Debía de haber pasado cerca de una hora desde que Arya se fue, pero yo, distraída como estaba pensando en mi pelea con la única persona a la que apreciaba en este lugar, no me di cuenta hasta que note a alguien tirarme de la manga con timidez.
-Señorita Eliriam- sonreí al escuchar la titubeante voz de Jamie.
Le miré con dulzura.
-¿Qué ocurre, Jamie?
Ante mí se encontraba un chiquillo de cerca siete años, delgado y pequeño, de ensortijado cabello oscuro y mirada inocente.
-La princesa dice que es la hora de la cena-tartamudeó. –Quiere que se prepare, dice que los invitados esperan.
Resoplé, exasperada. Esa era una de las pocas ocasiones en la que debía mostrar cual era mi posición: con los invitados. En un año sería la coronación del nuevo monarca, un acontecimiento muy esperado desde la muerte de los reyes hace diez años en un accidente de caza, al ser atacados por una bestia salvaje. Pronto, Dalía, al ser la mayor, se convertiría en la nueva reina, en cuanto alcanzara los dieciocho años, la mayoría de edad. En este instante recibíamos visitas de los pueblos que erigidos alrededor de la capital. La misión de los recién llegados era organizar la fiesta del decimoséptimo cumpleaños de los príncipes. Se esperaba que en esta celebración ambos encontraran un compañero o compañera dignos de la familia real. En otra ocasión me hubiera resultado cómico tanto trabajo para tamaña estupidez, pero en esta ocasión me alegro de que lo hagan. Con tanto trabajo, nadie se fijará en la extraña compañera extranjera de la futura señora del reino, lo cual me dará la suficiente libertad para preparar mi viaje.
-Gracias por llamarme, Jamie. Voy enseguida.
El pequeño, tras hacer una ensayada reverencia, se fue saltando.
Me levante de debajo del árbol en el que me encontraba sentada y, tras sacudirme la tierra del vestido, me dirigí corriendo a palacio con los zapatos finos zapatos de tacón en la mano.
-Eli, al fin llegaste, los príncipes te están esperando y… ¡Madre del amor hermoso! ¿Se puede saber que hiciste, niña?- la voz de Aldora, mi nodriza, resonó en el vestíbulo del castillo.
-Me ensucié- dije con una sonrisa traviesa.
-Eso ya se ve, criatura, pero ¿se puede saber cómo?- dijo haciendo rodar los ojos.- ¿Y no podrías haber vuelto antes? ¡Ahora no solo hay que arreglarte, sino que también tienes que limpiarte!
-Lo siento muchísimo Dora- dije poniendo mi mejor voz de niña buena.- Estaba en los jardines y perdí la noción del tiempo.
La anciana suspiró, para seguidamente después lanzarme una mirada que pretendía ser de reproche, pero que, como ocurría siempre, estaba cargada de cariño.
-Vamos a arreglarte, cielo-me dijo. Y tras estas palabras, giró sobre sus talones y se dirigió con paso firme a mis habitaciones, conmigo trotando detrás.
Una vez allí empezó a sacar vestidos del gran baúl en el que guardaba los trajes de fiesta.
-¿Qué estás buscando, Dora?- pregunté curiosa.
-¡Qué estoy buscando, qué estoy buscando…!-murmuró exasperada.- ¿Qué voy a estar buscando, pequeña? ¡Tú mejor vestido, qué si no!
-¿Para qué? Como si se fueran a fijar. Además, se supone que he de guardar ese traje para la fiesta de cumpleaños en honor de Dalía- dije dejándome caer sobre un mullido sofá que se encontraba en mi cuarto, en el que me gustaba sentarme a leer mis libros sobe viajes, viajes de los que soñaba se algún día protagonista.
Mi tono pretendía ser de burla, pero salió ahogado, dolido.
Y he de admitirlo: me dolía. Me dolía muchísimo que, por mucho que tratara de ser dulce y hermosa, afable y divertida, o, incluso, elegante y gentil, nadie se diera cuenta, pues nadie era capaz de separar la mirada de aquella que se alzaba sobre mí, siempre bella y majestuosa, proyectando una gran sombra sobre mi persona, otra de las muchas que oscurecían mis días. Y me dolía que el día de mi cumpleaños, el de mi abandono, nadie se dignara a sonreírme y felicitarme o abrazarme y ofrecerme un hombro en el que llorar, ni siquiera Aldora, la cual hizo las veces de madre para mí. La única que tenía tiempo era Arya. Aryadem, la cual no necesitaba que se lo dijera para saber si necesitaba consuelo o diversión. Ella simplemente estaba ahí y me comprendía sin necesidad de palabras, soportando mis locuras y estupideces, escuchándome maldecir la forma de vida en la cual ella siempre había creído.
En ese instante me sentí mal, inmensamente mal. Recordar mis orígenes, a mi familia, lo que le he hecho a Arya… fue demasiado. Y no pude evitar romper en llanto.
-Tranquila niña- me dijo Aldora.- Te estamos preparando un nuevo vestido para la fiesta, dijo tendiéndome un precioso vestido granate.
-Sigo sin entender para qué- murmuré, hipando, mientras me ponía el traje, para, a continuación, volver a sentarme.
-Mi niña, quiero que él se fije en ti…- trato de explicarme con un deje de ternura en la voz mientras comenzaba a peinarme.
-¿Él?
-¡Él, niña, él!- exclamó emocionada.
El rostro de confusión que debí de poner resultó más obvio de lo que había esperado, lo cual hizo que Dora resoplara exasperada.
-¡Hablo del señorito Carter!
Al escuchar ese nombre no pude evitar saltar del sofá, como activada por un resorte.
-¿Carter va ha estar esta noche?-no pude evitar que mi voz sonara emocionada.
Me dí cuenta cuando Aldora comenzó a reírse.
Carter es el hijo menor de uno de los gobernantes de uno de los pueblos colindantes a la capital donde vivimos. A pesar de su nivel social nunca ha sido uno de esos niñatos ricos y mimados. Era el único que venía a cabalgar conmigo, la niña rara de palacio, el único que se preocupaba por mí. Hace casi dos años que no nos vemos, y le extraño mucho.
-Lo digo por curiosidad-dije tratando de tapar mi error.
-Eres igual que tú madre-murmuró con una sonrisa tirándole de la comisura de los labios mientras me acariciaba la corona de trenzas con la que me había recogido el pelo. A continuación salió de la habitación dejándome sola.
Se me vino a la mente mi intención de huir y unirme a los rebeldes del Pentágono, convirtiendome en traidora, al igual que hizo mi madre.
-No sabes cuánto me parezco, mi querida Aldora, no sabes cuánto.
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En el ojo del Pentágono |CANCELADA|
RandomNo se permite la adaptación ni la copia de está historia. ¿Qué harías si descubrieras que alguien a quien no soportas está en peligro de muerte? ¿Si esa persona fuera la razón por la que toda tu vida te has sentido fuera de lugar? ¿Si tuvieras que e...