CAPÍTULO I

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Yo nací, como os he dicho, en el ojo del Pentágono, en pleno corazón de la isla. Nunca llegué ha conocer a mis padres, ya que me separaron de ellos al poco de nacer. Pero quiero aclarar que no eran malos padres, lo que ocurría era que tenían otras responsabilidades. Según me han dicho siempre en las pocas ocasiones que me hablaban de ellos, eran los líderes de los rebeldes: mi madre era una silvana que se enamoro de un Hombre de Piedra, hasta el extremo de escaparse con él. Llegaron al Pentágono y crearon una familia, ya que tuvieron una hija. Esa era yo.

El cómo llegue hasta aquí se debe a los llamados «enlaces». Cada vez que un heredero a la corona de un reino nacía el Pentágono debía entregar un regalo al recién nacido como muestra de buena fe. Esos regalos eran, en cierta forma, objetos o criaturas con un gran poder mágico o espiritual en su interior, los cuales se veían unidos de forma definitiva a aquellos que los recibían. Y a cada reino debía entregársele un bien distinto, en caso contrario se arriesgaban a ofenderles: los nómadas del desierto exigían una «rosa del desierto», las cuales otorgaban poderes curativos; el futuro rey o reina de los hombres del mar recibía un tridente de otro que controlaba las aguas, cuyo secreto se creía perdido en la noche de los tiempos, hasta que un pescador, años más tarde convertido en rebelde, lo descubrió; las princesas bárbaras recibían un arco de colmillo de dragón y crin de unicornio, junto con unas mortales flechas de las cuales goteaba veneno de basilisco, mientras que a los jóvenes príncipes se les entregaba un hacha de obsidiana, capaz de cortar el hueso y la carne humana como si fuera mantequilla; los hombres de la ciénaga recibían una piedra preciosa, que les daba nombre. Por su parte, los silvanos recibían una criatura viviente nacida el mismo día que ellos que se criaba junto con su amo y amigo, a la que llaman. Yo nací el último día de mayo, abriendo los ojos a tiempo para ver mi primer amanecer. Esa misma noche nació la princesa del bosque Dalía y al amanecer del siguiente día nació su hermano gemelo Terion. Los silvanos, considerando un milagro que la que sería la princesa rebelde hubiera nacido el mismo día que su hija, me exigieron como enlace. Mis padres no tuvieron más remedio que entregarme. Por su parte, su hermano recibió una pantera recién nacida, que al crecer se volvería de un profundo azabache. A pesar de la separación de mis padres, todavía hay recuerdos que mantengo que nadie me arrebatara.

Uno de ellos es mi nombre. Me llamo Eliriam Amethyst, que significa,en la lengua antigua «amatista», mi piedra interior. La otra es Kitka, un halcón peregrino que mi madre dejo conmigo para que lo criara, como manda la costumbre silvana.

Excepto por eso, podría haber pasado par una sirvienta más de la princesa, y aunque de niña era el centro de mira de miradas inquisidoras, pronto cumpliría los 17 y la gente empezaba a obviar mi presencia. Pero eso pronto acabará, pronto volverán a hablar de mí. Yo misma me ocuparé de que eso ocurra.

En eso pienso cuando oigo que me llaman:

-¡Eli, Eli!

Me sonrío al ver a Aryadem, con Cassie correteando entre sus piernas.

Arya es una silvana pecosa con el mismo aspecto que otras mil silvanas de su edad, a excepción del brillo travieso de sus ojos. Fue por eso que decidí hacerme su amiga, y con el paso del tiempo en su mejor amiga. Nos conocimos cuando teníamos 8 años, y Cassie, una loba blanca, compañera de juegos de Arya, me persiguió por el bosque hasta que estuve subida a un árbol sin poder escapar. Entonces apareció Arya y, entre risas me ayudó a bajar.

Mientras recuerdo ese importante momento en mi vida, Arya me alcanza.

- ¡Te encontré! ¿Se puede saber que hacías tan ensimismada?- pregunta sonriendo.

- Pienso en la huida.

Esas palabras bastan para que para que se le borre la sonrisa.

- No empieces otra vez- gime.- Sabes que no lograras irte tú sola.

Hace meses que tengo decidido que en menos de un mes, el día de mi decimoséptimo cumpleaños, el mismo día que el de la reina, aprovecharé para irme al Pentágono para buscar a mis padres y convertirme en una rebelde. Está todo planeado. El único fallo es que Arya tiene razón. No podré hacerlo sola. Y aun si lo lograra, Arya seria la primera persona a la que preguntarían sobre mi paradero. Aun y todo, no hay forma de convencerla de que me acompañe.

- Sabes que sola no lo lograré, y me conoces lo suficiente para saber que no me rendiré. ¿por qué no vienes conmigo y punto?- soy consciente de que estoy chantajeándola, pero no tengo más remedio.

- Sabes que no podemos irnos, tenemos que proteger a la princesa, tenemos una responsabilidad para con nuestro pueblo- es consciente de que le estoy ofreciendo un ultimátum pero no se acobarda.

- ¿Es que no te das cuenta?- grito furiosa. - ¡Este será tu pueblo, pero no es el mío! ¡Mi pueblo está ahí fuera, en algún lugar!- me enfurece que no lo comprenda, pero intento calmarme, sabiendo que con estas palabras la he herido más de lo que ella va a admitir. La siguiente vez que hablo intento estar más calmada, pero mi furia hace que suene fría.- Y en cuanto a la princesa… De no ser por ella no estaría aquí en primer lugar. De no ser por ella estaría con mis padres, preparándome para dirigir algún día a los rebeldes, en vez de estar entre un montón de malditos silvanos que se dedican a mirarme por encima del hombro.

Inmediatamente me doy cuenta de lo que he dicho al ver el rostro de Arya, haciendo que me arrepienta.

- Arya… Yo… no quería decir eso. Lo siento- al intentar poner mi mano sobre su hombro, me aparta de un manotazo.

- Está claro que querías decir eso- dice con el rostro inmutable. –Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Después de estas palabras, observo a Arya alejarse en dirección a palacio.

Ambas somos sirvientas de Dalía, yo por ser “compañera” de esta, a pesar de que más aparento ser su dama de compañía, lo cual no es un mal trabajo porque, a decir verdad, la joven heredera no me soporta, por lo cual, mi única responsabilidad, que es hacerle compañía, no debo cumplirla por orden suya, a no ser que se me diga lo contrario; Arya, por su parte, trabajaba con su madre en las cocinas, pero cuando esta murió y Arya iba ser expulsada del castillo, siendo como era en ese momento mi mejor amiga, logre que comenzara a trabajar para la princesa. Ella, a diferencia de mí, debía trabajar para ganarse un lugar aquí y no ser expulsada a las duras calles.

Ambos vivíamos nuestra vida desde puntos de vista diferentes: ella lavaba, yo jugaba; ella cocinaba, yo leía; ella adoraba a Dalía. Yo, por mi parte, la odiaba.

En el ojo del Pentágono |CANCELADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora