Capítulo 2: La WVU.

67 34 75
                                    

Y aquí estaba yo, rodeada de maletas frente al edificio que parecía ser mi residencia y la de otros cientos de estudiantes que, apresurados y con la misma expresión de ilusión que yo misma tenía, buscaban llevar junto a sus padres todo su equipaje al interior. 

Observé a mi madre, que me observaba con una expresión de acabar de despertarse en el avión que nos trajo hasta aquí, al fin y al cabo me había venido a la otra punta del país, lo del camión de mudanzas sí que no debían estar demasiado contentos tras semejante paliza de viaje. Asomé la cabeza por el brazo de mi madre, alzando una mano para saludarles con una sonrisa y cierta lástima; ellos habían tenido que hacer el viaje completo con algún que otro descanso y cambio de turnos de conducción, mientras que nosotras habíamos cogido un avión el día después, tras haberles entregado mi última maleta lista. 

- ¿Vamos? Tienes que estar nerviosa, ay, mi niña se va.... -Mi madre puso aquel tono de lástima característico en ella, dándome un abrazo en el que casi se le cayó la gorra que nuevamente había decidido usar para cubrir su cara de sueño- 

- Un poquito nerviosa sí que estoy, pero ya sabes que son sólo unos años y que saldré hecha toda una directiva, ya lo verás, confía en mí.... en navidad cuando vuelva tendré hasta más ganas de comer todo lo que hagas –Le devolví el abrazo, sin querer que se mostrase en mi rostro las pocas ganas que tenía de volver a LA, pero mostrando en cambio las que sí tenía de verla a ella. 

Tras unos minutos de más despedidas, y con ayuda de los chicos de la mudanza que cargaban mis maletas de dos en dos, comencé a subirlo todo a la que parecía ser mi habitación en la residencia de estudiantes. Tardamos un rato, pues había que hacer más de un viaje, pero al cabo de media hora ya me encontraba sola en mi habitación compartida doble, dándome cuenta de que era la primera vez que iba a tener que convivir con otra persona, otra chica, y además adaptarme a establecer relaciones sociales que esperaba que fuesen verdaderas. 

La parte que correspondía a la señorita X, de la que aún no sabía nombre, estaba decorada de colores rosas y morados, haciendo que frunciese el ceño más de una vez con curiosidad; yo odiaba el rosa. Parte de mi época de rebeldía ante el lugar en el que estaba viviendo se basó en sentirme más cómoda vistiendo de negro, así que, a pesar de vestir de una forma bastante elegante y para nada 'gótica', la mayor parte de mi vestuario era negro, blanco, gris, beige, y como mucho rojo; el negro ocupaba el 75% de mi armario, lo mismo me quedaba algo corta. 

Solía comprar mucho en Zara, Chanel, Prada, pero siempre iba hacia lo clásico, lo negro, y a veces lo llamativo; adoraba las botas militares altas. Y era justo con ellas con las que estaba vestida en aquel primer día, unas botas militares más abajo por poco de las rodillas, unos jeans vaqueros ajustados y un top blanco de encaje. No esperaba ver a nadie, pero tampoco quería estar en pijama en mi habitación cuando llegase mi futura compañera de vida y de días de universidad. 

Okay, estaba nerviosa, y más lo pensaba mientras me dedicaba a colocar mis fotos aesthetic de pinterest en el corcho y más nerviosa me ponía, pero al menos cuando tuve que colocar el contenido de cada una de las maletas en su sitio, más me relajaba y dejaba de pensar. 

¿Quizá tomarme un café en una de las cafeterías del campus me ayudaría? Pues allá vamos. 

Me coloqué una blazer de cuero negro y un bolso de piel de cocodrilo falsa del mismo color sobre el hombro, y avancé llave en mano para ya de paso descubrir un poco del que iba a ser mi nuevo hogar. ¿Debería ponerme gafas de sol? ¿Y si me miraban mal? Tenía cierto trauma con que la gente me mirase, me hacía creer que tenía algo feo en la cara y que iban a meterse de nuevo conmigo; consecuencias del bullying. 

Paré en el espejo de la entrada a la residencia, colocándome bien los mechones de pelo rubio largo, casi por la cintura, que por algún motivo decidían amontonarse a veces por delante de mis orejas con demasiado rebeldía y ocultaban mis piercings en ellas, con brillo; sí, mis piercings brillaban demasiado, me gustaba que se viesen en mis selfies, qué puedo decir. Me puse de nuevo nerviosa al observarme, parecía que aquella sensación de mirarme la cicatriz cerca del ojo y el recuerdo de aquel día, el peor de mis años de bullying, iba a perseguirme para siempre; y no era justo aquel sitio era nuevo, era gente nueva, y yo estaba como una idiota pasando 5 minutos frente a un espejo tratando de arreglarme la cara. 

Un lugar seguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora