PRÓLOGO

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Hace no tanto tiempo el mundo no era como lo conocéis hoy en día. Por aquel entonces era salvaje, peligroso, impredecible.

Los desiertos eran, al igual que ahora, un lugar prácticamente inhabitable para cualquier ser humano, pero repleto de bestias. Si eras capaz de soportar en esas tierras hasta el anochecer, tu suerte quedaba en manos de esas criaturas asesinas. El mar era un hervidero, hoy día considerados fantásticos, capaces de destruir la mayor nave blindada de estos tiempos. Las montañas atraían los rayos cuan miel a las abejas y en si interior habitaban los trolls y ogros más crueles. En las ciénagas siempre hacía un frío glacial y había lodo hasta donde alcanzaba la vista, en el que se escondían los fuegos fatuos, cuyo único propósito en la vida parecía ser engañar a los ilusos humanos que los seguían, perdiéndolos en las arena movedizas donde los devoraban. Y por último estaban los bosques. Los bosques estaban casi tan repletos de plantas venenosas y animales salvajes como de hadas y gnomos que, no os dejéis engañar, eran criaturas malévolas que disfrutaban mutilando.

En estos lugares, conocidos como Sectores, se levantaron varios reinos, uno por cada Sector, en los que se vivía seguro, protegido de los peligros nombrados anteriormente: en el desierto se encontraban la tribus nómadas, ganaderos de camellos en su mayor parte, que vivían en oasis y tenían piel como el carbón y ojos almendrados; en la costa estaban los pescadores, con sus ojos azules y cabellos de oro y plata, hombres de rostros pálidos propios de fantasmas; en las montañas habitaban los pueblos bárbaros, hombres y mujeres guerreros, cuyas caras, tostadas por el sol, eran del volver de la miel, con pequeños ojos de obsidiana y largas melenas azabache; en las ciénagas se encontraban los norteños, gente de rostro curtido y gélido, con grandes y duros ojos violeta, enmarcados por un cabello blanquecino,que no hacía más que acentuar el hecho de parecer inmutables y eternos, lo que les daba el nombre de Hombres de Piedra.

Yo vivía en el bosque, se suponía que era una silvana y, a pesar de que mi aspecto delatase mi verdadera procedencia, mi sangre mestiza, la gente fingía no saberlo. Todos los silvanos tenían los ojos tan verdes como el bosque en el que vivían y una melena del color de los troncos de las ancianas hayas. Sin embargo, mis ojos eran del color del caramelo fundido con reflejos violetas, dándome apariencia felina. La maraña en forma de de nido que por aquel entonces era mi cabello era del color del corazón de los árboles al talarlos, dejando a la vista todos sus anillos de la misma forma que mi pelo dejaba entrever numerosos mechones blancos y marrones.

A pesar de que hicieran oídos sordos era obvio que yo era del Pentágono.

El Pentágono era el único lugar de la isla en el cual bosque, ciénaga, desierto, montaña y, en forma de lado de agua salada, mar se unían. Las personas que vivían allí eran rebeldes y se consideraban un pueblo libre, a pesar de tener un líder.

Así ere el mundo y así lo fue durante cientos de años.

Ahora que ya sabéis cómo era el mundo que me rodeaba, os contaré mi historia, si queréis oírla.

En el ojo del Pentágono |CANCELADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora