Hay una sola ley de amistad que debe cumplirse al pie de la letra; nunca salgas con el chico que le gusta a tu mejor amiga.
Cuando Avril, Donna y Victorya se mudan juntas para asistir a la universidad, a ninguna de las tres se le pasa por la cabeza...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
20 de septiembre
DONNA
Sesenta minutos y tres mil seiscientos cincuenta y nueve segundos después, puedo dar inicio por fin a mi día.
Para mí, es necesario limpiar mi habitación todas las mañanas sin falta; por eso siempre me levanto una hora y media antes de que sea la hora que en realidad debería despertarme. A veces no quiero hacerlo, pero sé que después no podré quedarme tranquila.
Me alisto lo más rápido que puedo, con mi outfit previamente elegido el día anterior, sin que tenga ni una sola arruga y que cada prenda vaya en armonía; ni muy formal ni muy casual, algo intermedio para poder sentirme un poco mejor conmigo misma.
Victorya y Avril son muy distintas a mí. Por ejemplo: Victorya podría usar lo que sea, tiene porte de modelo de alta costura, cualquier cosa le queda bien y ella lo sabe; por otro lado, Avril suele ser mucho más relajada con su aspecto mientras que yo, soy como la combinación de ambas.
Salgo de casa mucho antes de que ellas lo hagan; las clases iniciaron hace casi dos semanas y aunque aún no decido por completo hacia cual carrera postularme, me gusta llegar antes a las aulas, elegir el sitio perfecto para sentarme y hacer un repaso mental de la clase que voy a ver.
Si no lo hago, termino muy frustrada.
Y es que, desde que llegué a este país, me he tenido que esforzar el doble para obtener las mejores calificaciones y lograr haber obtenido la beca que tengo ahora mismo. Cosa que en un principio me costó bastante, porque en Venezuela podía darme el lujo de ser un poco más tranquila en ese aspecto; tampoco era vaga pero nunca me quedaba despierta hasta la madrugada estudiando para un examen cosa que aquí, lo he hecho tantas veces que no puedo ni contarlas.
Cuentos mis pasos, asegurándome de que mis pies queden a la misma medida con cada paso dado al tiempo que una leve música instrumental suena a través de mis audífonos.
Ese tipo de género musical, ayuda a calmar mi mente, mucho mejor que cualquier otra cosa que pueda existir en este mundo lo haría.
Por suerte, el campus universitario está a la vuelta de la esquina, literalmente, solo tengo que cruzar una calle y media y estaré dentro de la ciudad universitaria. Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta mientras miro a ambos lados de la calle con mucha cautela.
Comienzo a cruzar la calle justo cuando una canción ruidosa que no debería estar en mi Playlist aparece aturdiendo mis sentidos. Busco mi teléfono para cambiarla, confiada de que ningún carro está cerca.
No obstante, todo sucede muy rápido y a causa de la fuerte música, apenas logro escuchar la bocina del auto. Está muy cerca de mi cuando me doy cuenta; mi cuerpo intenta impulsarse a un lado, pero no asimilo muy bien lo que sucede y termino cayendo de golpe al suelo.