AVRIL

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19 de septiembre

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19 de septiembre

AVRIL

Si hablamos sobre las personas que siempre llegan tarde, aunque no lo quieran; deberían de darme el primer premio.

Por el cielo Avril, es el primer día de clases ¡Apresúrate!

No es mi culpa. No logré dormir la mayor parte de la noche, y tal parece que las pocas horas que lo hice fueron lo suficientemente profundas como para no escuchar el despertador electrónico nuevo, que mis padres me regalaron justo antes de venir aquí.

Y es que claro, es el regalo perfecto para alguien que tiene tendencia patológica a llegar tarde a todos lados. Es bastante cómico de hecho, cuando Donna, Victorya y yo salimos a cualquier parte, porque mientras que Victorya y yo apenas comenzamos a arreglarnos Donna ya está de punta en blanco y eso la irrita mucho.

Pero es que ¡El tiempo pasa volando!

Me despierto a las siete y media de la mañana y en un abrir y cerrar de ojos ya son las diez. A veces siento que el Armagedón está cada vez más cerca y terminaremos bailando en un agujero negro para toda la eternidad. Y si eso pasa, espero tener a mi alma gemela a mi lado.

Bien, necesito espabilar.

Empujo la puerta del salón al tiempo que acomodo los libros en uno de mis brazos y tomo un sorbo del café que acabo de comprar. No mido el nivel calor en el que debe de estar por lo que, en cuanto lo trago, el fervor recorre desde la punta de mi lengua pasando por mi esófago y casi puedo sentir el segundo en el que cae sobre mi estómago, haciéndome sentir enferma.

Eso me pasa por andar con prisa.

Mi bolso se resbala de mi hombro mientras bajo los escalones para buscar un asiento; ni siquiera me molesto en acomodarlo y como puedo llego hasta un escritorio ilesa.

Dejo los libros sobre la superficie, al igual que el café y lanzo el bolso nuevo con diseño de nubes arcoíris sobre el suelo, pero un segundo después lo recojo y lo dejo en un asiento vacío a mi lado.

Observo a mi alrededor para descubrir que el lugar está bastante lleno y que, el profesor ni siquiera ha entrado; tal parece que no iba tan tarde después de todo. Una pantalla y una pizarra transparente me saludan desde el centro. Mi vista viaja hasta la pared del frente cuya decoración incluye el emblema de la universidad y el lema "Hágase la luz" debajo de este, así como, un par de cuadros de filósofos antigüos y famosos.

De pronto, las luces de cortan, dejando solo una tenue iluminación en el centro; los estudiantes susurran cosas que no llego a comprender y una voz retumba por todo lugar que por un momento me recuerda al inicio de un acto de circo.

—Alguna vez se han preguntado ¿Qué es la belleza? —las palabras salen fuertes y claras atrayendo por completo mi atención—. Los antigüos se hicieron ésta pregunta durante décadas y su respuesta fue: es un don de los Dioses.

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