El DEL PISO SEIS

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Mientras las manos del reloj dictaban el tiempo, su ansiedad le regalaba unas más de sus sorpresas. Un miedo que le consumía tanto que llegaba al punto de quedarse sin aire. A su mente llegaban imágenes de aquella noche.

Las manos y pies atados, amordazada y a la viva presencia de su acosador. Una noche espantosa que no la deja seguir con su vida, a pesar de que han pasado dos años.

El viento le seguía, regalándole sus mejores susurros. El invierno era su estación favorita y su día no podía estar yendo de maravilla. Pasa por el parque y mira atentamente a su alrededor. Se percata que hay niños que van a la escuela acompañados de sus padres; ancianos leyendo periódicos y un jovenzuelo que no la ha dejado de observar.

Rita Yuste, aparta su mirada rápidamente e insulta por lo bajo a aquel joven que le ha malogrado el día y que la mirada le hizo sentir desnuda completamente. Jamás lo había visto por ahí y le parecía muy fuera de lugar su reacción.

Los pensamientos le comían la cabeza, sin embargo, no podía soportar que este influyera en su primer día de trabajo.

Entra a la empresa después de haber tenido un pequeño pleito con la puerta de jale y empuje. Se dirige a la oficina de la jefa con total seguridad; esta la saluda amablemente y salen para presentarla al resto de sus compañeras.

El día para Rita resultó fructífero. En las calles se escuchaba el canto de la juventud y una carrera de fierros que hacían rechinar sus llantas.

Mientras camina para ir a casa, siente mucha presión en el ambiente. Miradas tras de sí, que no la dejan caminar tranquila. Está empezando a asustarse cuando una voz hace que tiemblen hasta sus huesos.



—El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen —dijo el hombre a pocos centímetros de su oído.
—¿Quién eres? No entiendo.
—Me leí a Shakespeare. Pensé que a una bella dama como tú le gustaría.

Rita no vio muy buenas intenciones dentro de todo esto y decidió seguir su camino. El sujeto solo atinó a soltar una sonora carcajada llena de ironía.


Su mirada es dulce, su cuerpo en curvas y esa manta azul noche que cae hasta sus caderas lo hacen perder la cordura. La ha visto varias veces, pero ella no a él, así que será buena oportunidad para dale una pequeña sorpresa.

Alex es un joven de 23 años, con un pasado oscuro como el color de sus ojos y frío como su personalidad. Atemorizante, sin escrúpulos, capaz de hacer cualquier cosa para llegar a obtener lo que quiere.

La joven que ha estado observando durante estos días, lo pone de buenas y no bastará mucho para acercarse y lograr su cometido.

Esa mañana sale de su cuarto que ha alquilado hace un año, después de haber huido de su anterior pueblo. Viste de manera peculiar para llamar la atención, nunca pasa desapercibido para las personas que se chocan con su imponente presencia. Se sienta en una de las bancas del centro recreacional y espera expectante a su nueva víctima.

Su garbo al caminar le eriza la piel; su rostro de porcelana y sus cielos hermosos no le apartan la mirada. Y es que, esa mañana fue la primera vez que aquella joven se percata de su presencia y es un punto ganado para él.

Maquina mucho la manera de llegar a ella y recuerda una de las frases de Shakespeare. Es una buena opción. Esboza una sonrisa que espanta a un niño que lo queda mirando. Pero el plan no resulta como quiere y va echando fuego luego de que Rita no lo haya visto de la mejor manera. Va su habitación y enciende el ordenador, va a su perfil social y la busca. Le envía un mensaje expresándole cuánto la desea. Sin embargo, automáticamente es bloqueado por la receptora, lo que provoca que siga leyendo el libro de asesinato que dejó hace unos días.

Rita muy asustada ante tal situación, decide bloquearlo. Se ha percatado que es el joven que hace unas horas la ha observaba de manera lasciva y que le ha provocado que las piernas no le respondieran como quería, porque pudo haber salido corriendo.

La mañana siguiente, Rita ya no iba con los mismos ánimos a trabajar. Sentía amenaza por quién la mirase y el miedo que la cegaba era brutal.

El parque estaba lleno de gente, sin embargo, no vio al joven sentado en ninguna de las bancas, lo que la tranquilizó. Lo que no sabía es que el sosiego le duraría muy poco, pues a una calle estaba siendo observada desde la ventana del piso seis.

Rita estaba tan sumergida en sus pensamientos sobre el trabajo, que no se dio cuenta que la venían siguiendo desde hace buen rato.

De repente alguien la toma del cuello y le dice que no grite, que lo acompañe a un lugar que le encantará. La noche daba sus últimos cantos, mientras se formaba una gran incertidumbre en el parque recreacional.

El joven la llevó hacía un descampado, en el cual estaban realizando una obra para la construcción de una plataforma deportiva. Se valió de una pequeña y afilada amiga para amenazarla y que Rita no grite. Le empezó a tocar partes del cuerpo, de pies a cabeza.
Rita se estremecía cuando el joven posaba sus manos en ella. Este sacó de su mochila una camisa y ató a la joven. Las manos y pies, para que esta no intentara hacerle daño, no más de lo que él le haría. Además, le colocó otra prenda en la boca para que no gritara.

El sujeto soltaba cualquier cantidad de cosas, y mostraba en ciertos momentos sus perfectos dientes blancos acompañados con una risa histriónica.

Las palabras eran vomitivas y a Rita le hacían daño cada vez que las pronunciaba. El acto cometido fue una violación. Rita aún en estado de shock por lo vivido, logra ver por última vez a su agresor y este se despide soltándole una mirada fuera de sí. Una mirada que hace que a Rita se le hielen hasta los huesos.

Recuperando fuerzas, a pesar de lo lábil que estaba, decide deambular por las calles. Llevando la cruz a cuestas de una violación que marcaría su vida desde ese instante.
Jamás puso la denuncia y su violador está suelto por las calles. Rita jamás volvió a ser la misma de antes.

Su trabajo le resultó tedioso, su vida social se arruinó por completo, no visitaba a sus padres y dejó de tener paz en su totalidad. Sentía que existía, pero no vivía. Ni fue su culpa, lo tiene claro, pero el miedo que siente no le permite salir de casa. Su ansiedad está siendo tratada por una psicóloga en línea, pero no basta para acabar con todo lo que lleva dentro.

Sí, la vida le resulta fatal, ese mismo día no se volvió a escuchar ruido dentro de la habitación en la que se hospedaba. Después de dos años, decidió acabar con este sufrimiento en el cuarto de baño, ahogándose en un charco de sangre.

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