el cielo iba cambiando de color y empezamos a observar como el sol daba sus últimos rayos que chocaban al cristal de la ventana de la sala e iba desapareciendo repentinamente.
Así como también, iban quedando pocas personas en la calle, las cuales no tenían ninguna preocupación en salir a exponerse en pleno estado de emergencia.

Este momento siempre quedó grabado en mí y fue uno de los días más felices que tuve, el poder disfrutar cada segundo del día, cada cambio de color del cielo, cada juego compartido con mi mascota junto a ella.

Después de ese día especial, vinieron otros que también fueron relevantes, pero no tan mágicos como el que vivimos aquella vez. La próxima vez que la vuelva a ver, dentro de una hora, será una de las estrellas más brillante que el cielo haya tenido jamás. Y recordaré que estamos unidas a pesar de todo, junto a nuestro fiel amigo de cuatro patas, que aún la sigue esperando al lado del mueble en el que solía sentarse para ver nacer un nuevo cielo. 

"Vayamos de blanco,siempre de blanco" 
                                                                                                               The Vi (No perdí, gané dos ángeles)  

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